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Revista Latina de Comunicaci�n Social, 61 enero � diciembre de 2006 |
Edita: LAboratorio de Tecnolog�as de la Informaci�n
y Nuevos An�lisis de Comunicaci�n Social |
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAF�AS, SEG�N LA APA: (Toledano Buend�a, S. (2006). La neolengua de Orwell en la prensa actual. La literatura profetiza la manipulaci�n medi�tica del lenguaje.Revista Latina de Comunicaci�n Social, 62. Recuperado el x de xxxx de 200x de: http://www.ull.es/publicaciones/latina/200601toledano.htm [Revisor/ra: El art�culo presenta un tema interesante y adecuado a las tem�ticas de la revista, adem�s que recoge comentarios e ideas sobre la comunicaci�n y el poder del lenguaje que nos sit�an en cuestiones relevantes y de actualidad.El sentido del art�culo: uso que hace el poder del lenguaje y concretamemnte el papel de los medios se percibe de una manera m�s clara y se aprecia que el autor ha cambiado algunos fragmentos [tras la primera revisi�n], lo que beneficia la comprensi�n y el desarrollo de la argumentaci�n. En cuanto a las conclusiones, se han ido anticipando a lo largo del texto y su exposici�n final gana en claridad con las peque�as modificaciones realizadas.] La neolengua de Orwell
en la prensa actual. La literatura profetiza la manipulaci�n medi�tica
del lenguaje
Art�culo
recibido el 13 de octubre de 2005 Resumen: Medio siglo despu�s de que George Orwell escribiera su libro 1984 muchas de sus visiones de una sociedad futura podr�an ser tenidas en cuenta al percatarnos del modo en el que funciona el mundo. Nuestro objetivo no es centrarnos en el aspecto pol�tico de esta obra de ciencia ficci�n sino en la neolengua, ya que, en este libro, Orwell ofrece una profunda explicaci�n sobre el uso de un nuevo idioma para controlar el pensamiento humano y muestra lo rentable que son los medios de comunicaci�n para expandir la neolengua y, consiguientemente, la doctrina del Gran Hermano. Finalmente, lo que en principio es s�lo parte de la imaginaci�n de Orwell termina siendo el perfecto ejemplo de la forma en la que trabajan los medios de comunicaci�n, porque, nos guste o no, las noticias est�n escritas en neolengua. Palabras
clave:
periodismo
� neolengua �
manipulaci�n
� Orwell
� lenguaje 1.
Introducci�n Cuando George Orwell escribi� poco antes de morir su novela 1984 probablemente desconoc�a que, m�s de medio de siglo despu�s, muchos aspectos de esa sociedad futura que plasmaba en su libro iban a guardar una semejanza con la realidad cuanto menos curiosa. Es evidente que el sistema pol�tico que predomina en Occidente y que trata de extenderse al resto del mundo dista mucho de ese ambiente opresivo que hab�a en la historia de Orwell. A�n as�, no se le puede negar que gran parte de sus imaginarias predicciones no estaban del todo desencaminadas y que, aunque la forma externa de esa sociedad dista de la actual, el fondo guarda similitudes preocupantes. La intenci�n de este escritor, como es sabido, era advertir de forma expl�cita, y recurriendo a la ficci�n, del peligro comunista y de las consecuencias que este r�gimen tendr�a en caso de extenderse m�s all� de las fronteras de Europa oriental. El pasado marxista del autor y su experiencia en la Guerra Civil espa�ola, donde fue testigo directo del f�rreo control que las autoridades sovi�ticas y los comunistas espa�oles hicieron de parte del territorio republicano, explican su rechazo a los sistemas comunistas cuando gran parte de los intelectuales de izquierdas occidentales se aferraban a �l como referente de sus l�neas ideol�gicas. Libros como 1984, Un Mundo feliz, de Aldous Huxley o Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, son ejemplos m�s que probados de c�mo la imaginaci�n se adelanta a los acontecimientos y de c�mo estas historias se adentran en el campo de la sociolog�a de una forma evidente. Y si la ciencia imaginada en la mente de Julio Verne tuvo una plasmaci�n casi milim�trica de sus aventuras en la vida real, qu� menos que reconocer que la mente de Orwell adelant� en 1984 algunos aspectos de gran parte de la sociedad occidental y, sin duda, de algunos reg�menes pol�ticos que han ocupado el poder a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y, por desgracia, de parte de este comienzo del XXI. Realizar un an�lisis del sistema pol�tico reflejado en 1984 y sus posibles semejanzas y diferencias con el actual justificar�a m�s de un estudio que, por otra parte, ya se ha hecho. El objetivo ser� mucho menos ambicioso y tratar� de centrarse en un aspecto concreto de esta obra de Orwell: la neolengua. 2. La neolengua El idioma que imagina Orwell en su 1984 es explicado por el mismo autor al t�rmino de la novela: "Era la lengua oficial de Ocean�a y fue creada para solucionar las necesidades ideol�gicas del Ingsoc o Socialismo Ingl�s" (Orwell, 1995: 293). Ya con esta primera aproximaci�n aparecen los dos elementos de este idioma orwelliano: el concepto de "lengua oficial" deja de manifiesto que, ante todo, �ste es un instrumento de comunicaci�n al igual que cualquier idioma que se recoja como oficial en cualquier estado. Sin embargo, es en el segundo elemento, que hace referencia a la necesidad de satisfacer "necesidades ideol�gicas" donde se muestra un concepto novedoso. De esta forma, Orwell descubre que a trav�s del lenguaje se expanden conceptos ideol�gicos que est�n necesariamente vinculados a una carga subjetiva y que en ocasiones son radicalmente opuestos al significado original de la palabra o frase en cuesti�n. El objetivo, seg�n explica el propio autor, va m�s all� de crear un medio de expresi�n y se adentra en la ideolog�a. As�, con esta lengua, cualquier "pensamiento divergente de los principios del Ingsoc, fuera literalmente impensable, o por lo menos en tanto que el pensamiento depende de las palabras". Su vocabulario estaba constituido de tal modo que diera la expresi�n exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada significado que un miembro del partido quisiera expresar, excluyendo todos los dem�s sentidos, as� como la posibilidad de llegar a otros sentidos por m�todos indirectos. Esto se consegu�a inventando nuevas palabras y desvistiendo a las palabras restantes de cualquier significado heterodoxo, y a ser posible de cualquier significado secundario. [...] La finalidad de la neolengua no era aumentar, sino disminuir el �rea de pensamiento, objetivo que pod�a conseguirse reduciendo el n�mero de palabras al m�nimo posible. (Orwell, 1995: 293-294) Esta
explicaci�n la completa Orwell m�s tarde, en un mismo ap�ndice
a su libro, donde el escritor se explaya en explicar el vocabulario que
compone esta lengua, clasific�ndolo en tres clases: Toda esta amplia informaci�n acompa�a la novela de Orwell, como una tesina posterior o intento de ensayo que tiene gran inter�s para alguien que se dedica al mundo de la comunicaci�n. No podemos olvidar que el escritor brit�nico y nacido en India hab�a trabajado para el peri�dico The Observer y para la BBC, con lo que este especial inter�s por la neolengua y la extensa explicaci�n que hace de ella demuestra que pretende hacer algo m�s que una mera aproximaci�n de algo que sucede en la novela. Su experiencia como periodista es un hecho que a�ade especial valor a su tesis sobre la neolengua y por el que nos parece de vital importancia acercarnos a una obra que esconde continuas referencias al uso que el poder hace del lenguaje y, en concreto, al propagand�stico papel que desempe�an los medios. 3. El lenguaje de los medios Un primer acercamiento a la realidad de los medios de comunicaci�n nos reveler� de inmediato la importancia que tienen para informar a todos y cada uno de los individuos de los acontecimientos que suceden en el mundo y a los que sus habitantes no pueden acceder de forma directa, por lo que es necesario un intermediario que acerque a la poblaci�n la realidad que no est� a su alcance. Sin embargo, m�s all� de esa primera aproximaci�n, descubrimos que existe un papel educador y formador que ejercen los medios y que, pese a que pueda pasar desapercibido, resulta de gran trascendencia en el desarrollo y conformaci�n de una sociedad, lo que ha provocado, adem�s, que los medios entren a formar parte junto a estados, organizaciones internacionales o multinacionales de lo que podemos calificar como el establishment. Este papel, que en principio deber�a ejercerse con la m�xima responsabilidad, es utilizado en multitud de ocasiones para promover y atraer a la sociedad hacia unas concretas posturas que, m�s que formar o educar, posicionan a favor o en contra de determinados actores o ideas en cualquiera de los planos de la realidad mundial. La propia limitaci�n del individuo, que no puede informarse directamente de la realidad y que en raras ocasiones contrasta o profundiza en la informaci�n recibida, acrecienta a�n m�s el protagonismo que ejerce los medios de comunicaci�n para definir la sociedad y, en �ltima instancia, para marcar sus l�neas de pensamiento y actuaci�n. La manipulaci�n mental de los medios de comunicaci�n, y de todo el sistema en general, ha sido ya advertido por numerosos expertos y pocos ponen en duda hoy que los "los actores sociales con poder, adem�s de controlar la acci�n comunicativa tambi�n hacen lo propio con el pensamiento de sus receptores" (Van Dijk, 2003: 21). El investigador holand�s, no contento con esta afirmaci�n, intenta esclarecer el modo concreto en el que los medios de comunicaci�n logran dirigir el pensamiento de los receptores. Con ese fin, van Dijk ha utilizado el An�lisis cr�tico del discurso (ACD) para estudiar las relaciones de poder, dominaci�n y desigualdad mediante un esfuerzo por descubrir, revelar o divulgar aquello que es impl�cito, que est� escondido o que por alg�n motivo no es inmediatamente obvio en las relaciones de dominaci�n discursivas o en sus ideolog�as subyacentes. Dado que el discurso es una forma de acci�n, este control tambi�n se puede ejercer sobre el discurso y sus propiedades: el contexto, t�pico o estilo. Y puesto que el discurso influye en la mente de los receptores, los grupos poderosos tambi�n pueden controlar indirectamente (por ejemplo, con los medios de comunicaci�n) la mente de otras personas. (Van Dijk, 2003: 120) Y obviamente, cuando se hace referencia al discurso, no se puede pasar por alto el elemento en el cual se sustenta: el lenguaje. La prueba de su importancia se evidencia en la continua pugna ling��stica, que va m�s all� de la mera clasificaci�n terminol�gica de sujetos o acontecimientos para adentrarse en la formaci�n de una opini�n p�blica sobre cualquier suceso. El uso que el poder hace del lenguaje ha tenido ejemplos ilustrativos en reg�menes dictatoriales que, como antes apunt�bamos, tuvo en la Alemania nazi, con el comunicador Joseph Goebbels (ministro de Instrucci�n P�blica y de Propaganda), el perfecto ejemplo de la propaganda medi�tica al servicio de un inter�s pol�tico que luego se demostr� ser altamente pernicioso para la humanidad. No resulta extra�o comprobar que este alto dirigente del nazismo fuera un licenciado en filolog�a. Esto ya fue advertido en su �poca, pero resulta ilustrativo recordarlo de la mano de una de las tantas v�ctimas del nazismo y que tiene en el escritor Primo Levi uno de los m�s relevantes supervivientes: Para mantener el secreto, entre otras medidas de precauci�n, en el lenguaje oficial s�lo se usaban eufemismos cautos y c�nicos: no se escrib�a "exterminaci�n" sino "soluci�n final", no "deportaci�n" sino traslado, no "matanza con gas" sino "tratamiento especial", etc�tera. (Levi, 1998: 196) Sin irnos tan atr�s en el tiempo y abandonando la ficci�n, otro escritor, el uruguayo Eduardo Galeano, habla tambi�n en t�rminos similares y ya con una clara referencia al mundo actual: Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opini�n p�blica: el capitalismo luce el nombre art�stico de econom�a de mercado; el imperialismo se llama globalizaci�n; las v�ctimas del imperialismo se llaman pa�ses en v�as de desarrollo, que es como llamar ni�os a los enanos; el oportunismo se llama pragmatismo, la traici�n se llama realismo; los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos; la expulsi�n de los ni�os pobres por el sistema educativos se conoce bajo el nombre de deserci�n escolar; el derecho del patr�n a despedir al obrero sin indemnizaci�n ni explicaci�n se llama flexibilizaci�n del mercado laboral... (Galeano, 2000: 41) Estos autores, de ficciones muy reales, no hacen m�s que confirmar lo que Orwell apunt� en una ciencia ficci�n que tiene una representaci�n bien definida en el mundo actual. Una realidad que nosotros estudiamos a trav�s de los medios de comunicaci�n y en los que, por lo tanto, hallamos la funci�n que desempe�a el lenguaje para modelar un sociedad que no admite ser controlada de forma expl�cita y violenta pero que, sin embargo, es v�ctima de numerosos controles. Ahora no existe te�ricamente un partido �nico, sin embargo, el mundo y nuestra percepci�n de �ste nos pone de frente ante una realidad que est� cada vez m�s globalizada, con noticias cada vez m�s uniformes, con medios de comunicaci�n conglomerados en grandes emporios empresariales y con una sociedad cada vez m�s ap�tica y reticente a buscar su propio criterio y que opta por repetir modelos mayoritarios. No es descabellado entonces hacer una semejanza entre este mundo globalizado y el que imagina Orwell, pese a que en 1984 el ambiente opresivo es palpable, a diferencia de la generalidad de los pa�ses occidentales, cuya poblaci�n, en su estrato medio, no est� sometida de forma directa o violenta a este control. Hoy sabemos que el ciudadano medio no permite un control directo y opresivo como el que se respira en 1984, aunque los privilegiados de este mundo son ahora v�ctimas conscientes o inconscientes, en la gran mayor�a de los casos, de un m�todo mucho m�s sutil y que, como expresaba van Dijk, s�lo necesita recurrir a discursos: palabras y frases que nos recuerdan que la neolengua de Orwell est� presente en la sociedad actual. La cercan�a es tal que se puede tomar como propia la afirmaci�n de Chomsky y que, curiosamente, recuerda el trabajo del autor ingl�s y lo sit�a sin dudarlo en la �poca actual. El Gran Hermano inmenso y a�n creciente, virtual, de los medios de comunicaci�n (por no hablar de los actuales "centros de espionaje", tan buscados) deja en rid�culo al bolchevique, much�simo menos sofisticado. (Otero, 2005: 39) La referencia de Chomsky, citada por Otero, no es balad�. De lo que se trata, seg�n el autor estadounidense, es de la necesidad que tiene el sistema pol�tico de mantener un nivel de control sobre la poblaci�n sin recurrir a la violencia f�sica o sectaria que se daba en m�todos totalitarios, tanto en los reg�menes de derecha (nazismo o fascismo) como los de la izquierda (comunismo, y especialmente su variante estalinista). En este control m�s sutil los medios de comunicaci�n juegan un papel fundamental como expresi�n directa del ya conocido cuarto poder o incluso como poderes afines al Estado. Esto no es nuevo, pero toma especial relevancia cuando la sociedad comienza a lograr un estado de bienestar y los medios de comunicaci�n se afianzan no s�lo como un intermediario entre la realidad y el destinatario, sino como un instrumento de ocio. Y en ese momento, especialmente efervescente tras la Segunda Guerra Mundial con la aparici�n de la televisi�n, movimientos pol�ticos como los situacionistas lo advierten de forma clara y expresa, y denuncia el uso del lenguaje por parte de los "due�os del mundo" como forma de mantener su situaci�n privilegiada en la sociedad: "La inversi�n de las palabras testimonia el desarme de fuerzas de la contestaci�n de las que se da cuenta con estas palabras. Los due�os del mundo se apoderan de los signos, los neutraliza, los invierten". (Internacional Situacionista, 2000: 342) En vista del demostrado poder que tiene el lenguaje para crear opini�n es sumamente relevante observar la terminolog�a utilizada por los medios de comunicaci�n e intentar demostrar que la neolengua de Orwell ha encontrado su espacio en la realidad m�s de medio de siglo despu�s de que este escritor regalara a la humanidad una de sus mejores obras. 4. La guerra es la paz La consigna del partido en el 1984 de Orwell es la guerra es la paz: un lema acorde con el Ministerio de la Paz, que sustituye al Ministerio de la Guerra o el Ministerio de la Verdad, donde el protagonista del libro se encarga de escribir la historia: Ocean�a estaba en guerra con Asia Oriental; Ocean�a hab�a estado siempre en guerra con Asia Oriental. Una gran parte de la literatura pol�tica de aquellos cinco a�os quedaba anticuada, absolutamente inservible. Documentos e informes de todas clases, peri�dicos, libros, folletos de propaganda, pel�culas, bandas sonaras, fotograf�as... todo ellos ten�a que ser rectificado a la velocidad del rayo (Orwell, 1995: 182). Los paralelismos de lo descrito en el libro con la �poca actual son m�s que evidentes. Basta comprobar c�mo el Islam dej� de ser un aliado de Estados Unidos en su batalla contra el comunismo para convertirse en el "enemigo" n�mero uno de la sociedad occidental. Cosas similares podemos decir de China, la antigua Uni�n Sovi�tica o diversos pa�ses de Centroam�rica. Evidentemente aqu� se trata de una cuesti�n de pol�tica internacional, pero no podemos abstraernos de las asombrosas similitudes que hay entre el 1984 de Orwell y los primeros a�os del siglo XXI, donde la guerra contra el terrorismo sirve como excusa para limitar las libertades de la poblaci�n en aras de la seguridad global, al igual que en la novela de Orwell, donde la permanente guerra �aunque con enemigos alternos� justifica el totalitarismo del Gran Hermano. La similitud es tal que se descubre adem�s que el lenguaje es utilizado tanto en el Ingsoc como en la sociedad actual para hacer creer a la ciudadan�a que la guerra asegurar� la libertad, la seguridad y la democracia. Que estas afirmaciones las haga un gobierno o un partido pol�tico es comprensible, pero no que se realicen por los medios, siempre y cuando �stos fueran objetivos y neutrales. El problema lo encontramos tan pronto como descubrimos el seguidismo que se hace de la doctrina oficial y su lenguaje. Y es que la terminolog�a que utilizan los gobiernos para definir determinados hechos o ideas se traslada mim�ticamente a los medios de comunicaci�n, que con escaso pudor optan por repetir esos t�rminos. Conocemos adem�s, que el l�xico utilizado para informar sobre un hecho tiene un valor esencial (Van Dijk 1995: 25). Tampoco hacen faltan muchos estudios para comprender que una idea, un acto o una persona puede ser calificada de muchas formas, atendiendo a los numerosos sin�nimos de los que dispone cualquier lengua y, en nuestro caso, el idioma espa�ol. Pero m�s all� de que todos los ministerios o departamentos se llamen de defensa �en lugar de guerra� existen palabras que no son ajenas a los lectores de cualquier peri�dico y que al final puede conseguir incluso que una sociedad determinada termine apoyando una guerra. Recognizing the important role played by the media in shaping and transforming political reality and influencing readers� attitudes about politics [�]. [Estudios sobre el discurso mediatico en varias guerras] reveals language as implicitly representing an ideological stance that accepts and promotes war, i.e. organized and legally sanctioned physical violence, as a viable alternative for the settling of intergroup conflict and/or regulating international relations. [1] Con esos argumentos se recoge el papel de los medios de comunicaci�n en conflictos como el de El Salvador y Nicaragua y otros pa�ses de Centroam�rica, donde Noam Chomsky hace un estudio exhaustivo del tratamiento medi�tico realizado acorde con los intereses pol�ticos del Gobierno estadounidense. Mirando un poco m�s atr�s en el tiempo los EE.UU. calificaban de �aldeas estrat�gicas� los campos de concentraci�n que creaban en Vietnam del Sur (Chomsky, 2005: 278). Lo cierto es que ejemplos hay tantos como guerras o "conflictos armados" hay en el mundo. El inter�s de un pa�s o una determinada administraci�n pol�tica va a marcar la l�nea de los medios de comunicaci�n que se podr�n sumar en masa a la defensa del Reino Unido en la guerra de las Malvinas o cubrir la guerra en Yugoslavia de una forma absolutamente err�nea y parcial (Pizarroso, 2004: 31, 37-38). Y como es de esperar, la realidad termina por disiparse en acontecimientos difusos que se escriben una y otra vez seg�n el inter�s que hay detr�s: Hay una guerra de Irak contada por los medios de comunicaci�n occidentales y otra por los medios �rabes. Hay una guerra de Irak interpretada por el Gobierno de Estados Unidos y otra por la mayor�a de los Gobiernos de Europa. Existen diferentes guerras seg�n la cuenten chi�es, sun�es, kurdos, habitantes del norte, del centro o del sur de Irak, incluso del norte, del centro o del sur de Bagdad. En Espa�a hay una versi�n de la guerra de Irak, de su origen y sus efectos construida por la izquierda y otra por la derecha. (Ca�o, 2005) 5. Dos minutos de odio Los minutos de odio de la novela de Orwell tienen como claro fin conseguir que la poblaci�n se identifique con la doctrina del Partido y comparta el odio hacia el enemigo que, como podemos observar en el libro, cambia seg�n discurre la guerra, con lo que la poblaci�n tiene que cambiar el destinatario de su odio, pese a que en los ciudadanos no hay conciencia real de ese cambio (Orwell, 1995: 180-182). Los
programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada d�a, pero en
ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el traidor
por excelencia, el que antes y m�s que nadie hab�a manchado
la pureza del Partido. [...] �l era un objeto de odio m�s
constante que Eurasia o que Asia Oriental, ya que cuando Ocean�a
estaba en guerra con alguna de estas potencias, sol�a hallarse
en paz con la otra. [...] A los treinta segundos no hac�a falta
fingir. Un �xtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar,
de aplastar rostros con un martillo, parec�an recorrer a todos
los presentes. (Orwell, 1995: 19-21) Lo tr�gico es que el odio no necesita una guerra para manifestarse. De hecho, en las sociedades actuales, el racismo se ha consolidado como una lacra que debe ser atajada, pero que, sin embargo, se extiende a los medios de comunicaci�n con una pasmosa presencia sin que nadie se percate de los mensajes nocivos y bordeando el delito que muchos hacen. Es evidente que el origen geogr�fico no origina el delito (Pablos, 1997: 86-88) por mucho que algunos medios se empe�en en considerar lo contrario y en recoger en titulares los delitos cometidos por extranjeros, y destacar en �stos la nacionalidad de los delincuentes, lo que no suele ocurrir cuando los presuntos autores del delito son nacionales o del mismo municipio o provincia que el diario en cuesti�n. Y los otros pueden ser tus mismos ciudadanos, ni siquiera es necesario que vengan de fuera, basta con que no sigan la doctrina del partido. Por eso, en el 1984 de Orwell a los disidentes y los que no apoyan el estado se les castiga y se les difama p�blicamente. Esta difamaci�n p�blica podr�a ser el objetivo de �la f�rmula del Valle del Mohawk� donde los otros, en este caso sindicalistas que se oponen al �estado de bienestar� en una comarca, terminan siendo v�ctimas de la propaganda corporativista. (Chomsky 2005: 313-314). La idea de esta f�rmula era b�sicamente movilizar a la comunidad contra los huelguistas y los activistas sindicales, presentando una imagen negativa que a d�a de hoy es habitual. Pr�cticamente es imposible encender la televisi�n sin verla. Desde que se experiment� en los a�os 30, esa imagen ha corrido a raudales. Y hasta el d�a de hoy, que las empresas y las grandes corporaciones marcan el desarrollo de la sociedad en dura o estrecha pugna con los estados. (Chomsky, 2005: 313-314) Parece l�gico considerar que con el fin de la guerra fr�a, sus enfrentamientos entre los Estados Unidos y la Uni�n Sovi�tica, se puso fin al mismo tiempo, a una no menos importante batalla entre el capitalismo y el socialismo. De esta forma, y tal y como augur� el pensador y pol�tico estadounidense Francis Fukuyuma en su obra El fin de la historia, ya no habr�a m�s ideolog�as. El capitalismo, en ese momento, seg�n explican y argumentan muchos historiadores y soci�logos, pas� a llamarse globalizaci�n, adoptando as� un t�rmino mucho m�s neutro y que no conten�a la carga negativa que, para muchos, ten�a el capitalismo. Y as� se confirma la tendencia de las grandes y medianas corporaciones de suavizar su imagen, recurriendo a la neolengua, para evitar ser acusadas de primar en exceso los intereses econ�micos por encima de los intereses de sus trabajadores, empleados o asalariados. La prueba del nuevo lenguaje usado por las empresas resulta m�s que evidente, con los recursos humanos a la cabeza, que sustituyen a los antiguos departamentos de personal o, de forma m�s habitual, los expedientes de regulaci�n de empleo, que es tan s�lo un mero eufemismo de la palabra despidos, que, como es obvio, no cuenta con la misma aceptaci�n por parte de la opini�n p�blica. Es nuevamente Noam Chomsky el que hace un an�lisis bastante amplio de la propaganda corporativista, defini�ndola como una "industria inmensa" que, entre otros, controla los medios de comunicaci�n con el �nico fin de "controlar la mentalidad p�blica", es decir, "la mayor de las amenazas a las corporaciones desde el comienzo del siglo XX". (Chomsky 2005: 310). Esto tiene una consecuencia m�s que evidente: los medios de comunicaci�n, como grandes corporaciones y, a su vez, defensoras de otras grandes corporaciones, lanzan mensajes de adhesi�n a los nuevos partidos y proclaman sin cesar las bondades de las empresas, pa�ses y sectores sociales. Mientras tanto, los otros, los destinatarios de los minutos de odio, son reflejados como los enemigos del estado del bienestar. Afortunadamente para una gran parte del mundo occidental los s�tanos del Ministerio del Amor y la polic�a del pensamiento no existen, o eso dicen los medios de comunicaci�n del Gran Hermano. 6. Conclusi�n No es dif�cil llegar a la conclusi�n de que el lenguaje puede modelar el pensamiento humano. De hecho, ya partimos con esa premisa: el lenguaje se aprende de una forma natural y, con �l, puesto que las palabras no son hechos abstractos y llevan aparejados unos contenidos, se van asimilando ideas o conceptos, hasta que todo el conjunto crea un pensamiento que es personal. Los debates en la ling��stica est�n a la orden del d�a y a�n existen discusiones acerca de si el pensamiento humano determina el lenguaje o si, por el contrario, el lenguaje es el que engloba y determina lo que el ser humano piensa. El problema est� quiz�s en palabras que no tienen una representaci�n visual, como pudiera ser el caso de libertad, democracia, justicia, o las referidas, como dijimos antes, a sentimientos o sensaciones. Sin embargo, hoy no se contempla, por ejemplo, la posibilidad de que exista una democracia que no tenga un parlamento o un congreso y, desde luego, podemos observar c�mo se intenta expandir por Oriente medio un concepto de democracia occidental que choca con la poblaci�n de esos pa�ses. Lo mismo podr�amos aplicar a una multitud de t�rminos que tienen una consideraci�n distinta en cada pa�s o incluso regi�n y cuyo significado est� determinado por los que est�n posesi�n de las palabras. Donde tampoco tiene que haber duda alguna es al comprobar c�mo las personas terminan confluyendo sus pensamientos individuales. Es algo extra�o pensar que el individuo, como ser �nico, elabora su propio pensamiento de forma aislada y posteriormente confluye con otros. Resultar�a de esta manera muy extraordinario comprobar que palabras, esencialmente aquellas que no tienen un significado fijo o concreto �referidas especialmente a contenidos o conceptos abstractos e inmateriales�, tengan la misma representaci�n conceptual en sujetos que no se conocen y cuyas vidas apenas tienen nada que ver. Y la respuesta viene de la mano de van Dijk, con su mirada incisiva sobre las estrategias de manipulaci�n, legitimaci�n, creaci�n de consenso y el resto de mecanismos discursivos que influyen en el pensamiento, lo que conlleva la adopci�n de una postura cr�tica y de oposici�n contra los que ocupan el poder y las elites, particularmente contra aquellos que abusan de su situaci�n, como es el caso del protagonista de 1984, que se rebela contra ese poder y que, curiosamente, trabaja como encargado de adecuar las noticias ya existentes a las nuevas realidades como parte de su empleo de propagandista del sistema, en una especie de gabinete de prensa que cumple su funci�n eficientemente. Las dudas est�n disipadas desde hace tiempo, puesto que, a pesar de que hay excepciones en las que el lenguaje surge de la calle y se extiende de forma incontrolada e imprevista, la mayor�a de las palabras �especialmente las que pueden ser peligrosas para el Gran Hermano de Orwell� suelen tener unos significados concretos y bien definidos. La utilizaci�n de tipos concretos de lenguaje con prop�sitos pol�ticos forma parte de una larga tradici�n hist�rica en el desarrollo humano y, para comprender cualquier sistema pol�tico, debemos comprender el significado creado por ese sistema. En lugar de aceptar a ciegas el sentido, uso y verdad de los l�deres pol�ticos y las noticias, tenemos la obligaci�n, como ciudadanos de un Estado democr�tico, de cuestionar, discutir y comprender el lenguaje que nos proporcionan quienes afirmar representar nuestros intereses. (Collins y Glober, 2003: 13) La propuesta y la interpelaci�n al individuo para que �ste sea consciente del lenguaje que est� asimilando no debe ser pasada por alto. De lo que se trata es de ejercer una asimilaci�n de la informaci�n de forma activa, es decir, que el sujeto sea consciente de lo que lee, escucha o ve por la televisi�n. La credibilidad que se otorga a los medios de comunicaci�n como verdaderos y fieles transmisores de la realidad debe ser desterrada de forma inmediata. Tampoco se trata de afirmar que los medios mienten, pero s� de comprender que el lenguaje que se utiliza, con sus expresiones y t�rminos, lleva aparejado unos conceptos que est�n estudiados para modelar y dirigir la sociedad en una direcci�n determinada. Resulta tentador entrar, en este punto, a destacar algunos aspectos que se encuadrar�an en el plano de la pol�tica o sociolog�a, pero no ser�a necesario, ya que el prop�sito no es desmitificar o criticar determinados sistemas pol�ticos, sino comprobar que los medios de comunicaci�n repiten una y otra vez un lenguaje que s� tiene un fin pol�tico. A�n as�, ser�a necesario apuntar que no hay sistema pol�tico que no pretenda modelar las palabras y darles un concepto determinado �es pr�cticamente imposible�. Quiz�s, la �nica opci�n que le queda al individuo es aprender por s� mismo y comparar el lenguaje utilizado, con sus respectivos t�rminos y expresiones, en distintos conceptos y �pocas. Y en este aspecto los medios de comunicaci�n son los que deber�an buscar esa objetividad y ser consecuentes con una terminolog�a concreta, y no utilizarla tal y como hace un pa�s o sujeto determinado. Los resultados ser�an estremecedores, ya que observar�amos c�mo, por poner un ejemplo muy recurrente, los terroristas ser�an, seg�n los diccionarios, los sujetos que cometen actos destinados a infundir terror. Sin embargo, tal y como son descritos por los medios, en algunos lugares y dependiendo del inter�s pol�tico, algunos s� son terroristas mientras que otros sujetos, con actos similares, no s�lo no son calificados de tal forma, sino que pueden ser considerados como ejemplos para la ciudadan�a. La soluci�n a esta disfunci�n del lenguaje parece compleja, puesto que el idioma es algo vivo, que evoluciona cada d�a y que se enriquece o se empobrece �seg�n las opiniones� con las diversas aportaciones que vienen de otros idiomas, de otros pa�ses o de distintos estratos sociales. Lo que no parece tan complejo es exigir a los medios que no caigan en el error de repetir el lenguaje que nos indica la fuente y, especialmente, cuando la fuente tiene la osad�a de afirmar que est� en posesi�n de la verdad. Posiblemente la �nica soluci�n pasa por informar, dar los hechos, describir los acontecimientos y que sea el receptor de la informaci�n el que decida valorarla y aplicar los calificativos o t�rminos que desee. Puede que sea posible, pero no parece sencillo. 7.
Bibliograf�a CHOMSKY, Noam (2005): Sobre democracia y educaci�n, Paid�s, Barcelona. COLLINS, John. y GLOVER. Ross (2003): Lenguaje colateral, P�ginas de Espuma, Madrid DIJK, Teun A. van: (1995): "Ideology Analysis",; en Sch�ffner, Christina y Wenden, Anita L. (editores), Language and peace, Dartmouth. Aldershot. --- (1998): Ideolog�a y discurso. Ariel, Barcelona, 2003. GALEANO, Eduardo (2000): Patas arriba, Siglo XXI, Madrid. INTERNACIONAL SITUACIONISTA (2000): n� 9. Volumen II, Literatura Gris, Madrid. LEVI, Primo (1998): Si esto es un hombre, El Aleph Editores, Barcelona. ORWELL, George (1995): 1984, Editorial Destino, Barcelona. OTERO, Carlos (2005): en Chomsky, Noam, Sobre democracia y educaci�n, Paid�s, Barcelona. PABLOS, Jos� Manuel de (1997): Amarillo en prensa, Ediciones Idea, Tenerife. PIZARROSO, Alejandro (2004): "Guerra y comunicaci�n" en Contreras, Fernando y Sierra, Francisco (editores), Culturas de guerra, C�tedra, Madrid. RENOLD,
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(editores), Lenguaje colateral, P�ginas de Espuma, Madrid. 8.- Notas [1] Sch�ffner, Christina y Wenden, Anita L. (editores), Language and peace. Dartmouth. Aldershot, 1995. P. xvi. �Reconociendo el importante papel que desempe�an los medios de comunicaci�n en modelar y transformar la sociedad pol�tica e influenciar en las posturas de los lectores con respecto a la pol�tica [�][Un estudio sobre el discurso medi�tico en la guerra del L�bano] revela que el lenguaje representa impl�citamente una postura ideol�gica que acepta y promueve la guerra, como, por ejemplo: violencia f�sica organizada y legalmente sancionada como una alternativa viable para resolver los conflictos entre varias partes y/o regular las relaciones internacionales. (Traducci�n Samuel Toledano) |
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