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Revista
Latina de Comunicaci�n Social 61 enero � diciembre
de 2006 |
Edita: LAboratorio de Tecnolog�as de la Informaci�n
y Nuevos An�lisis de Comunicaci�n Social |
FORMA
DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAF�AS, SEG�N LA APA: [Revisor/ra: En las �ltimas d�cadas, desde las m�ltiples disciplinas que tratan de comprender la din�mica social, se han desarrollado numerosos esfuerzos por producir una articulaci�n entre los abordajes denominados �microsocial� y �macrosocial�, desde varias miradas. Entre ellas, vislumbrar el campo de vinculaciones entre la acci�n del sujeto y la acci�n colectiva, o analizar los procesos sociales a la luz de producci�n te�rica del campo del sujeto. Este art�culo es un inteligente ejemplo de �sta �ltima perspectiva, en el que la autora con indudable consistencia te�rica, analiza ciertos procesos sociales (las conductas compulsivas orientadas al consumo) de la d�cada de los �90 en Argentina, utilizando los aportes de algunos conceptos del psicoan�lisis lacaniano.]
La
d�cada de los noventa en la Argentina. Ideolog�a y subjetividad
en la sociedad menemista
Mgter.
Mariana G�mez �
[C.V.] Resumen: En este trabajo se presenta una lectura del per�odo argentino denominado �menemismo� desde dos ejes: el concepto de ideolog�a, a partir de los aportes de Voloshinov, Althusser y Zizek y desde la noci�n lacaniana de �goce�. Desde este marco te�rico se analiza c�mo la sociedad argentina durante la d�cada de los noventa responde a un estilo particular de hacer pol�tica. Un estilo donde la ausencia de ley, como consecuencia de la trasgresi�n del sistema de gobierno, produce una sociedad que no encuentra f�cilmente un anclaje significante. Al mismo tiempo, se analiza c�mo esto impide dar cohesi�n a su universo simb�lico e identitario, terminando, esta sociedad, por organizarse alrededor de los objetos de consumo. Desde este lugar se plantean los objetos de consumo como objetos fetiches a partir de las categor�as marxista y freudiana y se concluye en que la corrupci�n como medio para ejercer el gobierno no deber�a ser vista solamente como un tema �tico sino adem�s, como un tema institucional e ideol�gico. Palabras
clave: Argentina
�
menemismo
� pol�tica � subjetividad
�
ideolog�a �
consumo �
fetichismo
�
exhibicionismo
�
corrupci�n
�
ley �
sociedad
�
�tica �
clase media �
neoliberalismo �
privatizaci�n �
gadgets �
mercanc�a � transgresi�n � econom�a �
mercado � capitalismo � discurso � psicoan�lisis
� Freud � Lacan. Abstract: In this work a reading of the Argentinean period is presented denominated "menemismo" from two axes: the ideology concept, starting from the contributions of Voloshinov, Althusser and Zizek and from the lacanian notion of "enjoyment". A style where the law absence, as consequence of the trasgresi�n of government's system, a society that doesn't find a significant anchorage easily takes place. At the same time, it is analyzed how this produces a society that doesn't find a significant to give cohesion to its symbolical and identified universe, ending to organize at themselves around of consume objets. From this place it is thinks about the consumption objects as objects fetishes starting from the categories Marxist and Freudian and concludes in that the corruption like means to exercise the government should not only be seen as an ethical topic but also, as an institutional and ideological topic. Key Words: Argentina � menemism � politic � subjectivity � ideology � consume � fetishism � exhibitionism � corruption � law � society � ethics � middle class � neoliberalism � privatization � gadgets � merchandise � transgression � economy � market � capitalism � discourse � psychoanalysis � Freud � Lacan. Sumario: 0. Introducci�n. 1. Algunas consideraciones previas acerca de la noci�n de ideolog�a. 2. Menemismo, enga�o e ideolog�a. 3. La sociedad menemista. Gadgets, fetichismo y exhibicionismo. 4. Menemismo, �lo saben, pero lo hacen�. 5. Conclusi�n. 6. Bibliograf�a. 7. Notas. Summary: 0. Introduction. 1. Previous considerations about the notion of �ideology�. 2. Menemism, deception and ideology. 3. The Menemist society. Gadgets, fetishism and exhibitionism. 4. Menemism, �They know but they do it". 5. Conclusions. 6. Bibliography. 7. Notes.
El presente art�culo pretende realizar una lectura del contexto socio pol�tico que abarca la d�cada de los noventa en la argentina, conocida como la �d�cada menemista�. Dicho an�lisis ser� desarrollado a partir de dos ejes: a) lo ideol�gico, porque consideramos a este factor como parte de la l�gica objetiva del funcionamiento de la realidad [1] en tanto y en cuanto produce el �adentro� en el cual se incluye el sujeto d�ndole garant�as de pertenecer al sistema y b) la subjetividad de la �poca a partir del concepto lacaniano de �goce�. Este �ltimo concepto nos ha permitido realizar ciertos an�lisis, principalmente, en torno a la cuesti�n de los objetos de consumo y desde las posiciones subjetivas teorizadas por el psicoan�lisis como son el fetichismo y el exhibicionismo, para poder ver el modo en el que la sociedad menemista, fundamentalmente, la clase media, organiza su vida a partir de las ganancias que inconscientemente obtiene de sus pr�cticas y que, a su vez, la identifican en t�rminos subjetivos [2]
Seg�n Althusser (1988), la expresi�n �ideolog�a� fue creada por Cabanis, a�os despu�s, se�ala el autor, Marx retoma el t�rmino y lo ubica como el sistema de ideas, de representaciones, que domina el esp�ritu de un hombre o de un grupo social. Decimos lo domina, en tanto el sujeto no tiene manejo de la ideolog�a. Es
Voloshinov qui�n explica que: �Todo signo ideol�gico
no s�lo aparece como un reflejo, una sombra de la realidad, sino
tambi�n como parte material de esta realidad� (Voloshinov,
1992:39). As�, para este autor, que entiende que donde haya signo
hay ideolog�a puesto que todo lo ideol�gico posee una significaci�n
s�gnica, es posible hablar de �cadena ideol�gica�,
en tanto sabemos que un signo siempre va encadenado a otro. �Esta
cadena ideol�gica se tiende entre las conciencias individuales
y las une. Los signos surgen, pues, tan s�lo en el proceso de interacci�n
entre conciencias individuales� (Voloshinov, 1992:38). Entonces,
se trata, para Voloshinov, de un sujeto sujetado por la ideolog�a,
m�s all� de su voluntad, m�s all� de lo que
el mismo pueda elegir, creer o saber de la ideolog�a que lo toma
en sus pr�cticas cotidianas [3]. Lo que Althusser se�ala con respecto a estos dos aparatos es que se complementan: �Ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemon�a sobre y en los aparatos ideol�gicos de Estado - por lo tanto � [�] los aparatos ideol�gicos del Estado pueden no s�lo ser objeto sino tambi�n lugar de la lucha de clases� (Althusser, 1988: 28) En s�ntesis �Qu� ser�a, entonces a la luz de este recorrido una operaci�n ideol�gica? Ser�a la sustituci�n de las partes por el todo y del efecto por las causas. Es en el momento en que esta sustituci�n se cristaliza como algo natural, que la historia se vuelve naturaleza, que la operaci�n ideol�gica a triunfado y se manifiesta en enunciaciones como estas: �pobres siempre habr� porque siempre los hubo� o �a la pobreza hay que ocultarla� [4]. As�, tras esta operaci�n lo que se legitima es un orden dado, una relaci�n de poder, un modo de funcionamiento. Lo interesante es que, as� como Voloshinov toma la v�a del signo, Althusser trabaja la ideolog�a como aquel agente que tiene por funci�n la construcci�n de los individuos concretos en sujetos. A partir de entonces el sujeto es tomado por la ideolog�a desconoci�ndola. En ese sentido, uno de los efectos de la ideolog�a es la negaci�n pr�ctica por parte de la ideolog�a del car�cter ideol�gico de �sta. Por eso, para el autor, la ideolog�a no tiene un afuera (Althusser, 1988). Por el contrario, lo que produce la ideolog�a es el adentro en que se incluye el sujeto, que da la garant�a de pertenecer al sistema y es, justamente, �sta la base del aparato ideol�gico del Estado, hacer que los sujetos �marchen solos�, sin preguntarse demasiado a d�nde van. Este �marchar solos� es el proceso elemental que reproduce la ideolog�a dominante en el seno mismo del movimiento social, este �marchar solos� incluye lo que Althusser explica: �[�] el sujeto act�a en la medida en que es actuado por el sistema [�] ideolog�a existente en un aparato ideol�gico material que prescribe pr�cticas materiales reguladas por un ritual material, pr�cticas �stas que existen en los actos materiales de un sujeto que act�a con toda conciencia seg�n su creencia� (Althusser, 1988: 50). Es entonces, en el plano de las pr�cticas sociales donde la ideolog�a silenciosamente se reproduce y fortalece, pr�cticas que sostienen todos los actores sociales implicados. Voloshinov lo explica as�: existe una enorme zona de la comunicaci�n ideol�gica que no se deja relacionar con esfera ideol�gica alguna. Es la zona de la comunicaci�n en la vida cotidiana. �sta es sumamente rica e importante en contenido. Por un lado, se conecta directamente con los procesos de la producci�n, pero por el otro, toca las esferas de las diversas ideolog�as ya formadas y especializadas (Voloshinov, 1992). Aqu� se incluye toda pr�ctica cultural ya que, seg�n Voloshinov, cuando al se�alar el valor esencial de la palabra como el elemento subjetivo y social sobre el cual se constituye todo lo humano, dice que no existe ni un solo signo cultural que no forme parte de una conciencia estructurada verbalmente, es decir, que no forme parte de la estructura de la palabra. Por eso sostiene: �la palabra acompa�a, como un ingrediente necesario, a toda la creaci�n ideol�gica en general� (Voloshinov, 1992: 38). Podemos deducir, entonces, que no existe ni un solo signo cultural que quede aislado de la ideolog�a. Como vemos, estas posiciones plantean una dial�ctica que excede el binomio: dominantes-dominados y llevan la cuesti�n a una complejidad que necesita de un abordaje que incluya, adem�s, coordenadas que involucren al Psicoan�lisis. Es desde esta teor�a que intentaremos abordar la l�gica de la ideolog�a menemista, a partir de pensar el �goce�, como la satisfacci�n inconsciente que circula alrededor de las pr�cticas que la legitimaban, partiendo de la idea de que la ideolog�a conlleva, precisamente, un n�cleo de �goce� (Zizek, 1998) [5]
El menemismo adviene al poder en la Argentina en 1989. Carlos S. Menem es elegido, principalmente, por amplios sectores populares a partir de su presentaci�n como el heredero de los sue�os "justicialistas" [6], aunque termine haciendo exactamente lo contrario al poner en pr�ctica ideas sociales y econ�micas neoliberales (Bor�n, 2000). En efecto, el modelo econ�mico, social y cultural instalado a partir de Carlos Menem durante la d�cada del noventa difiere en un todo de la primera, segunda y hasta la tercera presidencia de Per�n. De all�, el uso frecuente del termino �menemismo�, en lugar de �peronismo�. En este sentido, hacer referencia al �menemismo� supone aludir a un estilo de hacer pol�tica que va en contra de la transparencia, de la independencia de poderes y que promueve una ideolog�a neoconservadora (Wortman, 2004). No obstante, este modelo es reelegido en una segunda oportunidad, lo que nos habla de una cierta convalidaci�n y aceptaci�n de sus postulados y pr�cticas por parte de amplios sectores de la sociedad argentina. Para
Bor�n (2000) si un programa de reestructuraci�n neoliberal
como el del menemismo fue posible se debi�, en gran parte, a la
subordinaci�n de la econom�a argentina, a las clases dominantes
del sistema capitalista internacional y, muy particularmente, al capital
financiero, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. No se
trataba, �nicamente de una "dependencia externa", sino
de una articulaci�n compleja entre los intereses del bloque burgu�s
predominante en Argentina y los de los amos financieros del mercado mundial,
que hicieron que aqu�llos aplicaran el modelo econ�mico
que los intelectuales org�nicos, el "Consenso de Washington�,
crearon para remodelar el mundo en funci�n de sus intereses [7]. Pero adem�s, las reformas se centraron en una disminuci�n del gasto p�blico a partir de la privatizaci�n de empresas estatales. Esto estuvo acompa�ado por una pol�tica de apertura econ�mica que posibilit� la libre competencia entre empresas locales y extranjeras con el fin de garantizar inversiones extranjeras y acceso a mayor abundancia de bienes de mejor calidad. Estas medidas permitieron dar la sensaci�n de cierta estabilidad econ�mica y un incremento en los ingresos de capital, aunque, no sustentaron la generaci�n de divisas propias (Tessi, 2004). Esta expansi�n econ�mica finaliz� con la crisis del Real [10] en 1995. Posteriormente la crisis de 1997 afecto en gran medida el precio de las materias primas mundiales, esto le gener� a la Argentina la reducci�n de ingresos de divisas por venta de materias primas. Finalmente la crisis rusa de 1998 produjo una situaci�n de retracci�n de la disponibilidad y encarecimiento de los cr�ditos internacionales, adem�s de un aumento en las tasas de inter�s (Tessi, 2004). 3. La sociedad menemista. Gadgets, fetichismo y exhibicionismo Durante el menemismo se produjo un fen�meno conocido como el de los �nuevos pobres�. Este empieza a mostrar sus signos hacia fines de 1980 a partir del cual los sectores medios estaban siendo afectados de manera creciente por las ininterrumpidas crisis y cambios econ�micos. Estos sectores se empezaron a encontrar en un proceso de ca�da que los llev� a tener ingresos por debajo de la l�nea de la pobreza (Minujin, 2001). A comienzos de la d�cada del noventa, este proceso se hace evidente y se profundiza a partir del modelo neoliberal. Paralelamente a estos acontecimientos la estabilidad econ�mica y de precios tranquiliz�, como dijimos, a la sociedad en su conjunto. Lo que dio mayores posibilidades de consumos a las clases medias al surgir la posibilidad de pagar la cuota de la casa propia, los electrodom�sticos, el auto nuevo, etc. Esto hizo evidente la generalizaci�n de un consumo desmedido y una cierta ostentaci�n del mismo. Fen�meno social que es posible de ser pensado bajo ciertos conceptos psicoanal�ticos. 3.1. Los gadgets, suplencia de una falta Lacan
plantea que el �discurso cient�fico� (Lacan, 1995b) ha
engendrado todo tipo de instrumentos denominados gadgets. En su Seminario
20 �Aun� plantea a los sujetos como sujetos de instrumentos
que van desde el microscopio a la radio-televisi�n y que se han
convertido en elementos de existencia. Lacan sostiene que estos objetos
forman parte del discurso cient�fico, en tanto un discurso es lo
que determina una forma de v�nculo social. Ya en el Seminario 11
�Los cuatro conceptos fundamentales del psicoan�lisis�
(1995a) hab�a planteado a estos aparatos, no solamente como solicitando
nuestra visi�n, sino m�s bien suscitando la mirada. Una
mirada de car�cter omnipresente �planetarizada y hasta estratosferizada�. Por eso, para Lacan, el gadget es un s�ntoma, en el sentido en que suplanta una falta, que viene a ocupar un lugar de algo que no hay. Y es la ciencia el mayor productor de gadgets, es ella quien nos ha procurado de algo para distraer el hambre en lugar de lo que nos falta en la relaci�n de conocimiento. Dice Lacan:� Nos procura en su lugar algo que para la mayor�a de la gente, en particular todos los aqu� presentes, se reduce a gadgets: la televisi�n, el viaje a la luna �y a �ste no vamos todos, s�lo unos pocos elegidos; pero lo vemos por televisi�n� (Lacan, 1974: 107). A�n as�, sabemos, ning�n gadget puede eliminar la �falta en ser� subjetiva. Para Freud es la �pulsi�n de muerte� la encargada de refrendar este descontento que transita por el interior del aparato ps�quico y esta permanente prohibici�n de la satisfacci�n pulsional, impedir� el equilibrio que procura el principio de placer, el bienestar pleno y permanente por el cual ha bregado, quedando en circulaci�n una insatisfacci�n a modo de �cuerpo extra�o�. Lacan a este �cuerpo extra�o� que opera como �l�mite interno� lo denominar� �objeto a� que operar� como inconveniente que desequilibrar� el circuito cerrado del �principio de placer� impidiendo su cierre al introducir el displacer. As�, nuevamente el aparato ps�quico se acomodar� al encontrarle un cierto placer perverso a este displacer que se dedicar� a rondar este objeto perdido que se tornar� inalcanzable. Esto lleva a encontrar placer en el sufrimiento, en el exceso, en el l�mite de lo permitido y es a esta satisfacci�n a la que Lacan llamar� �goce�, como hicimos referencia m�s arriba. Si se habla de movimiento circular es por que, precisamente, el objeto a no es sino cierta curvatura del propio espacio que provoca que demos una vuelta cuando queremos alcanzar directamente el objeto. El objeto a queda como abertura en el c�rculo cerrado del �principio de placer� que lo obliga permanentemente a tener en cuenta el exterior, a estar atento a la realidad. Lacan dir� que sirve como sost�n de la realidad. La relaci�n existente entre el objeto a y la realidad es que el objeto a impide desde el interior del aparato ps�quico el normal funcionamiento de �ste, mientras que la realidad opera como el l�mite externo. Dentro de lo que es la realidad exterior ubicar�amos actividades como el trabajar, estudiar, etc., es por ello que Freud se�ala que la salud est� en relaci�n con la capacidad de amar y trabajar y lo dice en un contexto en el cual la valoraci�n positiva del trabajo era algo que se ven�a dando a partir del siglo XVIII (acentuada en el siglo XX, a partir del desarrollo del capitalismo y la necesidad de revalorizar el trabajo como fuente de riqueza). De all� que, habiendo perdido el trabajo su centralidad durante el periodo menemista las relaciones sociales se terminan por constituir en torno a una nueva actividad que implica un nuevo orden, el consumo. Es decir, una vez disperso, descentrado y flexibilizado el �mbito de la producci�n, la organizaci�n, la integraci�n y la construcci�n de la identidad social se trasladan al �mbito del consumo. A partir de esto, los sujetos ya no se constituyen como productores agrupados, sino, como consumidores individuales capaces de consumir incesantemente nuevos est�mulos y mercanc�as (Benitez Larghi, 2004). De este modo, una sociedad que hab�a sido organizada alrededor de significantes claves como �el trabajo� no encuentra f�cilmente, en el contexto descripto, otro anclaje significante que pueda suplantarlo y dar cohesi�n a su universo simb�lico e identitario. El organizador, entonces, ser�: los art�culos de consumo. 3.2. El consumo en los noventa. Gozar del fetiche Marx hace de los objetos de consumo cosas dotadas de vida. Dice: �...la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto f�sico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercanc�a, la mesa se convierte en un objeto f�sicamente metaf�sico. No s�lo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las dem�s mercanc�as, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho m�s peregrinos y extra�os que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso.� (Marx, 1986: 46) Vemos como Marx, otorga al objeto un �nima, una personalidad. Esta correspondencia entre valor �objetivo� y valor �subjetivo� tiene un correlato epistemol�gico con el psicoan�lisis. Como se�ala Zizek (1992) �hay una homolog�a fundamental entre el procedimiento de interpretaci�n de Marx y Freud. Para decirlo con mayor precisi�n entre sus an�lisis respectivos de la mercanc�a y de los sue�os�. El fetiche es un concepto que procede del estudio antropol�gico de las religiones de comunidades llamadas primitivas. Como se sabe, muchos grupos tribales creen que ciertos objetos inanimados poseen poderes. Los exploradores portugueses del siglo XV llamaron a estos objetos feitico queriendo decir encanto o sortilegio. Esto despu�s se volvi� �fetiche� y cerca de fin del siglo XIX Krafft-Ebbing y Freud recuper�ndolo, hicieron uso del t�rmino para describir objetos que poseen un poder sexual que puede competir con, o eclipsar, el poder er�tico del cuerpo humano. Es un concepto acerca del valor o el poder que tiene un objeto o un rasgo, poder inexplicado salvo por la noci�n de renegaci�n [11], en tanto se niega y afirma al mismo tiempo lo que, destinado a permanecer oculto, se devel�, En el
caso de Marx, la mercanc�a en el mercado aparece dotada de un valor
propio, el precio. Pero ese precio de mercado oculta el costo de producci�n,
el tiempo de trabajo de x operarios para lograr un resultado. Los bienes
entran en el mercado y tienen un precio que fija la accesibilidad y competencia,
en funci�n del tipo de arreglos o prioridades que establezcan los
due�os de los medios de producci�n y de la demanda de esa
mercanc�a. Sin embargo, esta noci�n de fetichismo de la mercanc�a resulta opuesta a lo que Freud entiende por fetichismo en sentido psicoanal�tico ya que para Freud el objeto no remite al trabajo del productor sino que se relaciona, en su efecto de fetiche, con el consumidor. Empleando la terminolog�a de Marx, el fetiche para Freud no tiene que ver con el valor de producci�n sino con el valor de uso (Zizek, 1992). A trav�s del fetiche, quien se siente atra�do por �l reniega la castraci�n femenina sin negarla directamente. Esto implica una paradoja, seg�n la cual el sujeto sostiene, a trav�s del fetiche, la creencia en un objeto ilusorio que, sin embargo, �l mismo sabe que no existe (Freud, 1986). Decir reniega a la castraci�n femenina, implica decir: reniega a la representaci�n de la falta, lo que el sujeto no quiere saber entonces es que en alg�n lugar hay un registro que le recuerda que el sujeto no est� completo. Lacan desplaza el problema, al desligarlo de la renegaci�n de la falta de pene femenino y su invenci�n alucinatoria v�a el fetiche cuando define el deseo como el excedente entre la necesidad y la satisfacci�n. Como aquello que confundido en principio con la necesidad (fisiol�gica) no se deja, sin embargo, absorber o resolver mediante una satisfacci�n de esa supuesta necesidad. Este excedente "insatisfecho" es lo que tiene el deseo de significante cultural. Surge all� el deseo que ir� a volcarse a diferentes sustitutos que encubran dicha insatisfacci�n, sin lograrlo jam�s. El deseo se produce, al decir de Lacan, m�s all� de la demanda puesto que nunca puede satisfacerla y tambi�n m�s ac� de la demanda porque �sta le significa su falta-en-ser (Lacan, 1999). En este sentido, no es dif�cil concluir que la multitud de mercanc�as que presenta el capitalismo siempre cambiantes, siempre renovadas, le confieren al sujeto la ilusi�n de completud estructuralmente imposible. Esta expectativa de consumo se vio claramente plasmada en el discurso pol�tico y social menemista [12] que reivindicaba, adem�s del valor de los objetos, el valor de los servicios en la calidad de vida. Por ello, en tanto proveedor de servicios no pod�a estar ajeno a nuevas formas de consumo de servicios y a una creciente revalorizaci�n del cliente, uno de los argumentos que avalaron las privatizaciones. Por otra parte, tanto los periodistas como los especialistas en Marketing terminaron por erigirse en nuevos formadores de opini�n que orientaron la vida y costumbres de la clase media en sus ansias por encontrar patrones capaces de brindar signos de certidumbre frente a un mundo tan desconcertante que amenazaba con excluir a aquellos que no consiguieran adaptarse. De este modo, la cultura del trabajo fue reemplazada por la cultura del consumo basado en el cr�dito f�cil y el acceso a productos y s�mbolos de moda a nivel mundial (Ben�tez Larghi, 2004). Pero, el consumo no s�lo deb�a hacerse, sino tambi�n mostrarse. 3.3. El exhibicionismo menemista. Mostrar el goce Una fracci�n de la clase media argentina que se vio favorecida por estos cambios en esta d�cada no s�lo comenz� a consumir bienes estrictamente vinculados con la publicidad sino tambi�n con aspectos relacionados a la ense�anza del consumo. Se busc� apelar al deseo excediendo los �mbitos publicitarios mostrando y educando a la sociedad a trav�s de notas reproducidas en medios de comunicaci�n que mostraban estilos de vida construidos a partir del gusto y de ideales de consumo fundados en la imagen o en los envases, como el caso de las contra etiquetas de ciertas bebidas alcoh�licas como el vino. (Tessi, 2004). Para Zizek (2003) las marcas se constituyen en significantes amo vac�os que connotan la experiencia cultural de pertenecer a un cierto estilo de vida y que va mas all� del papel fetichizado del logotipo. Estas nuevas formas de mercantilizaci�n fueron denominada por Jeremy Rifkin como �capitalismo cultural� en donde la relaci�n entre objeto y s�mbolo se ha invertido: la imagen no representa al producto, sino que �ste representa a la imagen (Zizek, 2003b) Vemos c�mo el capital es acumulado de un modo tal que se vuelve imagen y mostraci�n. La exhibici�n funciona como mecanismo de relaci�n entre los sujetos. La sociedad menemista fue una sociedad del espect�culo. Adem�s,
la belleza y la juventud empiezan a operar como plus de goce. Aparece
la �cultura del narcisismo� inscripta en un contexto social
caracterizado por la degradaci�n del trabajo y la b�squeda
de satisfacci�n en el �mbito de la vida privada. Por ello,
el mercado de las marcas [y el consumo de �belleza�] terminan
siendo proveedores de identidad (Uhart, 2004). La mirada para el psicoan�lisis es uno de los objetos pulsionales de los que un sujeto goza. Lo interesante es que es el objeto mas h�bilmente escurridizo para la castraci�n. La mirada entra�a la trampa del ojo, es la posibilidad de hacer ver, dar ver o mirar al sesgo de lo que no se quiere ver. Es por eso, que la mirada funciona como el velo mismo de aquello que supuestamente encubre: la falta. Poner el objeto ante los ojos del otro para tapar lo que hay detr�s, es una conducta propiamente perversa de renegaci�n de la falta y es precisamente la conducta del exhibicionismo, en la torsi�n que lo enlaza al fetichismo (en tanto el objeto que se pone como condici�n para ser mirado es un fetiche), lo que encubre eso que no hay. 4. Menemismo, �lo saben, pero lo hacen� Es en este marco que comienza un proceso de empobrecimiento general que se acompa�a del desarrollo de una ideolog�a neoliberal que se dirig�a a legitimar el abandono por parte del estado del cumplimiento de funciones asumidas hist�ricamente como la prestaci�n de servicios b�sicos. As� el empobrecimiento no s�lo se dio en t�rminos econ�micos sino tambi�n en t�rminos sociales y �ticos ya que la hegemon�a de esta ideolog�a fue introduciendo de a poco un estilo de pensamiento darwineano, basado en la supervivencia del m�s apto seg�n las v�as del mercado (Feijoo, 2003). Lograda la estabilizaci�n monetaria con el Plan de Convertibilidad de Cavallo [14] en 1991 el gobierno de Menem obtiene una seguidilla de victorias electorales. As�, el oficialismo triunfa en las elecciones de 1993 pese a sus costos sociales y gracias a una pol�tica efectiva de lucha contra la inflaci�n que asegur� un s�lido consenso social. De este modo, la sociedad apoy� a la fuerza pol�tica capaz de darle estabilidad monetaria al ahuyentarle los fantasmas de la imposibilidad de cancelar las cuotas en las que se hab�a embarcado. En este sentido, el impacto de la hiperinflaci�n hab�a sido muy fuerte, porque repentinamente coloc� a la sociedad en situaciones l�mites en t�rminos de inseguridad e incertidumbre. Cualquier cosa fue aceptada como precio para eliminarla. Para Bor�n, si el precio a pagar por la estabilidad econ�mica que calmara estos temores y ansiedades fue un deterioro de la calidad institucional era obvio que el mismo ser�a pagado, m�s a�n, en un pa�s que hab�a perdido desde hace mucho tiempo la memoria de las instituciones (Bor�n, 2001). Cuesti�n que se suma a un contexto de impunidad producto de los indultos a responsables de 30.000 desaparecidos en el pa�s. Por ello, Zizek tomando la formula de Marx �no saben, pero lo hacen� para decir �lo saben, pero lo hacen� y el concepto de ideolog�a como �falsa conciencia� se interroga sobre el lugar de la ilusi�n ideol�gica, si �ste es en el �saber� o en el �hacer� en la realidad. Este autor sostiene que lo que se reconoce falsamente no es la realidad sino la ilusi�n que estructura esa realidad y esto es lo que �l llama la fantas�a ideol�gica. As�, el nivel fundamental de la ideolog�a no es el de una ilusi�n que enmascare el estado real de las cosas, sino el de una fantas�a inconsciente que estructura nuestra realidad individual y social (Zizek, 1998). Desde este lugar, Eduardo Gruner (s/d) dice "[....] y no tenemos a�n explicaciones satisfactorias de cu�les son lo nuevos procesos y fen�menos (socioecon�micos, pol�ticos, ideol�gicos, culturales, ps�quicos) que han causado no s�lo un gigantesco retroceso en la voluntad de resistencia a la opresi�n, sino incluso una suerte de complacencia masoquista con ella, una asunci�n acr�tica, amorosa, del discurso de los amos: ciertamente no nos dan esa explicaci�n las teor�as pol�ticas dominantes, y m�s bien al contrario, parecer�a que trabajan afanosamente para escamotear las preguntas que demandan esa explicaci�n" [15]. Los a�os
noventa generaron una autentica utop�a ya que se cre�a tener
todas las respuestas y posibilidades, libertad para elegir y sin identidades
fijas. Se trataba del imperativo de �gozar� mucho m�s
cruel que el de la moral kantiana basada en el sacrificio. Finalmente,
lo que queda del menemismo es un estilo de hacer pol�tica, una
forma de vincular los organismos del estado con las vidas privadas de
los funcionarios, la manipulaci�n de la opini�n con instituciones
deterioradas y socavadas. En este sentido, la corrupci�n como medio
para ejercer el gobierno no deber�a ser vista solamente como un
tema �tico sino como un tema institucional e ideol�gico
porque el problema no ser�a tanto la corrupci�n, sino la
impunidad que transgrede toda ley y que, en la actualidad, continua hundiendo
sus ra�ces en los problemas de violencia e inseguridad social que
se acrecientan cada vez m�s. Althusser,
L., 1988: Ideolog�a y aparatos ideol�gicos / Freud y
Lacan. Buenos Aires: Nueva Visi�n. 7.
Notas
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