Revista Latina de Comunicaci�n Social 61 enero � diciembre de 2006

Edita: LAboratorio de Tecnolog�as de la Informaci�n y Nuevos An�lisis de Comunicaci�n Social
Dep�sito Legal: TF-135-98 / ISSN: 1138-5820
A�o 9 � 2� �poca - Director: Dr. Jos� Manuel de Pablos Coello, catedr�tico de Periodismo
Facultad de Ciencias de la Informaci�n: Pir�mide del Campus de Guajara - Universidad de La Laguna 38200 La Laguna (Tenerife, Canarias; Espa�a) - Tel�fonos: (34) 922 31 72 31 / 41 - Fax: (34) 922 31 72 54


Investigaci�n

FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAF�AS, SEG�N LA APA:
G�mez, Mariana (2006). La d�cada de los noventa en la Argentina. Ideolog�a y subjetividad en la sociedad menemista. Revista Latina de Comunicaci�n Social, 61. Recuperado el x de xx de 200x, de http://www.ull.es/publicaciones/latina/200610gomez.htm

[Revisor/ra: En las �ltimas d�cadas, desde las m�ltiples disciplinas que tratan de comprender la din�mica social, se han desarrollado numerosos esfuerzos por producir una articulaci�n entre los abordajes denominados �microsocial� y �macrosocial�, desde varias miradas. Entre ellas, vislumbrar el campo de vinculaciones entre la acci�n del sujeto y la acci�n colectiva, o analizar los procesos sociales a la luz de producci�n te�rica del campo del sujeto. Este art�culo es un inteligente ejemplo de �sta �ltima perspectiva, en el que la autora con indudable consistencia te�rica, analiza ciertos procesos sociales (las conductas compulsivas orientadas al consumo) de la d�cada de los �90 en Argentina, utilizando los aportes de algunos conceptos del psicoan�lisis lacaniano.]


La d�cada de los noventa en la Argentina. Ideolog�a y subjetividad en la sociedad menemista

The nineties in Argentina. Ideology and subjectivity in the Menemist society


Art�culo recibido el 3 de julio de 2006
Sometido a pre-revisi�n (Comit� de Redacci�n) el 4 de julio de 2006
Enviado a revisi�n el 5 de julio de 2006
Aceptado el 10 de agosto de 2006
Publicado el 19 de agosto de 2006

Mgter. Mariana G�mez � [C.V.]
Profesora regular de la Facultad de Psicolog�a
Becaria Secretar�a Ciencia y Tecnolog�a
Mgter. en Sociosemi�tica
Doctoranda en Semi�tica
Universidad Nacional de C�rdoba, UNC; Argentina
margo@ffyh.unc.edu.ar

Resumen: En este trabajo se presenta una lectura del per�odo argentino denominado �menemismo� desde dos ejes: el concepto de ideolog�a, a partir de los aportes de Voloshinov, Althusser y Zizek y desde la noci�n lacaniana de �goce�. Desde este marco te�rico se analiza c�mo la sociedad argentina durante la d�cada de los noventa responde a un estilo particular de hacer pol�tica. Un estilo donde la ausencia de ley, como consecuencia de la trasgresi�n del sistema de gobierno, produce una sociedad que no encuentra f�cilmente un anclaje significante. Al mismo tiempo, se analiza c�mo esto impide dar cohesi�n a su universo simb�lico e identitario, terminando, esta sociedad, por organizarse alrededor de los objetos de consumo. Desde este lugar se plantean los objetos de consumo como objetos fetiches a partir de las categor�as marxista y freudiana y se concluye en que la corrupci�n como medio para ejercer el gobierno no deber�a ser vista solamente como un tema �tico sino adem�s, como un tema institucional e ideol�gico.

Palabras clave: Argentina menemismo � pol�tica � subjetividad ideolog�a consumo fetichismo exhibicionismo corrupci�n ley sociedad �tica clase media neoliberalismo privatizaci�n gadgets mercanc�a � transgresi�n � econom�a � mercado � capitalismo � discurso � psicoan�lisis � Freud � Lacan.

Abstract: In this work a reading of the Argentinean period is presented denominated "menemismo" from two axes: the ideology concept, starting from the contributions of Voloshinov, Althusser and Zizek and from the lacanian notion of "enjoyment". A style where the law absence, as consequence of the trasgresi�n of government's system, a society that doesn't find a significant anchorage easily takes place. At the same time, it is analyzed how this produces a society that doesn't find a significant to give cohesion to its symbolical and identified universe, ending to organize at themselves around of consume objets. From this place it is thinks about the consumption objects as objects fetishes starting from the categories Marxist and Freudian and concludes in that the corruption like means to exercise the government should not only be seen as an ethical topic but also, as an institutional and ideological topic.

Key Words: Argentina � menemism � politic � subjectivity � ideology � consume � fetishism � exhibitionism � corruption � law � society � ethics � middle class � neoliberalism � privatization � gadgets � merchandise � transgression � economy � market � capitalism � discourse � psychoanalysis � Freud � Lacan.

Sumario: 0. Introducci�n. 1. Algunas consideraciones previas acerca de la noci�n de ideolog�a. 2. Menemismo, enga�o e ideolog�a. 3. La sociedad menemista. Gadgets, fetichismo y exhibicionismo. 4. Menemismo, �lo saben, pero lo hacen�. 5. Conclusi�n. 6. Bibliograf�a. 7. Notas.

Summary: 0. Introduction. 1. Previous considerations about the notion of �ideology�. 2. Menemism, deception and ideology. 3. The Menemist society. Gadgets, fetishism and exhibitionism. 4. Menemism, �They know but they do it". 5. Conclusions. 6. Bibliography. 7. Notes.


0. Introduccci�n

El presente art�culo pretende realizar una lectura del contexto socio pol�tico que abarca la d�cada de los noventa en la argentina, conocida como la �d�cada menemista�.

Dicho an�lisis ser� desarrollado a partir de dos ejes: a) lo ideol�gico, porque consideramos a este factor como parte de la l�gica objetiva del funcionamiento de la realidad [1] en tanto y en cuanto produce el �adentro� en el cual se incluye el sujeto d�ndole garant�as de pertenecer al sistema y b) la subjetividad de la �poca a partir del concepto lacaniano de �goce�.

Este �ltimo concepto nos ha permitido realizar ciertos an�lisis, principalmente, en torno a la cuesti�n de los objetos de consumo y desde las posiciones subjetivas teorizadas por el psicoan�lisis como son el fetichismo y el exhibicionismo, para poder ver el modo en el que la sociedad menemista, fundamentalmente, la clase media, organiza su vida a partir de las ganancias que inconscientemente obtiene de sus pr�cticas y que, a su vez, la identifican en t�rminos subjetivos [2]


1. Algunas consideraciones previas acerca de la noci�n de ideolog�a

Seg�n Althusser (1988), la expresi�n �ideolog�a� fue creada por Cabanis, a�os despu�s, se�ala el autor, Marx retoma el t�rmino y lo ubica como el sistema de ideas, de representaciones, que domina el esp�ritu de un hombre o de un grupo social. Decimos lo domina, en tanto el sujeto no tiene manejo de la ideolog�a.

Es Voloshinov qui�n explica que: �Todo signo ideol�gico no s�lo aparece como un reflejo, una sombra de la realidad, sino tambi�n como parte material de esta realidad� (Voloshinov, 1992:39). As�, para este autor, que entiende que donde haya signo hay ideolog�a puesto que todo lo ideol�gico posee una significaci�n s�gnica, es posible hablar de �cadena ideol�gica�, en tanto sabemos que un signo siempre va encadenado a otro. �Esta cadena ideol�gica se tiende entre las conciencias individuales y las une. Los signos surgen, pues, tan s�lo en el proceso de interacci�n entre conciencias individuales� (Voloshinov, 1992:38). Entonces, se trata, para Voloshinov, de un sujeto sujetado por la ideolog�a, m�s all� de su voluntad, m�s all� de lo que el mismo pueda elegir, creer o saber de la ideolog�a que lo toma en sus pr�cticas cotidianas [3].

Para Althusser quien retoma el esquema marxista del modo de reproducci�n de las condiciones de producci�n una condici�n necesaria para �sta es la reproducci�n de la sumisi�n a las reglas del orden establecido, es decir, reproducir la sumisi�n a la ideolog�a dominante. De manera tal que la cuesti�n de la ideolog�a es una materia esencial para el desarrollo del sistema (no s�lo capitalista) social establecido. Es, justamente, para entender como funciona esta cuesti�n que describe dos instancias: el Aparato del Estado, con sus fuerzas coercitivas para sostener el orden y el Aparato Ideol�gico del Estado. Este �ltimo es mucho m�s silencioso, act�a m�s oculto y se diversifica en numerosos estratos sociales que no dependen directamente del Estado como la religi�n, las escuelas, la familia, los medios de prensa, la cultura.

Lo que Althusser se�ala con respecto a estos dos aparatos es que se complementan: �Ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemon�a sobre y en los aparatos ideol�gicos de Estado - por lo tanto � [�] los aparatos ideol�gicos del Estado pueden no s�lo ser objeto sino tambi�n lugar de la lucha de clases� (Althusser, 1988: 28)

En s�ntesis �Qu� ser�a, entonces a la luz de este recorrido una operaci�n ideol�gica? Ser�a la sustituci�n de las partes por el todo y del efecto por las causas. Es en el momento en que esta sustituci�n se cristaliza como algo natural, que la historia se vuelve naturaleza, que la operaci�n ideol�gica a triunfado y se manifiesta en enunciaciones como estas: �pobres siempre habr� porque siempre los hubo� o �a la pobreza hay que ocultarla� [4]. As�, tras esta operaci�n lo que se legitima es un orden dado, una relaci�n de poder, un modo de funcionamiento.

Lo interesante es que, as� como Voloshinov toma la v�a del signo, Althusser trabaja la ideolog�a como aquel agente que tiene por funci�n la construcci�n de los individuos concretos en sujetos. A partir de entonces el sujeto es tomado por la ideolog�a desconoci�ndola. En ese sentido, uno de los efectos de la ideolog�a es la negaci�n pr�ctica por parte de la ideolog�a del car�cter ideol�gico de �sta. Por eso, para el autor, la ideolog�a no tiene un afuera (Althusser, 1988).

Por el contrario, lo que produce la ideolog�a es el adentro en que se incluye el sujeto, que da la garant�a de pertenecer al sistema y es, justamente, �sta la base del aparato ideol�gico del Estado, hacer que los sujetos �marchen solos�, sin preguntarse demasiado a d�nde van. Este �marchar solos� es el proceso elemental que reproduce la ideolog�a dominante en el seno mismo del movimiento social, este �marchar solos� incluye lo que Althusser explica: �[�] el sujeto act�a en la medida en que es actuado por el sistema [�] ideolog�a existente en un aparato ideol�gico material que prescribe pr�cticas materiales reguladas por un ritual material, pr�cticas �stas que existen en los actos materiales de un sujeto que act�a con toda conciencia seg�n su creencia� (Althusser, 1988: 50).

Es entonces, en el plano de las pr�cticas sociales donde la ideolog�a silenciosamente se reproduce y fortalece, pr�cticas que sostienen todos los actores sociales implicados. Voloshinov lo explica as�: existe una enorme zona de la comunicaci�n ideol�gica que no se deja relacionar con esfera ideol�gica alguna. Es la zona de la comunicaci�n en la vida cotidiana. �sta es sumamente rica e importante en contenido. Por un lado, se conecta directamente con los procesos de la producci�n, pero por el otro, toca las esferas de las diversas ideolog�as ya formadas y especializadas (Voloshinov, 1992).

Aqu� se incluye toda pr�ctica cultural ya que, seg�n Voloshinov, cuando al se�alar el valor esencial de la palabra como el elemento subjetivo y social sobre el cual se constituye todo lo humano, dice que no existe ni un solo signo cultural que no forme parte de una conciencia estructurada verbalmente, es decir, que no forme parte de la estructura de la palabra. Por eso sostiene: �la palabra acompa�a, como un ingrediente necesario, a toda la creaci�n ideol�gica en general� (Voloshinov, 1992: 38). Podemos deducir, entonces, que no existe ni un solo signo cultural que quede aislado de la ideolog�a.

Como vemos, estas posiciones plantean una dial�ctica que excede el binomio: dominantes-dominados y llevan la cuesti�n a una complejidad que necesita de un abordaje que incluya, adem�s, coordenadas que involucren al Psicoan�lisis. Es desde esta teor�a que intentaremos abordar la l�gica de la ideolog�a menemista, a partir de pensar el �goce�, como la satisfacci�n inconsciente que circula alrededor de las pr�cticas que la legitimaban, partiendo de la idea de que la ideolog�a conlleva, precisamente, un n�cleo de �goce� (Zizek, 1998) [5]


2. Menemismo, enga�o e ideolog�a

El menemismo adviene al poder en la Argentina en 1989. Carlos S. Menem es elegido, principalmente, por amplios sectores populares a partir de su presentaci�n como el heredero de los sue�os "justicialistas" [6], aunque termine haciendo exactamente lo contrario al poner en pr�ctica ideas sociales y econ�micas neoliberales (Bor�n, 2000).

En efecto, el modelo econ�mico, social y cultural instalado a partir de Carlos Menem durante la d�cada del noventa difiere en un todo de la primera, segunda y hasta la tercera presidencia de Per�n. De all�, el uso frecuente del termino �menemismo�, en lugar de �peronismo�. En este sentido, hacer referencia al �menemismo� supone aludir a un estilo de hacer pol�tica que va en contra de la transparencia, de la independencia de poderes y que promueve una ideolog�a neoconservadora (Wortman, 2004).

No obstante, este modelo es reelegido en una segunda oportunidad, lo que nos habla de una cierta convalidaci�n y aceptaci�n de sus postulados y pr�cticas por parte de amplios sectores de la sociedad argentina.

Para Bor�n (2000) si un programa de reestructuraci�n neoliberal como el del menemismo fue posible se debi�, en gran parte, a la subordinaci�n de la econom�a argentina, a las clases dominantes del sistema capitalista internacional y, muy particularmente, al capital financiero, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. No se trataba, �nicamente de una "dependencia externa", sino de una articulaci�n compleja entre los intereses del bloque burgu�s predominante en Argentina y los de los amos financieros del mercado mundial, que hicieron que aqu�llos aplicaran el modelo econ�mico que los intelectuales org�nicos, el "Consenso de Washington�, crearon para remodelar el mundo en funci�n de sus intereses [7].

As� funciona, para Zizek (1998), la econom�a de mercado, en donde los diferentes operadores s�lo procuran la satisfacci�n propia de sus intereses, dejando de lado el verdadero fin de la producci�n social, es decir, el desarrollo y crecimiento de los intereses que mueven la sociedad. En este sentido, el enga�o se hace operativo gracias a la explotaci�n de los intereses y pasiones particulares ya que nadie trabaja por la producci�n de la sociedad sino por la satisfacci�n de sus necesidades personales.

Zizek (1998), recuperando a Hegel, se�ala que la Idea, eso absolutamente bueno, es la sustancia-sujeto del proceso y el enga�o. La Idea realiza sus verdaderos fines por medio de la astucia de la raz�n, permitiendo que los individuos sigan sus fines finitos, mientras cumple su fin infinito a trav�s del desgaste y desgarramiento rec�proco y el fracaso de los fines finitos. A partir de esto, puede decirse que el enga�o estar�a dado porque los sujetos persiguen intereses, luchas de poder, riquezas, gloria, ideolog�as, pero s�lo son instrumentos inconscientes de la Idea. Es decir, como ve�amos con Althusser, uno de los efectos de la ideolog�a es la negaci�n del car�cter ideol�gico de la misma.

Desde este lugar, los contenidos de la "reforma econ�mica" neoliberal en su f�rmula m�s conservadora y los procedimientos bajo los cuales esa reforma fue ejecutada, casi siempre sospechosos de corrupci�n, sobre todo, en el caso de las privatizaciones, inscribieron al menemismo dentro de las vertientes m�s ideol�gicamente reaccionarias del capitalismo contempor�neo argentino (Bor�n, 2000).

Ahora bien, para Zizek (1998) la figura del pol�tico dentro de la ideolog�a en curso, en la cual �sta es un dispositivo que nos permite unificar en un �nico relato las experiencias de la crisis econ�mica, la decadencia moral y la p�rdida de valores, la frustraci�n pol�tica, la humillaci�n nacional, etc. se asienta en un lugar que se vincula al goce.

Y en este punto deber�amos detenernos para hacer una distinci�n necesaria entre placer y goce [8] s�, el placer podr�a situarse, por ejemplo, en el lugar de cualquier logro pol�tico, mientras que el goce aparece cuando ese logro est� obtenido por medios ilegales, te�ido de corrupci�n, de prebendas. Es aqu� donde el placer se acerca tanto al displacer, el goce opera como excedente del placer al penetrar un terreno prohibido, vedado por la ley. El goce surge como un choque entre el deseo y la ley en donde el deseo se hace ley. Un punto en el cual la insistencia en el propio deseo equivale a cumplir con el propio deber y donde el Deber en s� est� marcado por una mancha de goce (Zizek, 1998) [9].

Desde este lugar, cabe recordar que, para el psicoan�lisis, la supremac�a del supery� por sobre la ley moral obstaculiza la relaci�n entre el saber (Real) y la creencia (Simb�lica) ya que es la brecha entre ambos lo que abre al sujeto a la ideolog�a cotidiana, en la que se juega la posici�n del sujeto, �s� que Dios no existe pero act�o como si existiera...� (Zizek, 1998), es decir, �s� que tal candidato es corrupto, pero igualmente lo voto...�. Entonces vemos, desde la teor�a psicoanal�tica, que la posici�n subjetiva es clave, tambi�n, para entender cualquier operaci�n ideol�gica, complementando as� las explicaciones dadas por autores como Marx, Voloshinov y Althusser.

Los resultados de esta operaci�n en la democracia capitalista de Menem han sido varios: el Estado democr�tico vaciado de toda sustancia real, manipulaci�n gubernamental y clientelismo pol�tico, subordinaci�n del Poder Judicial al Ejecutivo, castraci�n del Congreso, desmovilizaci�n inducida de la ciudadan�a, desorganizaci�n y encapsulamiento de partidos y sindicatos, intimidaci�n a la prensa, corrupci�n gubernamental en gran escala y gobierno por decreto (Bor�n, 2000) y, finalmente, el indulto a genocidas de la �ltima dictadura militar convalidando, de esta manera, la impunidad.

Pero adem�s, las reformas se centraron en una disminuci�n del gasto p�blico a partir de la privatizaci�n de empresas estatales. Esto estuvo acompa�ado por una pol�tica de apertura econ�mica que posibilit� la libre competencia entre empresas locales y extranjeras con el fin de garantizar inversiones extranjeras y acceso a mayor abundancia de bienes de mejor calidad. Estas medidas permitieron dar la sensaci�n de cierta estabilidad econ�mica y un incremento en los ingresos de capital, aunque, no sustentaron la generaci�n de divisas propias (Tessi, 2004).

Esta expansi�n econ�mica finaliz� con la crisis del Real [10] en 1995. Posteriormente la crisis de 1997 afecto en gran medida el precio de las materias primas mundiales, esto le gener� a la Argentina la reducci�n de ingresos de divisas por venta de materias primas. Finalmente la crisis rusa de 1998 produjo una situaci�n de retracci�n de la disponibilidad y encarecimiento de los cr�ditos internacionales, adem�s de un aumento en las tasas de inter�s (Tessi, 2004).

3. La sociedad menemista. Gadgets, fetichismo y exhibicionismo

Durante el menemismo se produjo un fen�meno conocido como el de los �nuevos pobres�. Este empieza a mostrar sus signos hacia fines de 1980 a partir del cual los sectores medios estaban siendo afectados de manera creciente por las ininterrumpidas crisis y cambios econ�micos. Estos sectores se empezaron a encontrar en un proceso de ca�da que los llev� a tener ingresos por debajo de la l�nea de la pobreza (Minujin, 2001). A comienzos de la d�cada del noventa, este proceso se hace evidente y se profundiza a partir del modelo neoliberal.

Paralelamente a estos acontecimientos la estabilidad econ�mica y de precios tranquiliz�, como dijimos, a la sociedad en su conjunto. Lo que dio mayores posibilidades de consumos a las clases medias al surgir la posibilidad de pagar la cuota de la casa propia, los electrodom�sticos, el auto nuevo, etc. Esto hizo evidente la generalizaci�n de un consumo desmedido y una cierta ostentaci�n del mismo. Fen�meno social que es posible de ser pensado bajo ciertos conceptos psicoanal�ticos.

3.1. Los gadgets, suplencia de una falta

Lacan plantea que el �discurso cient�fico� (Lacan, 1995b) ha engendrado todo tipo de instrumentos denominados gadgets. En su Seminario 20 �Aun� plantea a los sujetos como sujetos de instrumentos que van desde el microscopio a la radio-televisi�n y que se han convertido en elementos de existencia. Lacan sostiene que estos objetos forman parte del discurso cient�fico, en tanto un discurso es lo que determina una forma de v�nculo social. Ya en el Seminario 11 �Los cuatro conceptos fundamentales del psicoan�lisis� (1995a) hab�a planteado a estos aparatos, no solamente como solicitando nuestra visi�n, sino m�s bien suscitando la mirada. Una mirada de car�cter omnipresente �planetarizada y hasta estratosferizada�.

Freud en su concepci�n del aparato ps�quico hab�a encontrado una discordancia entre la l�gica de �ste y su interacci�n con la realidad encontrando que el �malestar en la cultura� es lo que mejor define a la naturaleza humana. El aparato ps�quico no est� adaptado a la realidad sino que inicialmente se mueve por el �principio de placer� que no est� atenido a los condicionamientos culturales de la sociedad. S�lo por necesidad de autoconservaci�n renuncia a los privilegios de la autarqu�a y se somete al �principio de realidad� a trav�s de cortes abruptos que dejan marcas y secuelas que conformar�n una segunda naturaleza en el sujeto, impuesta desde el exterior a la cual se acomodar� no sin dejar secuelas traum�ticas en su psique.

Este movimiento freudiano supone que entre las secuelas de ese proceso de subjetivaci�n queda un resto inasimilable. El sujeto, entonces, queda incompleto, en un vac�o estructural, eterno, inasimilable por la cultura y esto constituye el centro del ser del sujeto. Posteriormente, con Lacan, diremos que el sujeto est� en falta, esta falta constituye el eje de su posibilidad de existir y tambi�n el drama que Lacan ubica en �la no relaci�n sexual�, en tanto en el encuentro de un sujeto con su objeto la satisfacci�n plena, es del orden de lo imposible.

Por eso, para Lacan, el gadget es un s�ntoma, en el sentido en que suplanta una falta, que viene a ocupar un lugar de algo que no hay. Y es la ciencia el mayor productor de gadgets, es ella quien nos ha procurado de algo para distraer el hambre en lugar de lo que nos falta en la relaci�n de conocimiento. Dice Lacan:� Nos procura en su lugar algo que para la mayor�a de la gente, en particular todos los aqu� presentes, se reduce a gadgets: la televisi�n, el viaje a la luna �y a �ste no vamos todos, s�lo unos pocos elegidos; pero lo vemos por televisi�n� (Lacan, 1974: 107).

A�n as�, sabemos, ning�n gadget puede eliminar la �falta en ser� subjetiva. Para Freud es la �pulsi�n de muerte� la encargada de refrendar este descontento que transita por el interior del aparato ps�quico y esta permanente prohibici�n de la satisfacci�n pulsional, impedir� el equilibrio que procura el principio de placer, el bienestar pleno y permanente por el cual ha bregado, quedando en circulaci�n una insatisfacci�n a modo de �cuerpo extra�o�. Lacan a este �cuerpo extra�o� que opera como �l�mite interno� lo denominar� �objeto a� que operar� como inconveniente que desequilibrar� el circuito cerrado del �principio de placer� impidiendo su cierre al introducir el displacer. As�, nuevamente el aparato ps�quico se acomodar� al encontrarle un cierto placer perverso a este displacer que se dedicar� a rondar este objeto perdido que se tornar� inalcanzable. Esto lleva a encontrar placer en el sufrimiento, en el exceso, en el l�mite de lo permitido y es a esta satisfacci�n a la que Lacan llamar� �goce�, como hicimos referencia m�s arriba.

Si se habla de movimiento circular es por que, precisamente, el objeto a no es sino cierta curvatura del propio espacio que provoca que demos una vuelta cuando queremos alcanzar directamente el objeto. El objeto a queda como abertura en el c�rculo cerrado del �principio de placer� que lo obliga permanentemente a tener en cuenta el exterior, a estar atento a la realidad. Lacan dir� que sirve como sost�n de la realidad. La relaci�n existente entre el objeto a y la realidad es que el objeto a impide desde el interior del aparato ps�quico el normal funcionamiento de �ste, mientras que la realidad opera como el l�mite externo.

Dentro de lo que es la realidad exterior ubicar�amos actividades como el trabajar, estudiar, etc., es por ello que Freud se�ala que la salud est� en relaci�n con la capacidad de amar y trabajar y lo dice en un contexto en el cual la valoraci�n positiva del trabajo era algo que se ven�a dando a partir del siglo XVIII (acentuada en el siglo XX, a partir del desarrollo del capitalismo y la necesidad de revalorizar el trabajo como fuente de riqueza).

De all� que, habiendo perdido el trabajo su centralidad durante el periodo menemista las relaciones sociales se terminan por constituir en torno a una nueva actividad que implica un nuevo orden, el consumo. Es decir, una vez disperso, descentrado y flexibilizado el �mbito de la producci�n, la organizaci�n, la integraci�n y la construcci�n de la identidad social se trasladan al �mbito del consumo. A partir de esto, los sujetos ya no se constituyen como productores agrupados, sino, como consumidores individuales capaces de consumir incesantemente nuevos est�mulos y mercanc�as (Benitez Larghi, 2004).

De este modo, una sociedad que hab�a sido organizada alrededor de significantes claves como �el trabajo� no encuentra f�cilmente, en el contexto descripto, otro anclaje significante que pueda suplantarlo y dar cohesi�n a su universo simb�lico e identitario. El organizador, entonces, ser�: los art�culos de consumo.

3.2. El consumo en los noventa. Gozar del fetiche

Marx hace de los objetos de consumo cosas dotadas de vida. Dice: �...la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto f�sico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercanc�a, la mesa se convierte en un objeto f�sicamente metaf�sico. No s�lo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las dem�s mercanc�as, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho m�s peregrinos y extra�os que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso.� (Marx, 1986: 46)

Vemos como Marx, otorga al objeto un �nima, una personalidad. Esta correspondencia entre valor �objetivo� y valor �subjetivo� tiene un correlato epistemol�gico con el psicoan�lisis. Como se�ala Zizek (1992) �hay una homolog�a fundamental entre el procedimiento de interpretaci�n de Marx y Freud. Para decirlo con mayor precisi�n entre sus an�lisis respectivos de la mercanc�a y de los sue�os�.

El fetiche es un concepto que procede del estudio antropol�gico de las religiones de comunidades llamadas primitivas. Como se sabe, muchos grupos tribales creen que ciertos objetos inanimados poseen poderes.

Los exploradores portugueses del siglo XV llamaron a estos objetos feitico queriendo decir encanto o sortilegio. Esto despu�s se volvi� �fetiche� y cerca de fin del siglo XIX Krafft-Ebbing y Freud recuper�ndolo, hicieron uso del t�rmino para describir objetos que poseen un poder sexual que puede competir con, o eclipsar, el poder er�tico del cuerpo humano. Es un concepto acerca del valor o el poder que tiene un objeto o un rasgo, poder inexplicado salvo por la noci�n de renegaci�n [11], en tanto se niega y afirma al mismo tiempo lo que, destinado a permanecer oculto, se devel�,

En el caso de Marx, la mercanc�a en el mercado aparece dotada de un valor propio, el precio. Pero ese precio de mercado oculta el costo de producci�n, el tiempo de trabajo de x operarios para lograr un resultado. Los bienes entran en el mercado y tienen un precio que fija la accesibilidad y competencia, en funci�n del tipo de arreglos o prioridades que establezcan los due�os de los medios de producci�n y de la demanda de esa mercanc�a.
Lo que queda oculto entonces es el costo de producci�n, es decir, el trabajo que los operarios cumplen para producir el bien.

Sin embargo, esta noci�n de fetichismo de la mercanc�a resulta opuesta a lo que Freud entiende por fetichismo en sentido psicoanal�tico ya que para Freud el objeto no remite al trabajo del productor sino que se relaciona, en su efecto de fetiche, con el consumidor. Empleando la terminolog�a de Marx, el fetiche para Freud no tiene que ver con el valor de producci�n sino con el valor de uso (Zizek, 1992).

A trav�s del fetiche, quien se siente atra�do por �l reniega la castraci�n femenina sin negarla directamente. Esto implica una paradoja, seg�n la cual el sujeto sostiene, a trav�s del fetiche, la creencia en un objeto ilusorio que, sin embargo, �l mismo sabe que no existe (Freud, 1986). Decir reniega a la castraci�n femenina, implica decir: reniega a la representaci�n de la falta, lo que el sujeto no quiere saber entonces es que en alg�n lugar hay un registro que le recuerda que el sujeto no est� completo.

Lacan desplaza el problema, al desligarlo de la renegaci�n de la falta de pene femenino y su invenci�n alucinatoria v�a el fetiche cuando define el deseo como el excedente entre la necesidad y la satisfacci�n. Como aquello que confundido en principio con la necesidad (fisiol�gica) no se deja, sin embargo, absorber o resolver mediante una satisfacci�n de esa supuesta necesidad. Este excedente "insatisfecho" es lo que tiene el deseo de significante cultural.

Surge all� el deseo que ir� a volcarse a diferentes sustitutos que encubran dicha insatisfacci�n, sin lograrlo jam�s. El deseo se produce, al decir de Lacan, m�s all� de la demanda puesto que nunca puede satisfacerla y tambi�n m�s ac� de la demanda porque �sta le significa su falta-en-ser (Lacan, 1999). En este sentido, no es dif�cil concluir que la multitud de mercanc�as que presenta el capitalismo siempre cambiantes, siempre renovadas, le confieren al sujeto la ilusi�n de completud estructuralmente imposible. Esta expectativa de consumo se vio claramente plasmada en el discurso pol�tico y social menemista [12] que reivindicaba, adem�s del valor de los objetos, el valor de los servicios en la calidad de vida. Por ello, en tanto proveedor de servicios no pod�a estar ajeno a nuevas formas de consumo de servicios y a una creciente revalorizaci�n del cliente, uno de los argumentos que avalaron las privatizaciones.

Por otra parte, tanto los periodistas como los especialistas en Marketing terminaron por erigirse en nuevos formadores de opini�n que orientaron la vida y costumbres de la clase media en sus ansias por encontrar patrones capaces de brindar signos de certidumbre frente a un mundo tan desconcertante que amenazaba con excluir a aquellos que no consiguieran adaptarse. De este modo, la cultura del trabajo fue reemplazada por la cultura del consumo basado en el cr�dito f�cil y el acceso a productos y s�mbolos de moda a nivel mundial (Ben�tez Larghi, 2004). Pero, el consumo no s�lo deb�a hacerse, sino tambi�n mostrarse.

3.3. El exhibicionismo menemista. Mostrar el goce

Una fracci�n de la clase media argentina que se vio favorecida por estos cambios en esta d�cada no s�lo comenz� a consumir bienes estrictamente vinculados con la publicidad sino tambi�n con aspectos relacionados a la ense�anza del consumo. Se busc� apelar al deseo excediendo los �mbitos publicitarios mostrando y educando a la sociedad a trav�s de notas reproducidas en medios de comunicaci�n que mostraban estilos de vida construidos a partir del gusto y de ideales de consumo fundados en la imagen o en los envases, como el caso de las contra etiquetas de ciertas bebidas alcoh�licas como el vino. (Tessi, 2004).

Para Zizek (2003) las marcas se constituyen en significantes amo vac�os que connotan la experiencia cultural de pertenecer a un cierto estilo de vida y que va mas all� del papel fetichizado del logotipo. Estas nuevas formas de mercantilizaci�n fueron denominada por Jeremy Rifkin como �capitalismo cultural� en donde la relaci�n entre objeto y s�mbolo se ha invertido: la imagen no representa al producto, sino que �ste representa a la imagen (Zizek, 2003b)

Vemos c�mo el capital es acumulado de un modo tal que se vuelve imagen y mostraci�n. La exhibici�n funciona como mecanismo de relaci�n entre los sujetos. La sociedad menemista fue una sociedad del espect�culo.

Adem�s, la belleza y la juventud empiezan a operar como plus de goce. Aparece la �cultura del narcisismo� inscripta en un contexto social caracterizado por la degradaci�n del trabajo y la b�squeda de satisfacci�n en el �mbito de la vida privada. Por ello, el mercado de las marcas [y el consumo de �belleza�] terminan siendo proveedores de identidad (Uhart, 2004).

La belleza f�sica del otro, tambi�n funciona como fetiche. Esto se sostiene en evitar el encuentro con el otro impidiendo as� el encuentro con lo Real [13], con el cuerpo del otro, aniquilando al sujeto. Claudia Uhart (2004) habla de �j�venes mu�ecas en mundo feliz� la mujer en su doble aspecto, como sujeto y como objeto de consumo.

As�, los sujetos al mirar la vida opulenta de los otros a trav�s de los medios de comunicaci�n, se convierten en voyeurs propulsados por un goce autoer�tico que se satisface a trav�s de la mirada.

La mirada para el psicoan�lisis es uno de los objetos pulsionales de los que un sujeto goza. Lo interesante es que es el objeto mas h�bilmente escurridizo para la castraci�n. La mirada entra�a la trampa del ojo, es la posibilidad de hacer ver, dar ver o mirar al sesgo de lo que no se quiere ver. Es por eso, que la mirada funciona como el velo mismo de aquello que supuestamente encubre: la falta.

Poner el objeto ante los ojos del otro para tapar lo que hay detr�s, es una conducta propiamente perversa de renegaci�n de la falta y es precisamente la conducta del exhibicionismo, en la torsi�n que lo enlaza al fetichismo (en tanto el objeto que se pone como condici�n para ser mirado es un fetiche), lo que encubre eso que no hay.

4. Menemismo, �lo saben, pero lo hacen�

Es en este marco que comienza un proceso de empobrecimiento general que se acompa�a del desarrollo de una ideolog�a neoliberal que se dirig�a a legitimar el abandono por parte del estado del cumplimiento de funciones asumidas hist�ricamente como la prestaci�n de servicios b�sicos. As� el empobrecimiento no s�lo se dio en t�rminos econ�micos sino tambi�n en t�rminos sociales y �ticos ya que la hegemon�a de esta ideolog�a fue introduciendo de a poco un estilo de pensamiento darwineano, basado en la supervivencia del m�s apto seg�n las v�as del mercado (Feijoo, 2003).

Lograda la estabilizaci�n monetaria con el Plan de Convertibilidad de Cavallo [14] en 1991 el gobierno de Menem obtiene una seguidilla de victorias electorales. As�, el oficialismo triunfa en las elecciones de 1993 pese a sus costos sociales y gracias a una pol�tica efectiva de lucha contra la inflaci�n que asegur� un s�lido consenso social. De este modo, la sociedad apoy� a la fuerza pol�tica capaz de darle estabilidad monetaria al ahuyentarle los fantasmas de la imposibilidad de cancelar las cuotas en las que se hab�a embarcado.

En este sentido, el impacto de la hiperinflaci�n hab�a sido muy fuerte, porque repentinamente coloc� a la sociedad en situaciones l�mites en t�rminos de inseguridad e incertidumbre. Cualquier cosa fue aceptada como precio para eliminarla. Para Bor�n, si el precio a pagar por la estabilidad econ�mica que calmara estos temores y ansiedades fue un deterioro de la calidad institucional era obvio que el mismo ser�a pagado, m�s a�n, en un pa�s que hab�a perdido desde hace mucho tiempo la memoria de las instituciones (Bor�n, 2001). Cuesti�n que se suma a un contexto de impunidad producto de los indultos a responsables de 30.000 desaparecidos en el pa�s.

Por ello, Zizek tomando la formula de Marx �no saben, pero lo hacen� para decir �lo saben, pero lo hacen� y el concepto de ideolog�a como �falsa conciencia� se interroga sobre el lugar de la ilusi�n ideol�gica, si �ste es en el �saber� o en el �hacer� en la realidad. Este autor sostiene que lo que se reconoce falsamente no es la realidad sino la ilusi�n que estructura esa realidad y esto es lo que �l llama la fantas�a ideol�gica. As�, el nivel fundamental de la ideolog�a no es el de una ilusi�n que enmascare el estado real de las cosas, sino el de una fantas�a inconsciente que estructura nuestra realidad individual y social (Zizek, 1998).

Desde este lugar, Eduardo Gruner (s/d) dice "[....] y no tenemos a�n explicaciones satisfactorias de cu�les son lo nuevos procesos y fen�menos (socioecon�micos, pol�ticos, ideol�gicos, culturales, ps�quicos) que han causado no s�lo un gigantesco retroceso en la voluntad de resistencia a la opresi�n, sino incluso una suerte de complacencia masoquista con ella, una asunci�n acr�tica, amorosa, del discurso de los amos: ciertamente no nos dan esa explicaci�n las teor�as pol�ticas dominantes, y m�s bien al contrario, parecer�a que trabajan afanosamente para escamotear las preguntas que demandan esa explicaci�n" [15].

Los a�os noventa generaron una autentica utop�a ya que se cre�a tener todas las respuestas y posibilidades, libertad para elegir y sin identidades fijas. Se trataba del imperativo de �gozar� mucho m�s cruel que el de la moral kantiana basada en el sacrificio.

En este sentido, Zizek (1998), retomando a Lacan que se opone a la postura de Dostoievski (cuando afirma que �si no hay Dios todo est� permitido�) para equiparar a Dios con el Nombre-del-Padre en donde si el Nombre-del-Padre (Dios) no existe, todo esta prohibido, transpola esto al discurso pol�tico totalitario para sostener que el sujeto producido por este discurso queda impedido como resultado de la suspensi�n de la ley � prohibici�n. Esto implica el goce, experimentado como �transgresi�n�.

Por ello, cuando Dios es el mercado y est� regulado por el consumo y no tiene otras normas que las financieras la sociedad queda inevitablemente enfrentada a los gadgets, al fetichismo y al exhibicionismo enlazados por un modo de gozar que est� determinado por las pr�cticas sociales que sostienen la ideolog�a imperante.


5. Conclusi�n

Con una ideolog�a sin rastros, ni huellas, ni ideales, los sujetos de los noventa en la Argentina s�lo encontraron un camino: el plus de goce del consumo. Era esa la principal referencia de los discursos pol�ticos electorales. Eran esos los argumentos sobre los cuales los votantes reeligieron a Carlos Menem para su segunda presidencia. No fue a �l ni a un programa pol�tico a qui�n se eligi� sino a la posibilidad de seguir gozando de lo �nico garantizado, el consumo: �si todos son corruptos, �ste, por lo menos, nos permite gozar�. Aunque ese goce fuera pagado con altos �ndices de violencia social producto del empobrecimiento generalizado y de la legislaci�n de impunidad.

Como se�ala Zizek se gana una batalla ideol�gica cuando el adversario comienza a hablar el lenguaje del otro sin que �ste tenga conciencia de ello.

Finalmente, lo que queda del menemismo es un estilo de hacer pol�tica, una forma de vincular los organismos del estado con las vidas privadas de los funcionarios, la manipulaci�n de la opini�n con instituciones deterioradas y socavadas. En este sentido, la corrupci�n como medio para ejercer el gobierno no deber�a ser vista solamente como un tema �tico sino como un tema institucional e ideol�gico porque el problema no ser�a tanto la corrupci�n, sino la impunidad que transgrede toda ley y que, en la actualidad, continua hundiendo sus ra�ces en los problemas de violencia e inseguridad social que se acrecientan cada vez m�s.

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7. Notas

[1] Teniendo en cuenta que de lo que se trata, en la ideolog�a, es de pr�cticas materiales y que son �stas las que determinan lo que un sujeto piensa, si bien, y de manera dial�ctica, el pensamiento vuelve siempre sobre las pr�cticas.

[2] Nos referimos a las �ganancias secundarias� definidas por Freud como aquellas que se obtienen inconscientemente a pesar de las vivencias de displacer consciente que determinadas situaciones conlleven. Freud nos provee del siguiente ejemplo: �Consideren el caso m�s frecuente de este tipo. Una mujer tratada con brutalidad y explotada despiadadamente por su marido halla con bastante regularidad una salida en la neurosis cuando sus disposiciones (constitucionales} se lo permiten, cuando es demasiado pusil�nime o su moral es demasiado rigurosa para consolarse en secreto con otro hombre, cuando no tiene fuerza bastante para divorciarse de su marido venciendo todas las coartaciones externas, cuando no tiene perspectivas de mantenerse por s� misma o de encontrar un marido mejor, y cuando, adem�s, sigue vinculada por su sensibilidad sexual con ese marido brutal. Su enfermedad pasa a ser su arma en la lucha contra el marido violento, un arma que puede usar para su defensa y de la que puede abusar para su venganza. Tiene permiso para quejarse de su enfermedad, mientras que probablemente no lo tendr�a para lamentarse de su matrimonio. Encuentra en el m�dico un auxiliar, obliga a ese marido despiadado a compadecerla, a incurrir en gastos por ella, a permitirle per�odos de ausencia de la casa durante los cuales se emancipa de la opresi�n conyugal. Si esa ganancia de la enfermedad, externa o accidental, es muy cuantiosa y no puede hallar un sustituto real, desconf�en ustedes de la posibilidad de influir sobre la neurosis mediante su terapia� (Freud, 1992: 348). A nivel de lo social, el caso del sujeto que paga la obediencia a sus abundantes mandatos de consumo con el aumento de altas dosis de angustia que le genera el tener que obtener los recursos econ�micos necesarios pero que, al mismo tiempo, obtiene una ganancia secundaria si este malestar le impide subjetivar, por ejemplo, su propio vac�o.

[3] Este planteo nos lleva, sin lugar a dudas, al esquema lacaniano, en donde el sujeto es tal reci�n cuando es constituido por el lenguaje y es a partir de entonces cuando algo ha perdido, lo biol�gico, se produce un sujeto tomado por el lenguaje que lo constituy�.

[4] Expresiones como estas se escucharon en distintos medios de comunicaci�n, durante marzo del 2006 en la Argentina, a ra�z de la inauguraci�n de un comedor comunitario en la zona gastron�mica m�s cara del pa�s

[5] En sentido lacaniano, el �goce� es un concepto que tiene fundamentos freudianos, y que se�alan la existencia de satisfacci�n en el displacer. Es por ello, que Lacan diferencia goce de placer. El placer funciona como un l�mite al goce, como una ley que le ordena al sujeto, gozar lo menos posible. Al mismo tiempo, el sujeto intenta permanentemente transgredir las prohibiciones impuestas a su goce e ir �m�s all� del principio de placer�. Es por ello, que el resultado de transgredir esta prohibici�n no es m�s placer, sino dolor, dado que el sujeto no puede soportar m�s all� de cierta cantidad de placer. M�s all� de este l�mite, el placer se convierte en dolor y este placer doloroso es lo que Lacan denomina �goce�. As� el goce, para Lacan, termina siendo sufrimiento, expresando, de esta manera, la satisfacci�n parad�jica que el sujeto obtiene de sus s�ntomas, es decir, el sufrimiento que deriva de su propia satisfacci�n. Es por esta raz�n, que el goce se relaciona con la pulsi�n de muerte. (Lacan, 1973)

[6] Del Justicialismo: movimiento pol�tico nacido en la Argentina a partir del liderazgo de J.D. Per�n.

[7] En este sentido, es interesante se�alar el hecho de que a fines de la d�cada del ochenta la burgues�a �cierra filas� alrededor del proyecto neoliberal, olvidando las diferencias �interburguesas� para terminar yendo todos detr�s de Menem

[8] V�ase nota 4

[9] En la dial�ctica de la ley externa y la ley moral, el sujeto al ir en contra del bien social, no est� movilizado por la b�squeda obsesiva del placer, sino que lo que est� actuando en �l, es el reverso superyoico de la ley moral con su eterno llamado al goce. As�, lo que hace la ley externa es regular el placer y liberar, de este modo, al sujeto de la imposici�n superyoica de gozar, ya que el superyo s�lo es activado cuando el sujeto acude a �l.

[10] Moneda brasile�a

[11] Operaci�n estructural de un sujeto a trav�s de la cual, se niega y se afirma al mismo tiempo. Se reniega de un atributo, imagen, cosa o movimiento, por ejemplo la ausencia de pene en la mujer. Este seria el mecanismo propio de la perversi�n como estructura psicopatol�gica, en tanto el perverso sabe que no debe realizar determinado acto, pero lo hace igual, lo hace a escondidas y de este modo niega que lo hizo.

[12] Por ejemplo a partir del discurso publicitario reflejado en slogans que remit�an a la extrema valorizaci�n del presente en donde todo deb�a resolverse, consumirse y hacerse ya , y en donde se valoraba m�s positivamente el plano de las sensaciones y de la juventud que el de la racionalidad y el mundo adulto (Molinari, 2004). Tambi�n en el discurso de la prensa, sobre todo a trav�s de la revistas de actualidad donde se mostraban las majestuosas casas de pol�ticos y funcionarios del momento. Finalmente en el discurso pol�tico que amenazaba con una gran crisis econ�mica (como estrategia de persuasi�n) que impedir�a cumplir con las cuotas de las compras realizadas a cr�dito, si el gobierno menemista no era reelecto.

[13] En sentido lacaniano, lo vinculado al cuerpo.

[14] Ministro de Econom�a.

[15] Fecha de consulta en la Web: junio de 2005.

[16] Por ejemplo, como dec�amos, la sensaci�n de impunidad que en la sociedad gener� el indulto a implicados en la dictadura


FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAF�AS, SEG�N LA APA:

G�mez, Mariana (2006). La d�cada de los noventa en la Argentina. Ideolog�a y subjetividad en la sociedad menemista. Revista Latina de Comunicaci�n Social, 61. La Laguna (Tenerife), recuperado el x de xxxx de 200x de: http://www.ull.es/publicaciones/latina/200610gomez.htm10gomez.htm