![]() |
Revista Latina de Comunicaci�n Social 37 � enero de 2001
|
Edita: LAboratorio de Tecnolog�as de la Informaci�n y Nuevos An�lisis de Comunicaci�n Social |
[noviembre de 2000] Influencia de la historia de Espa�a (del siglo XII al XIX) en el periodismo especializado en ciencia (5.567 palabras - 11 p�ginas) Dr. Carlos El�as � Investigador del programa FPI en el Departamento de Ciencias de la Informaci�n (Universidad de La Laguna)
Introducci�n El periodismo especializado en ciencia y tecnolog�a en Espa�a no ha alcanzado los niveles de los pa�ses anglosajones. Ello se pone de manifiesto no s�lo por la relativa ausencia de suplementos destinados a ciencia en los peri�dicos generalistas sino, sobre todo, por la ausencia de portales de Internet en los que se divulgue la ciencia en espa�ol as� como los logros en este campo de la comunidad hispana. Pero esta circunstancia no es casual: es el producto de una historia, la de la ciencia en Espa�a, que siempre ha tenido muchos detractores, entre ellos la iglesia. En este art�culo se analiza c�mo influy� la historia de Espa�a desde el siglo XII hasta principios del XIX en el actual periodismo especializado en ciencia. La historia de la ciencia en Espa�a como la de muchos otros aspectos que tienen que ver con este pa�s es la de la lucha entre un peque�o grupo de personas interesadas en el progreso, contra un sistema y una clase pol�tica y econ�mica poco culta a la que hay y ha habido que convencer durante toda nuestra historia de las bondades de las innovaciones y de la necesidad de desvincularse del pasado. Siglo XII: un buen comienzo con los �rabes La ciencia entr� con buen pie y en �pocas muy tempranas en Espa�a, pues no en vano fue con los �rabes de Al Andalus, con quienes se extendi� por Europa el saber cient�fico de la antig�edad tras el par�ntesis de la Edad Media en la cual, por razones hist�ricas que no vienen al caso, se produjo una involuci�n en el mundo cultural occidental. Sin embargo, este luminoso comienzo no ha tenido, al menos hasta ahora, un final feliz, al menos acorde con las perspectivas favorables que se presagiaban a comienzos de este milenio. As�, si consideramos espa�oles a los nacidos en la pen�nsula ib�rica, Espa�a comenz� su andadura en la ciencia moderna con cient�ficos como Azarquiel, quien vivi� hacia 1100. Se le considera uno de los perfeccionadores de las tablas astron�micas modernas, las cuales inclu�an sus descubrimientos sobre el movimiento del apogeo solar, la oscilaci�n secular del plano de la el�ptica o la no circularidad de la �rbita de Mercurio. Tambi�n debemos destacar la figura del m�dico y fil�sofo Averroes (1126-1198), a quien muchos -entre ellos Juan Vernet en su 'Historia de la ciencia de espa�ola' (1)- lo consideran como, posiblemente, el espa�ol que mayor influjo ha ejercido sobre el pensamiento humano. Junto a Averroes tambi�n debemos se�alar a Maim�nides (1135-1204). Los dos, nacidos en la Espa�a andalus�, durante el periodo �rabe, contribuyeron de forma muy notable a que la medicina, la astronom�a, las matem�ticas, la bot�nica y la geograf�a figuraran entre las ramas de la ciencia que prosperaron en Al-Andalus (2). En el siglo XII Espa�a era el territorio del mundo donde, en proporci�n a sus habitantes, m�s talentos se dedicaba a la ciencia, seg�n refieren las investigaciones de Mill�s Vallicrosa y Vernet. Jos� Manuel S�nchez Ron asegura, tambi�n, en su libro 'Cincel, martillo y piedra' (3) que la Hispania cristiana fue tambi�n importante para la conservaci�n del acervo del conocimiento cient�fico acumulado desde la antig�edad a la culturalmente tosca y atrasada Europa. A�ade que el contacto con las civilizaciones antiguas se estableci� principalmente a trav�s de las traducciones �rabes, que despu�s de transvasar los tratados griegos, persas e indios y de acrecentarlos grandemente, fueron a su vez, vertidos en lat�n e, incluso, en alguna de las lenguas romances. Esa magna tarea se hizo en el lugar que hoy llamamos Espa�a, principalmente en Toledo. Fueron los habitantes de esta ciudad, reconquistada de forma definitiva en 1085, los que se embarcaron en la tarea de llevar los saberes de la antig�edad hel�nica a Europa. En Toledo hab�a numerosas y ricas bibliotecas �rabes, cuyos libros eran f�cilmente comprensibles para los moz�rabes que habitaban en ella a los cuales les era indiferente redactar sus documentos en lat�n o en �rabe. No en vano en aquella ciudad conviv�an las tres lenguas cultas de la �poca: el �rabe, el lat�n y el hebreo. Esta circunstancia favoreci� que numerosos eruditos europeos acudieran a ella a mejorar sus conocimientos. El car�cter internacional de esa extraordinaria actividad centrada en Espa�a y que supuso la gran empresa de verter la ciencia, t�cnica y filosof�a desde el idioma �rabe al lat�n, una lengua que hab�a estado en gran medida al margen de esos temas, hizo del pa�s el principal impulsor del desarrollo cient�fico en Europa. Es una circunstancia muy poco valorada debido, sobre todo, a que ese buen comienzo se trunc� definitivamente en el siglo XIX, aunque el declive comenz� en el XV, justo cuando la ciencia comenzaba a dar sus primeros pasos tras su nacimiento en las culturas cl�sicas y la hibernaci�n de estos saberes durante la Edad Media. La extraordinaria actividad en la ciudad de Toledo en el siglo XII y, sobre todo, de su Escuela de Traductores as� como su influencia en la construcci�n europea ha sido estudiada, entre otros, por Edward Grant (4) quien, incluso, junto a Mill�s Vallicrosa, ha investigado la figuras de notables traductores como Plat�n de Tivoli, Gerald de Cremona, Robert de Chester, Hermann el D�lmata, el jud�o converso espa�ol Mos� Sefard� de Huesca quien tom�, al ser bautizado el nombre de Pedro Alfonso; Rodolfo de Brujas o Juan de Sevilla. S�nchez Ron escribe en su libro 'Cincel, martillo y piedra' (5): "Si esto fue as� (la importancia en el trasvase de los saberes antiguos a la cultura medieval europea llevada a cabo por la Escuela de Traductores de Toledo) hubo un tiempo �siglos, no a�os- en los que el suelo de la Pen�nsula ib�rica no fue hostil, sino todo lo contrario, al cultivo y conservaci�n de la ciencia, constituy�ndose los naturales de esa tierra en adelantados de la ciencia europea". (S�nchez Ron, 1999: 15)
El siglo XVI: Felipe II, la revoluci�n cient�fica y la oportunidad perdida Parece que todo comenz� a torcerse bajo el reinado de Felipe II, aunque respecto al impulso de la ciencia por este monarca, existen divergencias de opiniones entre los investigadores de su figura. Lo que s� es cierto es que en aquella �poca �siglo XVI- comenz� la revoluci�n cient�fica, puesto que en 1543 el astr�nomo polaco Nicol�s Cop�rnico public� su 'De revlutionibus orbioum coelestium', en el que se abandonaba la visi�n cosmog�nica medieval en la cual la Tierra ocupaba el centro del universo -sistema geoc�ntrico-ptolemaico- y de la f�sica -la din�mica, en particular la aristot�lica- por un sistema en el que los planetas se mueven en torno al Sol �sistema helioc�ntrico-. Cop�rnico fue el iniciador de una teor�a que, aunque razonada de forma matem�tica y desarrollada sobre todo por Kepler y Galileo, ser�a perseguida, condenada y prohibida por la iglesia cat�lica. La jerarqu�a cat�lica prefer�a el sistema ptolemaico-aristot�lico pues en �l la Tierra es el centro del universo, una circunstancia que se acomoda con la idea cristiana de que los seres humanos �la �nica criatura hecha a imagen y semejanza de dios- constituyen su obra favorita y central del creador. En 1543 tambi�n se public� otro libro importante en los inicios de la ciencia 'De humani corporis' fabrica, de Andr�s Vesalio, el cual estableci� un m�todo de investigaci�n que se�alaba de forma clara que todo examen del funcionamiento de los organismos vivos deb�a basarse en la anatom�a. En esta �poca del inicio de la revoluci�n cient�fica, Espa�a, bajo el reinado de Felipe II, era la naci�n m�s poderosa del planeta. Pero el monarca espa�ol, a pesar de que era un coleccionista de libros para su biblioteca de El Escorial, no era un apasionado de las ciencias, aunque en esto tambi�n existen divergencias. Seg�n recoge Geoffrey Parker en su libro sobre Felipe II (6), de los cuarenta y un libros que el rey guardaba al lado de su cama, todos menos uno eran religiosos. Los historiadores espa�oles prefieren, sin embargo, alabar m�s la figura de Felipe II en relaci�n con su inter�s por las disciplinas cient�ficas. As�, S�nchez Ron se�ala: "La relaci�n del rey prudente con la ciencia fue plural, con cierto grado de complejidad, y, en cualquier caso, coherente con el tiempo en el que vivi�". En opini�n de este investigador, Felipe II se sent�a tan fascinado por la magia como por la ciencia y a�ade que el monarca manten�a una "actitud ambigua o, si se prefiere, precavida con la ciencia". Sostiene que fue un ferviente admirador del alquimista mallorqu�n Raimond Llull y que dot� a la biblioteca de El Escorial con los mejores y �ltimos libros cient�ficos de la �poca, entre ellos los tratados de Cop�rnico y de Apiano. Este hecho Parker lo atribuye simplemente "al af�n coleccionista" del rey espa�ol. Sea como fuere, lo cierto es que Espa�a en esa �poca, cuando estaba en su esplendor hist�rico y cuando, adem�s, ten�a una elite culta numerosa �recu�rdese la tradici�n de la Escuela de Traductores de Toledo- prefiri� apostar por la religi�n en lugar de la ciencia. Su papel fue el de trasladar los conocimientos de la antig�edad desde la cultura �rabe a la europea, pero no los asimil� ni los desarroll�. La mayor�a de los historiadores espa�oles tambi�n atribuyen el hecho de que, a pesar de todo, no proliferasen los grandes cient�ficos en Espa�a a una cuesti�n de mala suerte hist�rica. De hecho, se ha demostrado que en las universidades espa�olas de la �poca exist�an aproximadamente los mismos libros que en las de Cophenage, donde estudi� el gran astr�nomo Tycho Brae. As�, de la Universidad de Salamanca, la m�s importante de esos a�os, se sabe con seguridad que exist�an junto a los libros de disciplinas cl�sicas como la aritm�tica, la geometr�a o la m�sica, una 'Geograf�a', de Ptolomeo; el tratado 'Sobre las esferas', de Sacrobosto y, en especial, la 'Cosmograf�a', de Apiano. Un texto, este �ltimo, que Felipe II compr� en su juventud, que se ense�aba en Salamanca y que fue el precursor de las ideas de Tycho Brae. Aunque a�n existe mucho que estudiar en cuanto a biblioteconom�a medieval comparada, lo cierto es que, en principio, no se encuentran demasiadas diferencias entre lo que se ense�aba en Espa�a en el siglo XVI en relaci�n con las universidades inglesas o de otros pa�ses europeos. Por qu�, entonces, no se desarroll� la revoluci�n cient�fica en una Espa�a que no ten�a que envidiar al resto de las naciones �si acaso, al rev�s, pues gozaba de estabilidad pol�tica �nica y era la naci�n m�s poderosa del mundo- es algo que a�n intriga a los historiadores y que pertenece al apartado de la pol�mica de la ciencia espa�ola. Est� claro que este desarrollo cient�fico s� se produjo en esta �poca en la Italia renacentista de Galileo Galilei -que estaba lejos de tener la estabilidad pol�tica espa�ola-; en Praga, donde Tycho Brae, perseguido por el Santo Oficio, hizo sus investigaciones en la corte del emperador Rodolfo II de Ausburgo, que era cat�lico y sobrino de Felipe II y que pas� algunos a�os con �ste en Espa�a, o en la Inglaterra donde har�a sus estudios revolucionarios para la ciencia el gran f�sico Isaac Newton. Las respuestas a este interrogante de por qu� en Espa�a nunca ha habido grandes cient�ficos puros van desde una incapacidad gen�tica de los espa�oles para el razonamiento abstracto necesario para la ciencia �algo que, obviamente, no se sostiene desde el punto de vista cient�fico actual- hasta el papel de la inquisici�n y la denominada "cuesti�n religiosa" espa�ola. S�nchez Ron sugiere que aunque la cuesti�n religiosa pudo tener su importancia, en su opini�n: "Lo que diferencia a la Espa�a de Felipe II de otras naciones fue precisamente su poder�o. Un poder�o que la obligaba a asignar a la ciencia un talante demasiado aplicado, demasiado instrumentalizado hacia direcciones espec�ficas de valor material para el Estado. (...) La ciencia y la t�cnica producida en los dominios y bajo el patrocinio y control de Felipe pod�a pues, ser puesta f�cilmente en cuarentena, aislada de contactos y difusi�n, sin los cuales dif�cilmente pod�a germinar y fecundar otros esp�ritus. La raz�n de Estado se impon�a sobre la raz�n cient�fica." (S�nchez Ron, 1999: 33-34) Esta imposici�n de la raz�n de estado sobre la cient�fica ha prevalecido en Espa�a, en mayor o menor grado, desde la �poca de Felipe II. As�, incluso en la actualidad, como trataremos de demostrar en posteriores art�culos, el gobierno del PP ha incrementado la politizaci�n del CSIC �la principal instituci�n investigadora del pa�s- elimin�ndole hasta su independencia para difundir informaciones a la prensa.
Siglo XVII: Espa�a empieza a importar la ciencia de otros pa�ses El siglo XVII, calificado por los historiadores como de transici�n a la Ilustraci�n, fue una �poca crucial para el desarrollo de la ciencia. En �l Galileo public� sus principales obras, entre ellas la cient�fica y socialmente revolucionaria 'Di�logo sopra i due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano' (1632); Harvey demostr� la circulaci�n mayor de la sangre en su 'Excertitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in animalibus' (1628); y Newton escribi� su monumental 'Philosophae naturalis principia mathematica' (1687), con el que cambi� de manera definitiva el rumbo de la ciencia en la historia del hombre. En la 'Enciclopedia de historia de Espa�a' (7), de L�pez Pi�ero y otros, se se�ala que desde el punto de vista de sus relaciones con la renovaci�n, la ciencia espa�ola del siglo XVII puede dividirse en tres periodos distintos. Durante el primero, que corresponde aproximadamente al tercio inicial de la centuria, la actividad cient�fica fue una mera continuaci�n de la desarrollada el siglo anterior. El segundo periodo, que comprende a grandes rasgos los cuarenta a�os centrales del siglo, se caracteriz� por la introducci�n de algunos elementos modernos de forma fragmentaria y aislada, que fueron aceptados como meras rectificaciones de detalle de las doctrinas tradicionales o simplemente rechazados. Solamente en las dos �ltimas d�cadas del siglo se produjo un movimiento de ruptura con el saber tradicional y sus supuestos. A partir de una conciencia expl�cita del atraso cient�fico espa�ol, dicho movimiento lanz� un programa de asimilaci�n sistem�tica de la ciencia moderna, que servir�a de base al periodo ilustrado". La actividad cient�fica espa�ola durante aquel siglo de oro de la ciencia fue "b�sicamente de importaci�n de la producida en otros pa�ses. Una importaci�n, adem�s un tanto tard�a, a remolque de los sucesos" (S�nchez Ron, 1999: 35). En mi opini�n, esta actitud subsiste en la actualidad, pues Espa�a no cuenta con cient�ficos iniciadores de nuevas teor�as sino, b�sicamente, con seguidores de los investigadores extranjeros. Adem�s, la falta de verdaderos cient�ficos de relevancia internacional en Espa�a �no existe ni ha existido ning�n premio Nobel de f�sica o qu�mica- hace que el inter�s por la informaci�n cient�fica b�sica sea menor que en otros pa�ses. Como ejemplo de la afirmaci�n anterior baste esta reflexi�n: si Espa�a, como se admite desde los estamentos cient�ficos e institucionales, es uno de los pa�ses con mejores investigadores especializados en biolog�a molecular, �por qu� tuvo que ser un instituto escoc�s �el Roslind- el primero en llevar a cabo una clonaci�n? �Por qu� fueron los franceses los primeros en identificar el virus del sida? �Por qu� el primer instituto nacional del c�ncer en Espa�a se crea en 1998 y tiene prevista su inauguraci�n para el a�o 2001? �Por qu� la mayor�a de los cient�ficos espa�oles no encuentra trabajo y debe partir al extranjero? Esta falta de inter�s hist�rico por la ciencia en Espa�a y, por el contrario, las ansias por su conocimiento en los pa�ses anglosajones puede explicarse, desde un punto de vista sociol�gico, por la relaci�n entre la �tica puritana y el desarrollo de la ciencia en Inglaterra en el siglo XVII. As�, el soci�logo Merton (8) considera que esta correlaci�n del profundo inter�s por la religi�n y por la ciencia �que quiz� haya sido incongruente en tiempos posteriores- fue un aspecto totalmente coherente de la incisiva �tica protestante. Teniendo en cuenta esta hip�tesis tendr�amos otro punto que apoyar�a el relativo desprecio por las ciencias en Espa�a y, por extensi�n, en Latinoam�rica, pues puritanismo y protestantismo y todos los valores que en esas doctrinas se propugnaban han sido condenados durante mucho tiempo en este pa�s. No en vano, como veremos m�s adelante, una de las razones que los jesuitas esgrimieron frente al dictador Primo de Rivera en 1927 para que le quitara poder e independencia a la Junta de Ampliaci�n de Estudios fue el "conocido anticlericalismo" de parte de sus miembros. Pasado el primer cuarto del siglo XX, en Espa�a segu�a sin valer los m�ritos cient�ficos, s�lo los religiosos. Otra de las tesis esgrimidas por algunos historiadores para explicar por qu� Espa�a no form� parte de la revoluci�n cient�fica consideran a la econom�a espa�ola como base de su argumento. As�, se�alan que mientras que la econom�a hispana de los siglos XVI y XVII ten�a como fuente principal -y no desde�able- el aporte de oro y de plata provenientes de Am�rica, tambi�n es cierto que todo ese dinero se enviaba directa y r�pidamente a Centroeuropa para pagar los intereses de los pr�stamos necesarios para sufragar los costes de un numeroso y costoso ej�rcito imprescindible para mantener el imperio espa�ol en el continente europeo. Esta falta de dinero l�quido hizo materialmente imposible el florecimiento de grandes centros de investigaci�n e impidi� el fortalecimiento del sistema universitario espa�ol.
Siglo XVIII: la Ilustraci�n y la oportunidad perdida de crear una academia de ciencias Durante el siglo XVIII, el siglo de la Ilustraci�n, la poblaci�n espa�ola creci� de 7,5 millones de personas en 1712 hasta 9,3 millones en 1797 (9). El esp�ritu ilustrado, propagado por toda Europa, hizo que en Espa�a se alentasen, aunque de forma t�mida, la ense�anza y la investigaci�n cient�ficas. Comenz� con Felipe V �de la familia de los Borbones y nieto de Luis XIV de Francia- y continu� con sus dos hijos: Fernando VI y Carlos III. Con �ste tuvo la ciencia espa�ola de la �poca su momento m�s propicio, circunstancia que finalizar�a con su sucesor Carlos IV. En cualquier caso, muchas de las mejoras tuvieron que ver m�s con la t�cnica que con la ciencia. As�, se realizaron notables obras de ingenier�a como los canales de Castilla y de Arag�n. Este �ltimo, a semejanza del canal franc�s del Midi, que atravesaba el pa�s europeo y conectaba las costas del Mediterr�neo con las del Atl�ntico, de forma que se abarataban los transportes. En Espa�a se ten�a, sin embargo, una orograf�a m�s complicada que la francesa, lo cual dificult� enormemente la construcci�n de estos canales. A�n as�, se construy� el Canal Imperial de Arag�n. Iniciado en el siglo XVI y siguiendo un trazado paralelo al Ebro, no adquirir�a hasta 1794 su funci�n de canal de navegaci�n. Con un recorrido de m�s de 100 kil�metros y un importante caudal, puede decirse que constituy� una de las obras de ingenier�a m�s relevantes del siglo XVIII. Las obras del canal de Castilla no llegaron nunca a finalizarse. Sin embargo, en el siglo XVIII se acometieron otras obras de ingenier�a que, aunque de menor envergadura, permitieron una mejora de los abastecimientos. En cualquier caso, no se hizo ning�n aporte esencial a la historia mundial de las ingeniar�as, aunque ese cuerpo de profesionales s� adquiri� numerosos privilegios, algunos de los cuales a�n subsisten (10) y forman parte del pesado lastre del que debe desprenderse la ciencia y tecnolog�a espa�olas si quieren estar a la misma altura que otros pa�ses de su entorno. Es importante se�alar que al empezar el siglo XVIII s�lo quedaban en Espa�a dos instituciones que pod�an canalizar la nueva ciencia: el ej�rcito y la Compa��a de Jes�s que, entre otras actividades, se prestaron a solucionar problemas como el de la formaci�n de las elites y la formaci�n de t�cnicos. En cuanto a la evoluci�n de la ciencia ilustrada en Espa�a en esa �poca, seg�n Lafuente y Peset (11) es posible distinguir, al menos, cuatro etapas de diferente desarrollo. La primera de ellas comenz� con la publicaci�n en 1687 de la 'Carta philosofica medico-chymica', considerada como un aut�ntico manifiesto del movimiento renovador de la medicina y de los saberes con ella relacionados y escrita por Juan de Cabriada. Esta primera etapa finaliz� en 1726, fecha en la que Benito Feijoo publica su 'Teatro cr�tico universal'. Esta obra, una serie de ensayos cr�ticos recopilados en nueve tomos, recoge la lucha particular de este monje benedictino y catedr�tico de teolog�a de la Universidad de Oviedo contra la superstici�n popular y el atraso cient�fico espa�ol. Entre estas fechas aparecen instituciones como la Real Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla (1700), la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona (1704), la Academia de Ingenieros Militares de Barcelona (1715) y el Real Seminario de Nobles de Madrid (1726). La segunda etapa se extendi� desde 1726 hasta finales de los cuarenta. Comenz� con la fundaci�n de los reales colegios de cirug�a, la publicaci�n de los resultados de la expedici�n hispano-francesa a Quito por Jorge Juan y Antonio de Ulloa, el relanzamiento de la pol�tica naval por el marqu�s de la Ensenada y la mejora de las arcas p�blicas derivada del incremento de la cantidad de plata americana que llegaba a Espa�a. La tercera �poca abarcar� desde la d�cada de los cincuenta en la cual se consolid� la militarizaci�n de la ciencia espa�ola y se extendi� hasta 1765 con la creaci�n de las sociedades patri�ticas o de Amigos del Pa�s. En esta etapa se cre� el Colegio de Cirug�a de Barcelona, el Observatorio de la Marina de C�diz (1755), la Real Sociedad Militar de Madrid (1757), el Colegio de Artiller�a de Segovia (1762) y el de Ingenieros de C�diz (1750), todos ellos vinculados con el aparato militar del estado. La cuarta �poca es diferente. En ella el problema educativo adquiri� una gran importancia y, por tanto, se prest� una mayor atenci�n a las universidades, las escuelas n�uticas o de Bellas Artes. No obstante, la experiencia m�s original de esta etapa fue la generalizaci�n de las sociedades patri�ticas o de Amigos del Pa�s, cuyo primer ejemplo fue la de Vascongadas, fundada en 1765, siendo durante algunos a�os uno de los centros cient�ficos m�s importantes del pa�s. Esta iniciativa fue copiada en otras ciudades como Zaragoza, Valencia, Mallorca, Gerona o Murcia. En definitiva, hacia el �ltimo tercio del siglo XVIII Espa�a contaba con un conjunto de instituciones cient�ficas que, como en otros muchos pa�ses, reproduc�an el modelo institucional franc�s. Eran instituciones como el Jard�n Bot�nico o el Gabinete de Historia Natural de Madrid, el Observatorio Astron�mico de C�diz, los colegios de Medicina de C�diz, Madrid o Barcelona as� como con las distintas sociedades de Amigos del Pa�s. Estas entidades lograr�an cierta integraci�n en el sistema cient�fico europeo a trav�s de su participaci�n en algunas empresas cient�ficas que necesitaban de la cooperaci�n internacional. Entre ellas cabe destacar las expediciones bot�nicas, las observaciones del paso de Venus por el disco solar o la triangulaci�n del meridiano de Par�s a su paso por Barcelona y las Islas Baleares. Es importante resaltar que en estas empresas se consolid� el papel fundamental de las academias nacionales de ciencias �el ejemplo m�s notable es la de Par�s- como interlocutores privilegiados del estado, por su capacidad para realizar proyectos, gestionar los recursos financieros y articular colectivos cient�ficos complejos (12). Sin embargo, Espa�a ten�a una notable diferencia respecto a los pa�ses de su entorno: no cont� con una academia nacional de ciencias (13) hasta 1847, durante el reinado de Isabel II. La ausencia durante el siglo XVIII de una academia nacional de ciencias en Espa�a ha tenido posteriormente unas consecuencias, en mi opini�n, desastrosas. No en vano estas instituciones en los siglos XVII y XVIII desempe�aron un papel importante en la jerarqu�a del estado. En este sentido, no s�lo proporcionaban cobijo y una cierta independencia y prestigio a los cient�ficos que formaban parte de ellas, circunstancias fundamentales en una �poca en la que a�n no hab�a llegado la profesionalizaci�n del cient�fico, sino que, sobre todo, contribu�an a reforzar la imagen y el valor de la profesi�n cient�fica en el pa�s. En Espa�a la corona (14) se opuso a la creaci�n de una academia de ciencias aunque no a las de humanidades. Se constituyeron as� las academias nacionales de la lengua, la Historia o las Bellas Artes. En palabras de S�nchez Ron en 'Cincel, martillo y piedra' (p�g. 44), "Tambi�n aqu�, las letras y las artes vencieron a las ciencias". Debe indicarse, no obstante, que hubo un proyecto �elaborado por Jorge Juan y Antonio de Ulloa- para fundar una academia de ciencias en Madrid en 1752. Seg�n Garc�a Barreno (15), Jorge Juan y Antonio de Ulloa presentaron un plan detallado para la creaci�n de la misma al marqu�s de la Ensenada. La destituci�n del marqu�s impidi� que prosperase el proyecto aunque fue retomado en 1785 por Carlos III y su secretario de estado, el conde de Floridablanca. Los trabajos se pusieron en marcha con rapidez. Bajo la direcci�n del arquitecto Juan de Villanueva, se construy� entre 1785 y 1792 un edificio destinado a la Academia de Ciencias en el Prado Viejo de San Jer�nimo, en Madrid, junto a lo que ser�an el Jard�n Bot�nico y el Observatorio Astron�mico. Este edificio, construido finalmente, nunca lleg� a albergar la Academia de Ciencias; en su lugar se estableci� una pinacoteca: el actual Museo del Prado. El arte venc�a una vez m�s a la ciencia en Espa�a.
Las expediciones cient�ficas Creo que tambi�n merecen atenci�n las expediciones cient�ficas a Am�rica que se realizaron en el siglo XVIII. En los trabajos que a este respecto han coordinado D�ez Torres, Mallo y Pacheco Fern�ndez y Alonso (16) en 1991; y D�ez Torres, Mallo y Pacheco Fern�ndez en 1995 (17) han contabilizado que se realizaron dos expediciones cient�ficas bajo reinado de Felipe V (1713-1746), tres en el de Fernando VI (1746-1759), cerca de cuarenta en el de Carlos III (1759-1788) y alrededor de treinta en el de Carlos IV (1788-1808). Estos investigadores sostienen que las expediciones cient�ficas a Am�rica se centraron en tres l�neas: las ciencias naturales, la hidrograf�a y el an�lisis pol�tico de �mbito colonial. Es decir, que de forma paralela a la actividad cient�fica exist�a una clara intencionalidad pol�tica. Debe resaltarse tambi�n el plano pol�tico-militar de estas investigaciones. As�, los expedicionarios pertenec�an en gran medida a la armada, a los ingenieros del ej�rcito y a los observatorios militares. Esta tradici�n "cient�fica" de la armada explica que, por ejemplo, el buque oceanogr�fico m�s importante de la ciencia espa�ola en la actualidad, el Hesp�rides, dependa del Ministerio de Defensa y, en menor medida, del Ministerio de Educaci�n y Cultura �aunque en la actualidad, las competencias del Hesp�rides dependientes de Educaci�n las ha obtenido la Oficina de Ciencia y Tecnolog�a (Ocyt), perteneciente a Presidencia de Gobierno. La explicaci�n que los historiadores dan acerca de por qu� en las expediciones cient�ficas espa�olas predomin� el componente militar se�ala que en el siglo en el que se llevaron a cabo �el XVIII- el dominio colonial hispano sufr�a el acoso de las otras grandes potencias colonialistas �Francia, Inglaterra y Rusia, entre otras-, el peligro independentista de las colonias espa�olas, propiciado por el nacimiento de los Estados Unidos, y el auge del contrabando holand�s, brit�nico y dan�s, entre otros. Todo ello hac�a imprescindible la fijaci�n de las fronteras, en especial con Portugal, el conocimiento hidrogr�fico de las rutas mar�timas con la impresi�n de cartas n�uticas aut�nticamente espa�olas, la mejora de las comunicaciones terrestres mediante una cartograf�a muy elaborada y el acceso a una informaci�n que permitiera una pol�tica m�s ajustada a la realidad de los territorios americanos. No hubo, por tanto, un inter�s espec�fico por contribuir al conocimiento cient�fico per se, sino que como consecuencia de la coyuntura pol�tica se hicieron unas expediciones que propiciaron un mejor conocimiento de la flora, fauna y grupos humanos americanos, tambi�n de la geolog�a �en especial de la mineralog�a descriptiva- y de la geodesia, necesaria para determinar el rumbo y la posici�n de las naves. Una de las expediciones m�s interesantes (18) fue la dirigida por el marino italiano perteneciente a la armada espa�ola Alejandro Malaspina (1754-1809) transcurrida por las aguas y tierras de Am�rica del Sur, Central y del Norte, entre 1789 y 1794. S�nchez Ron (19) considera que esa supuesta mayor�a de edad que deb�a haber adquirido la ciencia espa�ola en el siglo XVIII estuvo "un tanto desnaturalizada". As�, la ciencia newtoniana adulta, desarrollada y altamente matematizada, despojada ya de su oscuro ropaje matem�tico inicial, tuvo que entrar en Espa�a de la mano de marinos militares y no de la de un cient�fico o un fil�sofo natural empe�ado en comprender, en �ltima instancia, simplemente por qu� la naturaleza funciona de la manera en la que lo hace. A�ade que "no fue la mejor manera, pero fue una manera". En mi opini�n, el hecho de que los avances cient�ficos s�lo fueran conocidos en Espa�a a trav�s de los militares despojar�a a la sociedad civil de un saber que, con posterioridad, se traducir� en el poco aprecio hacia las disciplinas cient�ficas. Notas
|
|