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Revista Latina de Comunicaci�n Social 1 � enero de 1998 |
Edita: LAboratorio de Tecnolog�as de la Informaci�n y Nuevos An�lisis de Comunicaci�n Social |
Los estudios sobre comunicaci�n masiva en Am�rica Latina (8.548 palabras) Lic. Ileana Medina Hern�ndez � (La Habana, Cuba) En el continente latinoamericano, primero colonizado, luego neocolonizado y siempre subdesarrollado, muchas veces las tendencias culturales y acad�micas han sido eco de las metr�polis europeas y norteamericanas. La investigaci�n en comunicaciones no ha estado exenta de ello. Seg�n C. Catal�n y G. Sunkel (1991), la historia de las investigaciones comunicol�gicas en Am�rica Latina pasa por cuatro momentos fundamentales. Un primer momento, a partir de los a�os cincuenta, marcado por las tendencias funcionalistas y la orientaci�n al estudio de los efectos, que ven�an de las psicolog�as experimentales norteamericanas, y que aqu� tomaron la forma principal de estudios sobre la difusi�n de las innovaciones tecnol�gicas y de proyectos de comunicaci�n para el desarrollo. En esta etapa se desarrollaron tambi�n estudios cuantitativos de audiencias y de opini�n p�blica, realizados sobre todo en forma de investigaciones de ventas, a partir de los intereses comerciales de los patrocinadores. Un segundo momento, que abarca desde finales de los sesenta hasta principios de los ochenta, se caracteriza por el dominio de las mencionadas corrientes cr�ticas. En este per�odo se comienza a rechazar el arsenal cient�fico funcionalista predominante y se adoptan nuevos modelos for�neos, principalmente el estructuralismo franc�s. La teor�a cr�tica estaba preocupada fundamentalmente por el car�cter estructural de los procesos, la trama mercantil de los medios y la dimensi�n ideol�gica de los mensajes (Mart�n Barbero, 1978). Para ello se nutr�a de alguna inspiraci�n frankfurtiana, de cierto estructuralismo marxista (Althusser), de los enfoques semiol�gicos y de la llamada teor�a de la dependencia, proliferando las denuncias a la expansi�n de las transnacionales y al imperialismo cultural. Mart�n Barbero divide este momento en dos etapas. Una primera etapa ideologista que "se produce a finales de los sesenta, cuando el modelo de Lasswell, procedente de una epistemolog�a psicol�gico-conductista es vertido en el espacio te�rico de la semi�tica estructuralista, espacio a trav�s del cual se hace posible su �conversi�n�, esto es, su encuentro con la investigaci�n cr�tica. Llamo ideologista a esta etapa porque su objetivo estuvo centrado en descubrir y denunciar, articulando aquellas matrices epistemol�gicas con una posici�n de cr�tica pol�tica, las estratagemas mediante las cuales la ideolog�a dominante penetra el proceso de comunicaci�n" (Mart�n Barbero, 1987: 220). En esta etapa, el protagonismo de la denuncia ideol�gica y pol�tica result�, con palabras de Barbero, una "esquizofrenia" que se tradujo en una concepci�n instrumentalista de los medios de comunicaci�n, considerados meras herramientas de acci�n ideol�gica, mientras que los receptores -infelices dominados- no opon�an ninguna resistencia, s�lo pasividad y alienaci�n. Un estudio t�pico de esta corriente es 'Para leer al pato Donald', de Ariel Dorfmann y Armand Mattelart. Barbero clasifica una segunda etapa cr�tica como cientifista. Seg�n �l, desde mediados de los setenta "se abre paso otra figura precedida de este discurso: �ya est� bien de ideolog�a y de denuncias, seamos serios y empecemos a hacer ciencia�. Entramos as� en la segunda etapa que podemos denominar cientifista, ya que con ella el paradigma hegem�nico se reconstruye basado en el modelo informacional y a un revival positivista que prohibe llamar problemas a todo aquello para lo que no tengamos un m�todo. La crisis que despu�s de los golpes militares en el Cono Sur atraviesan las izquierdas latinoamericanas, con su secuela de desconcierto y de repliegue pol�tico, ser�a un buen caldo de cultivo para el chantaje cientifista" (Mart�n Barbero, 1987: 222). As�, se pas� del modelo semi�tico al informacional, con lo que se gan� en comodidad pero no en cientificidad. De la manera en que se us� la semi�tica se sigui� considerando la comunicaci�n como un acto lineal y como un mero acto de transmisi�n de informaci�n, lo que vino a ser revalidado con el paradigma informacional. Los investigadores que buscaban un modelo que justificara su denuncia pol�tica y su apasionamiento ideol�gico no pod�an ver conflictos m�s complejos, en los que los sujetos eran algo m�s que meras v�ctimas del poder de los medios, de los gobiernos y de las transnacionales. "Para nosotros, la semiolog�a era un gran instrumento revolucionario. Esto parece una especie de extralimitaci�n, pero as� la defend�amos. Todav�a no era �semi�tica�, era la semiolog�a como el instrumento revolucionario que develaba la ideolog�a oculta en el texto. F�jense la impronta marxista de este pensamiento: as� como el marxismo devela las relaciones sociales opacadas en el proceso productivo, as� la semiolog�a era el instrumento que permit�a mostrar la ideolog�a que el texto encerraba." (H�ctor Schmucler en: Mangone y otros, 1994: 8) Impl�citamente, las corrientes cr�ticas asumieron el concepto de audiencia como masa de respuesta predecible y uniforme que hab�a predominado en las teor�as hipod�rmicas. Catal�n y Sunkel reconocen un tercer momento que estar�a incluido en este gran segundo momento que signific� la teor�a cr�tica, pero que ellos lo distinguen por considerar que es el primer intento que se realiza en el continente por construir un paradigma aut�ctono: son las pol�ticas nacionales de comunicaci�n (PNC). Con la embestida por las PNC se legitima la lucha de los sectores cr�ticos por la defensa contra las transnacionales y el derecho de todos los sectores de la poblaci�n a participar en los procesos de comunicaci�n. Se luchaba por la democratizaci�n tanto en el plano interno como en el plano externo, con la aspiraci�n a un nuevo orden informativo internacional. Pero la lucha por la implantaci�n de estas pol�ticas no logr� consecuencias mayores y todo lo que trajo fue aumentar la confusi�n de lo nacional y lo p�blico con lo estatal y lo gubernamental. La creencia en el papel promotor del estado pronto se ver�a frustrada, y las aspiraciones de aumentar la participaci�n de los sectores populares en las pol�ticas de comunicaci�n como de lograr un orden informativo internacional m�s justo no tuvieron verificaci�n real. En sentido general, las teor�as cr�ticas reforzaron la idea del enorme poder de los medios, de la relaci�n determinista causal entre la estructura de los mensajes y la estructura de la recepci�n, de la enorme penetraci�n cultural contra la que hab�a que luchar -a veces a mano armada-, del valor absoluto de los contenidos, del poder monol�tico del estado y de la apocalipsis que significaba el desarrollo deformado del capitalismo. Aunque se desarroll� una l�nea de investigaci�n sobre los usos sociales de los medios, que retomaba los enfoques de usos y gratificaciones, �sta no tuvo grandes dimensiones ni aportes. Preocupados por el estudio de la propiedad sobre los medios, de las grandes transnacionales de emisi�n, del contenido ideol�gico que se suministra en los mensajes, los grandes olvidados fueron los sujetos. "Si hubo una zona de sombra en el saber cr�tico, �sa fue la de los procedimientos de consumo y recepci�n de los medios" (Mattelart, 1987: 98). Es importante destacar que la evoluci�n del pensamiento comunicol�gico en Am�rica Latina ha estado particularmente marcada por una espesa politizaci�n. Los cruentos conflictos pol�ticos que ha vivido nuestro continente han condicionado inevitablemente las posiciones de los pensadores, acad�micos e investigadores. Ha sido imposible pensar la problem�tica comunicacional sin tener en cuenta "la incidencia directa que las luchas pol�ticas, la presi�n de los acontecimientos y la urgencia de las propuestas pr�cticas van a tener sobre el campo te�rico empuj�ndolo hacia las dogmatizaciones, las vulgarizaciones y los oportunismos" (Mart�n Barbero, 1978: 32). As�, en los a�os 80, los nuevos aires pol�ticos del continente que ya se va liberando de las dictaduras militares propician que seamos part�cipes de las grandes rupturas y desplazamientos te�ricos que se han producido mundialmente durante la �ltima d�cada y que se conoce como "crisis de los paradigma. La nueva sensibilidad vigente en las ciencias sociales dentro de las llamadas corrientes postmodernas, tras la ca�da de las utop�as que signific� el derrumbe de las experiencias socialistas, propone un descreimiento en los esquemas r�gidos, en las concepciones absolutas, en las lecturas rectas. "Se pasa de lo mec�nico a lo fluido. Entre una y otra forma de pensar, las categor�as se enfrentan en un riguroso cara a cara: por fuerza, responde el flujo; ante la rigidez, la flexibilidad; ante la estabilizaci�n, la renovaci�n permanente; ante la causalidad lineal, la causalidad circular; ante el cierre, la apertura; ante la suma y la yuxtaposici�n, la transversalidad" (Mattelart, 1987: 75). Es la �poca del neoliberalismo y la postmodernidad, de todos los "neo" y los "post", de la relativizaci�n absoluta y del "fin de la historia". Todos los paradigmas anteriores son cuestionados y las ciencias de la comunicaci�n, que no hab�an logrado resolver sus problemas metodol�gicos y epistemol�gicos, se ven sumergidas en un sacudimiento que acaba con todo lo que ten�an como cierto. Aqu� se inserta el cuarto momento que definen Catal�n y Sunkel, que es el que vivimos actualmente. Una enmara�ada red de factores han determinado la gran complejidad de estos cambios sustanciales, que se ven todav�a m�s imbricados en un continente como el nuestro, lleno de mestizajes y atemporalidades. Ya habl�bamos de la ca�da de las utop�as socialistas y de la ca�da de las dictaduras en casi todos los pa�ses del tercer mundo, lo que significa una extensi�n y revalidaci�n del modelo de democracia occidental, no porque sea perfecto, sino porque pr�cticamente no hay mejores opciones. Este modelo est� hoy, adem�s, permeado por las corrientes neoliberales, lo que ha puesto en crisis la concepci�n monol�tica del estado, para reestimular el valor de la iniciativa privada. Estos son dos de los factores que est�n incidiendo en la manera contempor�nea de ver y hacer el mundo. Otro factor important�simo -y muy discutido- es el papel de las modernas tecnolog�as. �stas han posibilitado los procesos de globalizaci�n e internacionalizaci�n del mercado y las comunicaciones, la tendencia a la conexi�n universal de los circuitos, a la transnacionalizaci�n y la eliminaci�n de las barreras espaciales; mientras, posibilitan la fragmentaci�n individual del consumo, la abundancia de la oferta y los medios interactivos, la necesidad de no tener que salir del h�bitat individual para conectarse con el mundo, el encerramiento en s� mismo y la fragmentaci�n de la sociedad. "Esta doble y contradictoria tendencia (globalizaci�n de los mercados y de los circuitos vs. fragmentaci�n del consumo) impone una b�squeda de f�rmulas en t�rminos distintos al tradicional requisito de la influencia de los medios en el sistema social" (Wolf, 1991: 29). En este marco, las ciencias sociales postmodernas han recuperado la visi�n de los problemas de la sociedad desde otro �ngulo: el retorno al sujeto. "En el horizonte se perfila otro paradigma, el del reconocimiento del sujeto y la pertinencia de una teor�a que parte de las percepciones de aquel, de su subjetividad, que acoja las oscilaciones de sentido, que capte la comunicaci�n como un proceso dialogante donde la verdad, que nunca m�s ser� �nica, se desprende de la intersubjetividad" (Mattelart, 1991: 15). Este reconocimiento del sujeto implica una complejizaci�n total de los objetos de estudio, pues es un reconocimiento de la diferencia, de la heterogeneidad, de la diversidad, de la subjetividad, de la relatividad de los procesos sociales, lo que significa no verlos m�s con anteojos monocrom�ticos. El campo sem�ntico de la palabra diversidad ser� el m�s utilizado por todos los que se acercan a la comprensi�n actual de lo social: mezcla, mutaci�n, mestizaje, hibridaci�n, nomadismo, multiplicidad, transdisciplinariedad, fluidez, transversalidad, flexibilidad, renovaci�n, apertura, circularidad, todo lo que da idea de movimiento, cambio, actividad. Esto significa entonces un desplazamiento de las influencias estructuralistas a una visi�n m�s antropol�gica; de la centralidad de la clase obrera como sujeto hist�rico al reconocimiento de la diversidad y pluralidad de los sujetos sociales, incluidos los tradicionalmente "marginales"; de la concepci�n de un poder sin contradicciones, al inter�s por las fisuras que hacen vulnerable al poder, por sus negociaciones y concesiones; del inter�s por las grandes convulsiones macrosociales, a los conflictos microsociales, al inter�s por lo perif�rico, lo particular, lo cotidiano. (Mattelart, 199 Esta vuelta al sujeto, vista dentro la investigaci�n en comunicaci�n de masas, se traduce como la vuelta al receptor. Los estudios sociales que rehabilitan la creatividad del sujeto toman en comunicaci�n la forma de lo que hoy algunos llaman Paradigma de la Recepci�n Activa. La mayor�a de las investigaciones que se realizan en este momento en el continente son estudios de recepci�n. Este nuevo paradigma, salido de la "crisis de los paradigmas" anteriores, insiste en la capacidad del receptor en la construcci�n de sentidos, en la resemantizaci�n de los mensajes, en la no linealidad del proceso comunicativo, en la complejidad de las estrategias de consumo. Coloca al receptor en la posici�n activa que le da su "saber reconocer", su libertad de lectura, su habilidad para resistir a los mensajes dominantes, el car�cter negociado de los procesos de apropiaci�n. Si nos acercamos a los sujetos, no podemos hacerlo estudiando los grandes fen�menos macrosociales, sino llegando a donde ellos se reconocen como tales, en la vida cotidiana. Los enfoques postmodernos prestan gran atenci�n a las categor�as de lo com�n, lo aparentemente trivial e insignificante, a las rutinas cotidianas de los sujetos en el barrio, en el trabajo, en la casa. Los estudios de recepci�n y consumo prestar�n tambi�n atenci�n a estas instancias, pues son justamente en ellas donde se escucha la radio, se ve la TV o se lee el peri�dico. El acercamiento a los sujetos comunes, a los que son como son y no como se pretende que sean, revalida tambi�n una cualidad humana hasta ahora muy reprimida por el pensamiento racionalista dominante en occidente por los siglos de los siglos: el placer. En la tradici�n iluminista y racional que ha prevalecido en nuestra cultura, las emociones, las vivencias, el placer, han sido �tica y moralmente rechazados como cualidades humanas "inferiores", al lado de otras virtualmente valiosas y nobles como el conocimiento, la inteligencia y la valent�a. En esta creencia se transluce una posici�n aristocr�tica que considera las emociones y las pasiones como la manera de reaccionar del "vulgo". "Se dir�a que la idea de placer no halaga a nadie. Nuestra sociedad parece a la vez tranquila y violenta, pero es, sin lugar a dudas, fr�gida" (Barthes, 1991: 75). Las corrientes anteriores valoraban el componente educativo de los medios, se centraban en el an�lisis del contenido de los mensajes, sin notar que la validez de los mismos no estaba en el contenido sino en las emociones que esos mensajes, por su forma, suscitan en los receptores. La investigaci�n de la recepci�n revaloriza la emoci�n y el placer como sentimientos leg�timos, privilegia el acercamiento a las culturas populares y prioriza el estudio de los g�neros de ficci�n, reconociendo el valor l�dico de la interacci�n de los sujetos con los medios. Muy relacionada con la idea del placer, la postmodernidad valoriza tambi�n la repetici�n. Si para la est�tica moderna el valor art�stico fue la novedad, la innovaci�n, la est�tica postmoderna va a legitimizar el valor de la repetici�n. "�sta es la raz�n por lo que la est�tica moderna fue tan severa a prop�sito de los productos tipo industrial de los medios masivos de comunicaci�n. Una canci�n popular, un comercial de TV, una tira c�mica, una novela detectivesca, un western, eran vistos como objetos m�s o menos exitosos de un determinado modelo o tipo (tokens). Como tales se les juzg� agradables pero no art�sticos. M�s a�n, este exceso de placer, de repetici�n, falta de innovaci�n, se sinti� como un truco comercial (el producto ten�a que llenar las expectativas del auditorio) y no como un prop�sito provocador de una nueva, y dif�cil de aceptar, visi�n del mundo" (Eco, "Innovaci�n y repetici�n"). Las corrientes postmodernas van a asociar la idea de placer a ese disfrute de la repetici�n, de "adivinar" lo que va a ocurrir, y van a legitimar los g�neros repetitivos como el serial, la telenovela, los remakes, los retakes y las sagas, tanto en su valor art�stico, como en la importancia que tienen para el reconocimiento de los sujetos. En coherencia con los presupuestos "fluidos" que toman las tendencias actuales, la metodolog�a de investigaci�n que se est� utilizando no puede ser la r�gida medici�n cuantitativa, sino que estos acercamientos m�s profundos y matizados a los objetos de estudio, requieren que se asuman m�todos cualitativos, por lo que la investigaci�n de la recepci�n ha tomado la forma de an�lisis cualitativo de audiencias. La investigaci�n cualitativa se caracteriza por la recolecci�n de datos en el medio natural en que se da el proceso, por el uso de t�cnicas poco estructuradas, la posibilidad de investigar exploratoriamente o sin hip�tesis previas, trabajar con muestras no necesariamente representativas, un an�lisis cualitativo de los datos y por el uso de la observaci�n participante. Lo que le interesa a la investigaci�n cualitativa son las caracter�sticas y las din�micas de los procesos, m�s que sus resultados o cantidad de productos. (Barrios, 1992). Por eso, la �nica manera de acercarse al estudio de la caracterizaci�n y motivaciones reales de los p�blicos es usando m�todos de an�lisis cualitativos, que dicen mucho m�s que las cifras fr�as de los porcentajes de audiencia. "Si en los estudios cuantitativos el inter�s es medir el grado de adicci�n que la TV provoca, en los cualitativos el inter�s es explorar las diversas subjetividades desde las cuales la persona, ese entrecruce de pr�cticas discursivas, negocia lo televisivo. Lo que en un territorio es evidente, en el otro es inveros�mil; lo que en uno es investigaci�n, en el otro es disquisici�n irrelevante o manipulaci�n autoritaria. El posicionarse como �cuantitativo� o �cualitativo� no es s�lo una descripci�n de m�todos vitales, de t�cticas cotidianas. Mientras que el primero es el intelectual �oficial�, el segundo es el intelectual de la oposici�n, el radical, la figura que representa las �etnias� ideol�gicas" (Lozano, 1991: 23). Este acercamiento a la realidad heterog�nea exige adem�s un enfoque transdisciplinario, no s�lo desde la psicolog�a, la sociolog�a o la matem�tica, sino cruzando transversalmente los aportes de las distintas ciencias, rasgo que est�n asumiendo los estudios actuales, al partir de ciencias como la antropolog�a, la sociolog�a de la cultura, la psicolog�a cognitiva y otras. Los grandes axiomas, las verdades �nicas, han sido puestas en duda por la postmodernidad, entonces ya no son m�s cre�bles los aportes de una sola ciencia; es necesario conjugar, mezclar, transversalizar. Otra caracter�stica esencial que poseen los estudios actuales es el desplazamiento de un enfoque estrictamente comunicativo a enfoques culturales. La relaci�n entre comunicaci�n y cultura viene a revelarse de una manera diferente, considerando los fen�menos comunicativos como pr�cticas culturales determinadas. "El modelo de la comunicaci�n impide vislumbrar las articulaciones, din�micas y pr�cticas sociales que no se agotan en lo comunicativo y que, sin embargo, constituyen su soporte. Es, pues, necesario estudiar los medios de comunicaci�n masiva desde la cultura y en el devenir de lo cotidiano" (Lozano, 1991: 20). Si los estudios cr�ticos de la d�cada del 70 tomaban aliento de la escuela de Francfort, los estudios latinoamericanos contempor�neos se nutren en alguna medida de los cultural studies ingleses, originados en la escuela de Birmingham, en la d�cada del 50. Los estudiosos de la escuela de Birmingham "obligaron a sus lectores a prestar atenci�n al hecho de que, concentrados en la palabra cultura, hay asuntos directamente planteados por los grandes cambios hist�ricos que las transformaciones en la industria, la democracia y la clase, cada una a su modo, representan" (Hall, 1994: 28). Con los estudios culturales, la aproximaci�n a los fen�menos comunicativos cobr� integralidad, reconociendo las pr�cticas culturales que intervienen en ellos e interrelacion�ndolos con los conjuntos de pr�cticas sociales. "Los estudios culturales se interesan por significaciones hist�ricamente situadas antes que por tipos generales de comportamiento; se orientan hacia los procesos m�s que hacia los resultados, son interpretativos m�s que explicativos (...) Son conscientemente ecl�cticos, cr�ticos y desconstructivos. No pretenden ofrecer un modelo �nico ni obedecen a l�mites disciplinarios establecidos" (Ang, 1994: 53). Los estudios culturales se oponen al determinismo economicista, que ve toda cultura e ideolog�a determinada por las condiciones econ�micas. Reconocen as� la libertad del sujeto, la cierta autonom�a del mundo espiritual, desafiando la dualidad marxista de la oposici�n estructura-superestructura. El desarrollo de los estudios culturales ingleses, al igual que la sociolog�a francesa de la cultura, se ha extendido hasta nuestros d�as, y sus aportes a la concepci�n de los fen�menos comunicativos y a la instauraci�n del paradigma cultural dominante hoy han sido trascendentales. En estos tiempos, los estudios culturales han adquirido una enorme popularidad, pues su flexibilidad se adecua muy bien a las alternativas que buscan los investigadores contra los anteriores paradigmas r�gidos. Como todo paradigma, el del retorno al receptor presenta sus riesgos y ha recibido muchas cr�ticas. Todos los paradigmas son esquem�ticos e insuficientes, pues no son m�s que intentos del hombre por organizar una realidad que nunca ser� aprehensible en paradigmas. Lo que pudiera criticarse en la utilizaci�n de estos postulados es precisamente no hacer lo que el esp�ritu de ellos reclama: no tomarlos dogm�tica, r�gidamente. Si las corrientes de estos tiempos proclaman la fluidez y la relatividad, no podemos entonces ir al polo opuesto, y si hasta ayer conceb�a a los medios como omnipotentes y al receptor como pasivo, ahora creer que el consumidor tiene una libertad total de lectura, es aut�nomo, y la influencia de los medios, nula. "Reacci�n frente al racionalismo frankfurtiano y el mecanicismo economicista, rescatador de la creatividad de los sujetos, de la complejidad de la vida cotidiana y del car�cter interactivo y l�dico de la relaci�n de los usuarios con los medios, el estudio de la recepci�n y el consumo comporta sin embargo -en estos tiempos de postmodernidad y neoliberalismo- la tentaci�n de creer que en �ltimas, el poder reside en el consumidor" (Mart�n Barbero, 1991c: 4). Armand y Michelle Mattelart (1991) tambi�n han expresado sus reservas con respecto a las interpretaciones que pueden tener estos enfoques postmodernos, pues en muchas ocasiones contribuyen a legitimar nuevos esquemas de poder y nuevos modos de sumisi�n, as� como puede volverse a caer en el extremo de, viendo al individuo, olvidar los grandes conflictos y determinaciones macrosociales. "Si bien es cierto que la aportaci�n del postmodernismo es real y que ha contribuido a liberar el acercamiento a las pr�cticas culturales y art�sticas de un concepto de sociedad cuadriculado y jerarquizado, y de un concepto lineal de la historia, no por eso deja de participar en la legitimaci�n de nuevos esquemas de poder y nuevos modos de sumisi�n. El postmodernismo se revela especialmente en consonancia con el incremento de las visiones cibern�ticas de los sistemas sociales y con el conservadurismo del retorno al lema �cada cual para s�." (Mattelart, 1991: 17). La libertad del sujeto siempre ser�, en �ltima instancia, la libertad de escoger lo que va a consumir, pero no la de producir sus propios productos, la de hacer prot�gonica su propia cultura subalterna. "Existe un riesgo: el de terminar disolviendo, disculpando, una relaci�n desigual por la cual las mayor�as son condenadas a ser libres pero solamente respecto al consumo y no a la producci�n" (Mattelart en: Kapl�n, 1988). En fin, existe el riesgo de pasar de un extremo a otro, pues, como estos mismos enfoques plantean, pueden existir lecturas diferentes que utilicen estos postulados lo mismo en favor de la democracia que a favor del totalitarismo. Los giros postmodernos pueden ser una excelente m�scara para ocultar el profundo individualismo y escepticismo que se respira en estos finales de siglo. No obstante, los estudios cualitativos del proceso de recepci�n representan un salto enorme frente a las teor�as cr�ticas, sobre todo por su �nfasis en la relaci�n interactiva, el intercambio con el otro, el pensamiento dial�gico, por el reconocimiento de las complejidades que trae siempre mirar desde el otro lado. La gran subversi�n que significa alejarse del estricto racionalismo dominante en nuestra sociedad para adentrarse en el terreno resbaladizo de las emociones y los placeres, abandonar las posiciones aristocr�ticas para reconocer el valor de lo popular y lo "otro", es tal vez el enorme desaf�o que alg�n d�a le agradeceremos a la postmodernidad. En el caso particular de Am�rica Latina, los estudios de recepci�n han manifestado enormes avances en la comprensi�n de los fen�menos regionales, exhibiendo cada vez m�s una conceptualizaci�n propia, muy arraigada en los problemas espec�ficos de nuestro continente. La complejidad de las culturas mestizas latinoamericanas acent�a de manera particular las caracter�sticas flexibles de los estudios actuales, en una regi�n de la que incluso algunos dicen que siempre ha sido "postmoderna". Esta iron�a se explica por la enorme discontinuidad que padece -o disfruta- nuestro continente. Vivimos tiempos discontinuos, espacios discontinuos, razas discontinuas, culturas discontinuas, pol�ticas discontinuas... Dominados por potencias ajenas, hemos sufrido los choques de razas diferentes, de culturas diferentes, de temporalidades diferentes, y hemos mezclado de manera excepcional el indigenismo con el esclavismo, con el feudalismo, con el capitalismo. Mientras en unas regiones se vive en la comunidad primitiva, en otras se disfruta un programa de TV v�a sat�lite. O lo que es m�s, tambi�n en una aldea ind�gena se puede disfrutar de ese programa de televisi�n. Cuando luch�bamos por ser modernos, y ponernos a la "altura" del occidente-arcadia-quimera-ideal-para�so, de pronto, ya no hac�a falta m�s ser modernos y nos toca ser postmodernos. No nos hemos acabado de formar como naciones, y ya se habla de transnaciones. Lo que todo occidente ha tardado miles de a�os en experimentar, nosotros lo hemos vivido simult�neamente en cinco siglos. As�, llega la postmodernidad y a los latinoamericanos no nos queda m�s remedio que complejizar la mirada aqu� donde m�s complejas son las realidades. Con la crudeza de nuestros conflictos y de nuestra pobreza pes�ndonos en la espalda, asumimos los retos con que las naciones desarrolladas estudian sus bienestares, para escudri�ar nuestras llagas. Y nos enfrentamos a sus tranquilidades y homogeneidades, con todos nuestros conflictos e inseguridades. Y as� surgen propuestas interesant�simas y originales que incluso superan las miradas inmaculadas de los pa�ses n�rdicos. Mientras los te�ricos europeos y americanos se pueden dar el "lujo" de obviar las situaciones sociales, aqu� no nos podemos arrancar de la piel los conflictos que padecemos todos los d�as. Por eso, a los estudios comunicol�gicos latinoamericanos actuales, incluidos en el paradigma de la recepci�n activa, no puede critic�rsele el aislamiento de la historia cultural concreta de nuestro continente, pues "el retorno al sujeto en Am�rica Latina reviste la forma genuina de un retorno a las culturas populares en su interacci�n con la cultura de masas. Lo que lo salvaguarda del encierre en la problem�tica de un individuo despojado de su sociedad, que consagran las nuevas corrientes neoliberales" (Mattelart, 1991: 10). Las posiciones te�ricas latinoamericanas rescatan los actores sociales concretos que participan en y se rehacen con el proceso de recepci�n, en cuanto proceso de intercambio y producci�n cotidianos de sentido. No parten de posiciones ni aristocr�ticas ni folcloristas para darle a la cultura popular y a los g�neros populares una ubicaci�n e importancia mucho m�s reales, insertados en las realidades heterog�neas de nuestras sociedades. "El momento actual de los estudios de comunicaci�n est� m�s pleno de interrogantes que de tranquilas certezas. En Am�rica Latina existe la aspiraci�n de construir una teor�a latinoamericana de la comunicaci�n, capaz de alzar paradigmas que den cuenta de nuestros problemas y de la especificidad de nuestros fen�menos comunicativos; de elaborar metodolog�as propias para aprehender con precisi�n hechos de la realidad que son complejos, escurridizos al esfuerzo del conocimiento y muy peculiares de las contradicciones de nuestra regi�n. Hay quienes no creen en estas propuestas, pues ser�amos dependientes no s�lo en lo econ�mico sino tambi�n en el plano intelectual. Otros plantean la necesidad de abandonar los c�modos pero insatisfactorios aleros que nos han proporcionado otras disciplinas cient�ficas como la sociolog�a, la semi�tica y �ltimamente la cibern�tica y la inform�tica, para avanzar substantivamente en el conocimiento de nuestro propio campo, el de la comunicaci�n en proceso, con nuestras propias herramientas metodol�gicas. Los estudios de recepci�n ser�an una contribuci�n valiosa a las nuevas teorizaciones y una originalidad latinoamericana pues son casi inexistentes en otras partes del mundo" (Fuenzalida y Hermosilla, 1991: 113). Los estudios m�s importantes que a mi juicio se han producido en el continente en los �ltimos a�os han sido: - La mediaci�n cultural. Jes�s Mart�n Barbero. - La teor�a socio-cultural del consumo. N�stor G. Canclini. - El enfoque integral de la audiencia. Guillermo Orozco. - La recepci�n activa. Valerio Fuenzalida y Ceneca. Estos autores han producido interesantes propuestas te�ricas sobre los procesos de recepci�n y consumo en la comunicaci�n de masas. Si el cambio consiste en ver la comunicaci�n desde el otro lado: el de los receptores y los consumidores, el de las clases populares y subalternas, el de los "oprimidos" y "d�biles", �qui�n puede hacerlo mejor que nosotros, los latinoamericanos, los del tercer mundo, los subdesarrollados, los "consumidores" de lo que Europa y Norteam�rica producen, los que estamos no en el norte sino en el sur, no en la cima de la "civilizaci�n", sino en el otro lado? Desde esta profunda redundancia surgen estos estudios. De ah� tal vez obtengan su fuerza y su certeza. Adem�s de las caracter�sticas generales que est�n asumiendo casi todos los estudios comunicol�gicos contempor�neos, en estos tiempos de postmodernidad, neoliberalismo, crisis de los paradigmas y fin de la historia -que ya hemos descrito al principio-, los estudios latinoamericanos presentan peculiaridades y matices que los distinguen y que los han hecho importantes no s�lo para el desarrollo de las ciencias sociales en nuestro continente, sino en todo el hemisferio occidental. Partiendo de nuestra situaci�n econ�mica, pol�tica e hist�rica, todos los intentos decorosos de investigaci�n cient�fica que se hacen en el continente van en una direcci�n: la superaci�n del subdesarrollo. En el caso de las ciencias de la comunicaci�n, los aportes no pueden quiz�s aumentar directamente la producci�n material o la eficiencia econ�mica, pero se mueven en un terreno tanto o m�s importante: el de la democracia. La mayor�a de los investigadores ven c�mo el objetivo final de los estudios y pr�cticas de estrategias de comunicaci�n, el de aumentar la participaci�n cultural y pol�tica de la gente en los proyectos de los pa�ses, el de respetar los derechos y las formas de vida del otro, el de estimular la actividad y el protagonismo de los distintos sujetos sociales, el de respetar las diferencias y la diversidad. El �nimo que inspira a los estudios de recepci�n y consumo es el de reconocer las capacidades de producci�n de quienes hasta ahora se conceb�an como pasivos, de reconocer la diversidad y la heterogeneidad de los sujetos populares, las riquezas de lo regional y lo local, los cambios que llegan de lo transnacional, las maneras en que interact�an el poder y el anti-poder. Todos desbordan los m�rgenes academicistas, para comprometerse grandemente con el desarrollo cultural, pol�tico y social de nuestros pa�ses. Sus an�lisis te�ricos son puntos de partida para desentra�ar y estimular las formas de resistencia cotidianas de la gente ante la revoluci�n mass-medi�tica. En este sentido pol�tico, Barbero y Canclini utilizan como marco el concepto de hegemon�a de Antonio Gramsci: "La noci�n de hegemon�a rompe con la idea de un poder vertical, de un poder no negociado y, sobre todo, no negociable. Tambi�n rompe con la tendencia a dejar en penumbra cualquier interrogante sobre el fundamento del poder intelectual como mediador en la producci�n de esta direcci�n intelectual y moral o, dicho de otro modo, del �consenso�. Y rompe, por �ltimo, con las corrientes de pensamiento que han limitado la cuesti�n de las culturas populares a las pr�cticas de los partidos �populares� en nombre de la idea de representaci�n" (Mattelart, 1987: 88). La comprensi�n del poder cultural como agente hegem�nico es lo que los lleva a ver la cultura como el marco id�neo desde el que pensar la comunicaci�n y a concebir las relaciones entre medios y receptores como conflicto y resistencia y como complicidad y cooperaci�n. Conciben la comunicaci�n como un proceso negociador en el que los emisores influyen sobre los receptores y viceversa. Todos reconocen l�gicamente el car�cter activo de los procesos de recepci�n, recogiendo aquellos aportes de la semi�tica textual seg�n la cual entre emisor y receptor hay una asimetr�a de competencias comunicativas, entre un "saber hacer" y un "saber reconocer". De la semi�tica toman tambi�n el hecho de ver los textos como una "forma vac�a" que puede ser llenada con uno de varios sentidos posibles. Todos defienden la capacidad del receptor para producir sentido, y que el sentido final de un mensaje est� all� en las apropiaciones y reapropiaciones que de �l hacen los sujetos. Es com�n tambi�n el reconocimiento de la mediaci�n social que act�a entre los usuarios y los medios. Cuando la comunicaci�n se vuelve cuesti�n de cultura, los medios se vuelven cuesti�n de mediaciones. Para Canclini, el reconocimiento de las mediaciones culturales es "la �nica garant�a de que no pasemos del simulacro de la hegemon�a al simulacro de la democracia". Para Orozco es la �nica manera de enfocar integralmente la audiencia, y para Fuenzalida, es el modo de entender la competencia cultural que significa la televisi�n. Aunque cada uno clasifica las mediaciones de distintas maneras, todos consideran primordial a la familia, los grupos e instituciones sociales y en sentido general, las diferentes instancias que van de lo micro a lo macrosocial, como fuertes elementos de mediaci�n. Todos ellos parten del concepto de mediaci�n de Barbero. Jes�s Mart�n Barbero es, a nuestro juicio, la figura principal de los estudios continentales, y el punto de partida de muchos otros especialistas. Fue �l quien propuso el cambio paradigm�tico "de los medios a las mediaciones". Es �l quien ha elaborado m�s seriamente una propuesta te�rica integradora, original y ampliamente comprometida con la realidad social de nuestro continente. Todos los dem�s toman la esencia de Barbero, comparten el sentir m�s profundo de sus postulados. Como ninguno de los otros, Barbero recupera e integra a la comprensi�n de los fen�menos actuales, la historia cultural de Am�rica Latina. La comprensi�n de los fen�menos hist�ricos le permite alejarse de los extremos positivistas o rom�nticos, de los extremos cr�ticos o postmodernos, para asumir una actitud mesurada, no parcializada, con una gran objetividad cient�fica: "Frente al tramposo pluralismo de los postmodernos, que confunden la diversidad con la fragmentaci�n y al fundamentalismo de los nacionalistas �tnicos que transforman la identidad en intolerancia, comunicaci�n plural significa en Am�rica Latina el reto de asumir la heterogeneidad como un valor articulable a la construcci�n de un nuevo tejido de lo colectivo (...) rehaciendo m�s bien las identidades y los modos de simbolizar los conflictos y los pactos, desde la opacidad y la complejidad de las hibridaciones y las reapropiaciones" (Barbero, 1994: 78). La asunci�n de la historia cultural de nuestros pueblos llev� a Barbero a una conclusi�n capital para la comprensi�n de la cultura masiva: lo masivo no es una degeneraci�n de la alta cultura sino una deformaci�n de lo popular. Esta afirmaci�n que pudiera parecer simple, entra�a varias importantes consecuencias: En primer lugar, el abandono de las posiciones etnoc�ntricas y apocal�pticas que ven los medios como aquello que viene a corromper lo �nico que vale y brilla: el arte verdadero, la alta cultura. Con el rompimiento de este prejuicio, se acaba con todas las concepciones anti-medios que hab�an predominado en las ret�ricas aristocr�ticas de muchos estudiosos, tanto de izquierda como de derecha. En segundo lugar, se comprende por qu� los procesos de recepci�n no son de aceptaci�n pasiva de los mensajes ajenos que se le imponen, sino de apropiaci�n y reconocimiento. Lo que encuentran los sujetos son sus propias matrices culturales, que aunque homogeneizadas y estilizadas, perviven en los textos masivos. Son los propios procedimientos que han existido toda la vida en la memoria narrativa y cultural de los pueblos, los que ahora se activan en los medios masivos de difusi�n. Esto explica el lado del placer, del goce, del entretenimiento, de la seducci�n que encuentra la gente en las propuestas culturales de los medios; y el �xito que logran los productores que explotan esas matrices. En tercer lugar, lo popular se convierte entonces en el centro de articulaci�n que une las distintas fases de la historia, y por lo tanto, en el sitio desde donde investigar las pr�cticas culturales contempor�neas. Se entiende lo popular como lo heterog�neo, lo mezclado, lo que se transforma en espacio y tiempo. "No podemos pensar hoy lo popular actuante al margen del proceso hist�rico de constituci�n de lo masivo, es decir, del acceso de las masas a su visibilidad y presencia social" (Barbero, 1989: 24). Se abandonan las posiciones de los folcloristas, de los pol�ticos populistas, de los investigadores positivistas y de los comerciantes inescrupulosos, para situar lo popular en lo que es: una cultura que evoluciona en el tiempo, que se mezcla con los otros tipos de culturas, que est� compuesta por diferentes naciones, regiones, barrios, grupos sociales, elementos transnacionales; con caracter�sticas de lectura propias, con sus modos de apropiaci�n y reconocimiento; heterog�neo y cambiante en las diversas instancias del entramado social. En cuarto lugar, aparecen los g�neros como elementos protag�nicos que venidos de la memoria narrativa social e individual, articulan las competencias comunicativas de los emisores con las de los receptores. Los g�neros, que a�n sin ese nombre han sido m�s o menos los mismos en todos los tiempos, son un concepto esencial para entender lo popular. Son los "puentes" entre las l�gicas de la producci�n y las l�gicas de los usos, el engranaje mismo que permite comprender la comunicaci�n como un proceso bidireccional. Les permiten a los p�blicos anticipar las expectativas, saber "c�mo" pueden entender un discurso. Es el pacto simb�lico entre la industria y los p�blicos. En los pa�ses de Europa y en Estados Unidos, el paradigma de la vuelta al sujeto no ha tenido el compromiso social y cultural que ha desarrollado en nuestro continente. En los pa�ses desarrollados muchas veces el postmodernismo ha significado "el retorno a cada cual para s�". En nuestro continente, la situaci�n social conflictiva y compleja (los "tercos hechos" de que habla Barbero) ha posibilitado una vuelta de la vista hacia lo social, que ha hecho que nuestras teor�as sean mucho m�s ricas y aprehensivas que los estudios europeos y norteamericanos, y con una amplia sistematizaci�n sobre lo popular y el papel de los g�neros que no se ha hecho en otras partes. Especialistas de esos pa�ses han reconocido los grandes aportes que han hecho nuestros te�ricos al campo internacional de los estudios de comunicaci�n: "Al pensar en estos problemas, creo verdaderamente que nosotros aqu� en la Gran Breta�a necesitamos tomar notas de escritores como Jes�s Mart�n Barbero y N�stor Garc�a Canclini, que provienen del campo de la cultura popular y se encuentran entre los exponentes m�s conocidos de esta l�nea de pensamiento. El principal inter�s de su trabajo est� en el personaje multifac�tico de todos los d�as -que requiere un an�lisis a trav�s de un amplio campo de disciplinas- y en la participaci�n en el sentido de la acci�n que hallar� puntos de acceso a la cultura dominante y a una estructura de poder, destruy�ndolo cuando sea necesario y apropi�ndose de �l para otros usos. Lo que surge es un fuerte sentido de las ambig�edades y contradicciones de las pr�cticas culturales, bastante diferente a verlas bajo el control unidimensional de un sistema dominante. En resumidas cuentas, el an�lisis comienza con las preocupaciones por la vitalidad de la cultura popular y por la recuperaci�n de la resistencia hacia las fuerzas hegem�nicas, lo que tiene mucho de com�n con la gran tradici�n brit�nica de estudios culturales, desarrollada por Raymond Williams, Richard Hoggart y Stuart Hall" (Schlesinger, 1989: 58). Al considerar tambi�n el lado l�dico y placentero de la relaci�n de los sujetos con los medios, estos autores han privilegiado el g�nero telenovela. Partiendo de la historia que ha tenido el melodrama en nuestras culturas, reconocen a la telenovela como el producto cultural m�s importante de nuestro continente, tanto en el plano de la producci�n, como en el de la recepci�n. La telenovela es la �nica industria cultural latinoamericana que ha penetrado el mercado internacional, y es adem�s uno de los fen�menos regionales de mayor teleaudiencia. En la telenovela, los p�blicos se encuentran con lo cotidiano, reconocen su identidad, "aprenden" a resolver sus conflictos diarios, sue�an, lloran, r�en, disfrutan y se entretienen. As�, hay una superaci�n del racionalismo tradicional que consideraba como �nicos g�neros valiosos aquellos que siguen la tradici�n ilustrada, los g�neros informativos y de debate que apelan al raciocinio y no a las emociones. Tambi�n rompen con la raz�n dualista de este pensamiento, que concibe todos los conceptos por oposici�n. Las corrientes contempor�neas borran los l�mites entre estructura y superestructura, producci�n y recepci�n, lo microsocial y lo macrosocial, comunicaci�n y cultura, lo racional y lo emocional, lo absoluto y lo relativo, el contenido y la forma. El mismo t�rmino "mediaci�n" nos sugiere la eliminaci�n de las oposiciones binarias. A la hora de llevar a la pr�ctica sus postulados te�ricos, Barbero para ejemplificar, y Orozco y Fuenzalida para las investigaciones emp�ricas, los tres eligen la televisi�n como medio, por ser la industria de mayor competitividad, de gran protagonismo en la vida social y con una gran riqueza en sus c�digos audiovisuales. Sin embargo, otros investigadores como la argentina Mar�a Cristina Mata y la peruana Rosa Mar�a Alfaro han elegido la radio, pues la consideran el medio m�s id�neo para estudiar la heterogeneidad de lo popular, el m�s cercano a la cotidianidad local, el m�s representativo de la identidad de los grupos, debido a la proliferaci�n que han tenido en nuestro continente las radios comunitarias. "Es necesario analizar de qu� manera esas radios constituyen discursivamente a los sectores populares como sus destinatarios y hasta qu� punto y c�mo ellos se constituyen efectivamente en p�blicos de esas emisoras. Es decir, aproximarnos al sistema de adhesiones y rechazos que los receptores generan ante las propuestas radiof�nicas, a las continuidades y fracturas que se producen entre el discurso radiof�nico y los modos de actuar y pensarse de los sectores populares" (Mata, 1992: 36). El mismo Barbero ha reconocido la significaci�n especial que ha tenido la radio en nuestro continente en la alteridad democr�tica de los sistemas masivos: "Si en los 70 el sujeto social era uno y democratizar la comunicaci�n consist�a en ponerla a su servicio, en los 80 la heterogeneidad de lo social va a empezar a permear las propuestas de comunicaci�n desestatiz�ndolas y diversific�ndolas. Es a lo que se adelant� primeramente la radio cuando, revalorizada en su oralidad -en su continuidad y complicidad con las matrices culturales de lo oral- se lig� al surgimiento de movimientos populares, como en el caso de las radios mineras bolivianas, y lo que ha sucedido cada vez m�s intensamente con grupos ind�genas, comunidades barriales, sindicatos, instituciones universitarias. Como ning�n otro medio, la radio se ha ido haciendo plural, vocera de la diversidad campesina y urbana, de la capitalina y la provinciana, abri�ndose a la heterogeneidad de los territorios y las regiones, a sus desigualdades y diferencias" (Barbero, 1994: 78). Adem�s de los grandes puntos de contacto que existen entre las posiciones te�ricas de los investigadores latinoamericanos, entre ellos se aprecia una gama de matices que van desde los m�s "postmodernos" como Canclini, hasta los "neocr�ticos", como Mario Kapl�n. Canclini, aunque no cae en extremos neoliberales ni defiende la fragmentaci�n ni el individualismo de los aires postmodernos, ha sido el m�s criticado de estos autores por su filiaci�n a la "filosof�a del consenso". Algunos investigadores, como Mar�a C. Mata y Mario Kapl�n, lo critican porque, seg�n ellos, al hablar de la complicidad entre subalternos y hegem�nicos, est� legitimando las formas actuales de poder. Cierto sector de la investigaci�n actual todav�a tiene algunas reticencias ante este paradigma del placer, explicadas, ya sabemos, por el temor al peligro que implica la resbaladiza y oblicua condici�n postmoderna. Para Kapl�n, ese placer sigue siendo "el placer de olvidar por un momento la miseria". Un gran valor que ha tenido la vuelta al receptor en Am�rica Latina han sido las experiencias de educaci�n para la recepci�n, EPR. En este momento, un poco abandonadas en el resto del mundo, las experiencias de EPR que se han realizado en nuestro continente hablan por s� solas de la utilidad pr�ctica que tienen los estudios actuales sobre la recepci�n. No dedicada a ideologizar ni a ense�ar a la gente a descubrir el "verdadero" sentido de los mensajes, la EPR ha sido concebida como el paso entre la investigaci�n y la transformaci�n social, como la v�a de estimular la actividad, la creatividad y la competencia comunicativa de los receptores, de acrecentar la participaci�n de las clases subalternas en los procesos culturales, pol�ticos y sociales de los pa�ses. Las EPR nos salvan de aquella aberraci�n seg�n la cual reconocer el car�cter activo de los sujetos significa que ya no hay nada m�s que hacer. Las estrategias de EPR cobraron fuerza y se extendieron a nivel social en muchos grupos e instituciones, como demuestra el caso chileno; y al igual que las investigaciones, no son un fin en s� mismas sino que han sido un paso en la lucha por la pluralidad y la democracia en nuestros pa�ses. Mirar desde el lado del pueblo, de los "despose�dos", siempre es subversivo y revolucionario. Porque, en definitiva, el prop�sito final de nuestros investigadores con esta vuelta al sujeto, es darle a todos los hombres el valor que merecen: "Comunicar es hacer posible que unos hombres reconozcan a otros, y ello en doble sentido: les reconozcan el derecho a vivir y pensar diferentemente, y se reconozcan como hombres en esa diferencia. Eso es lo que significa y lo que implica pensar la comunicaci�n desde la cultura" (Barbero, 1990: 15). Bibliograf�a utilizada Ang, Ien: "Cultura y comunicaci�n: por una cr�tica etnogr�fica del consumo de medios en el sistema medi�tico transnacional" En: 'Causas y Azares' No. 1, pp. 52-65, Buenos Aires, 1994. Barrios, Leoncio: "El an�lisis cualitativo de la audiencia" En: 'Comunicaci�n' No. 77-78 (extraordinario), pp. 12-18, Caracas, 1992. Barthes, Roland: "El placer del texto". Siglo XXI, M�xico, 1991. Catal�n, Carlos y Guillermo Sunkel: "La tematizaci�n de las comunicaciones en Am�rica Latina" En: 'Comunicaci�n' No. 76, pp. 4-26, Caracas, 1991. 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