Revista Latina de Comunicación Social 57 de
enero-junio de 2004
|
Edita: LAboratorio de Tecnologías de la Información y
Nuevos Análisis de Comunicación Social |
La decadencia de un mito Francisco
V. Piera Córdova ©
La
Laguna
Es
obvio que cualquier medio de comunicación está limitado. Lo está en cuanto a
forma, estilo, contenido. Lo está en tanto que todos y todo aquello que lo
conforma se encuentra coactado igualmente por nuestra mera presencia, en mayor
o menor medida. No todos tenemos la misma capacidad para expresarnos
dignamente.
Deep Blue no podrá con Gary
Tampoco
las máquinas se salvan de la quema. Lo quieran o no todos aquellos defensores
del futuro informático, aquellos que apuestan por la derrota de Kasparov frente
a una computadora han de atender que detrás de tamaño invento hay hombres. El
ajedrecista no perderá frente a la máquina jamás, lo hará, más bien, ante los
cientos de personas encargadas del diseño de
ésta.
“El
País” es un periódico puntero, lo hemos percibido siempre en su diseño, tanto
en aquellos temas que ha tratado como en la manera en que lo han sido, siempre
gracias a la profesionalidad de la gran mayoría del personal que lo ha hecho posible.
Todo
cuanto acabo de escribir ya no siento que sea aplicable al día en que lo he
escrito. Yo lo pienso así, aunque tras la lectura de “El periodismo herido”
encuentro algunas dudas, reflexiones o críticas según se quieran entender. Todo
ello no va enviado a un personaje en cuestión sino contrariamente, algunas de
ellas al autor, otras a la empresa (porque este diario como tal, al igual que
el resto de ellos, ha desaparecido) y la gran mayoría hacia mí mismo.
Perdiendo lustre
“El País” pierde calidad en su
contenido
. Esta es una frase que
muestra claramente el libro al completo.
Lo
hace en los tiempos que corren pero hemos de ser coherentes, al margen de estar
de acuerdo con tal aseveración. Hoy, todo está de una u otra manera
privatizado, lo cual implica el sometimiento a las leyes de mercado, lo cual
implica que los trabajadores no solo pueden llegar a perder su trabajo sino en
ocasiones, y antes de ello, su dignidad. Queda sin duda alguna a un lado el
aspecto de contenido y preocupa mucho más el personal.
Muy
lejos de la persona están las empresas aquellas que desde, al menos, hace ocho
años, protegidas por un gobierno conservador, poseen unos mayores beneficios a
todos los niveles, especialmente fiscales y siempre por encima del que trabaja,
del empleado. Bajo esta premisa de realidad nadie creo que dude de lo poco que
un empresario va a temblar a la hora de despedir a un trabajador para gastar
menos en la manufacturación del producto. Llámese corregidor o trabajador de
la
SEAT.
Lo
sé, pero: ¿y el resultado?, ¿y la dignidad del lector que ha visto cómo
aparecen faltas ortográficas que su hijo de diez años sería capaz de corregir?
Ese resultado tristemente y aunque nos ofusque de tamaña manera no va a variar
y si se me apura empeorará.
Todo
son alabanzas hacia la llegada de la informática.
Todo
el mundo se jacta de poseer algún producto que contenga un chip, empezando por
quien teclea un número telefónico tumbado en la playa desde su celular y le
comenta a su mujer los tiempos en que corría desaforado en busca de una cabina,
acabando por el niño que juega con su videoconsola y sin olvidarnos del
periodista que mira con tristeza su vieja Hispano-Olivetti.
Aunque
la llegada de la informática a lugares y trabajos haya supuesto una revolución
con el ahorro de tiempo que nos proporciona, también existe una cara negativa.
Resonancias magnéticas, fosquitos y
alarmas
Los
miles y miles de puestos de trabajo ocupados por teclados de ordenador no han
afectado a secciones de corrección o talleres únicamente, lo han hecho a
puestos de trabajo relacionados con la sanidad, con la alimentación, con la
seguridad y dejo al lector que exponga su baremo de prioridades diarias.
Personalmente,
y más allá de la aparición de las nuevas tecnologías y su irrupción en el mundo
de la información, lo que más enfada es la existencia de errores personales.
Esto es, que un periodista redacte mal, porque sea una falta de preparación
profesional la que le lleva a ello. Esto último antes existía igualmente, pero
se corregía.
Lo
ideal sería que quien escribiera desempeñara su trabajo de manera
satisfactoria
sin la necesidad de una
futura corrección. Pero siento pensar que éste que para mí es el error con
mayúsculas no lo va a solventar nadie.
No
estoy en absoluto de acuerdo con la línea editorial y sí lo estoy con el
contenido del libro al completo. Entre otras cosas, porque es real. Todo lo
leído es cierto, ha sido redactado por lectores críticos o por el autor capaz.
Sin negar lo dicho he de ser consecuente conmigo mismo, y el serlo me induce a
pensar que todo aquello servido a un público va a ser objeto de crítica.
Nadie
conseguirá jamás que todo el mundo estéde acuerdo con una idea, difícilmente
que lo estén con un producto.
No tengo consuelo
En
este punto se me podría achacar el defender el mal de muchos, consuelo de tontos, pero el negar la realidad quizás
fuera propio de estos últimos.
Comparto
la idea de que los gestores del producto, aquellos empresarios, gerentes o
administradores, deberían haberse limitado a sus funciones como tales, sin
inmiscuirse en el resultado final de éste.
No
dudo de que el empobrecimiento de la impresión del mensaje traerá grandes males
a este periódico, si no su fin, junto a tantas otras nefastas decisiones de su
consejo. Pero no pienso que haya sido una mala interpretación de la teoría del
primer impulso.
No
estoy absolutamente de acuerdo con que erradicar las secciones de corrección
fuera una equivocación. Y a continuación matizaré mis palabras:
En
mi opinión, todo periodista, desde los inicios del periódico tratado, debería
haber sido corrector de sí mismo, lector y atendedor en uno, aunque séque mi
razonamiento pueda leerse como el de quien trata de vender humo, aunque pueda
resultar un tanto utópico, asumiendo que seguramente sea yo el equivocado.
O
quizás mi ambiciosa pretensión habría sido imposible de realizar por mil
motivos fundados y reales, al igual que para mí resulta imposible invertir la
dinámica en que hoy se encuentra inmerso el diario “El País”.
|
|