Revista Latina de Comunicación Social 58 de julio-diciembre de 2004

Edita: LAboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis de Comunicación Social
Depósito Legal: TF-135-98 / ISSN: 1138-5820
Año 7º – Director: Dr. José Manuel de Pablos Coello, catedrático de Periodismo
Facultad de Ciencias de la Información: Pirámide del Campus de Guajara - Universidad de La Laguna 38200 La Laguna (Tenerife, Canarias; España)
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Comunicación, poder y transgresión en la «sociedad global informacional» [1]

 

Rafael Vidal Jiménez ©

Universidad de Sevilla

rvj196@terra.es

 

El desarrollo de una economía política de la comunicación en el contexto problemático de nuestro presente postmoderno pasa por la consideración crítico-deconstructiva de los nuevos poderes, de los nuevos disciplinamientos, exclusiones y segmentaciones acarreados por la aparición histórica del nuevo “informacionalismo global”. Estudios como los de Manuel Castells han mostrado que lo que realmente define al mundo actual –y lo diferencia, por tanto, con respecto a las épocas históricas anteriores- es la nueva reestructuración que el sistema económico capitalista ha venido sufriendo desde los años ochenta sobre la base del nuevo potencial productivo representado por las tecnologías de generación de conocimiento, procesamiento de información y comunicación de símbolos. Pero no se trata tan sólo de la centralidad productiva de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información. Lo decisivo es el carácter reflexivo y autorreferencial que adoptan el conocimiento, la información y la comunicación en el marco de un modelo basado en la aplicación de éstos a su continua autorreproducción, dentro de un circuito reversible y acumulativo de retroalimentación continua entre la innovación y el uso (Castells, 1997) [2] .

Sin embargo, quisiera situarme al margen de los juegos simuladores del “globalismo”, de ese “cientifismo economicista” de nuevo cuño -representado por autores tan celebrados como Daniel Bell, Alvin Toffler, Taichi Sakaiya, John Naisbitt, Peter F. Drucker, etc.,- que, desde un implacable determinismo tecno-informacional, pretende persuadirnos de la presunta necesidad histórica del Mercado [3] . Para estos charlatanes del capitalismo global, la gran mutación histórica que estamos viviendo en los comienzos del siglo XXI responde, ante todo, al “impacto”, a los imperativos incontestables de la «alquimia de la información» (Toffler, 1996: 43) Según ellos, esta “alquimia informacional” nos  transporta, de manera inexorable, a un nuevo universo económico instantáneo, intemporal, supersimbólico, que convierte el paso de la tecnología mecánica a la tecnología intelectual de los ordenadores y las telecomunicaciones (Bell, 1996) en la raíz de una honda transformación concomitante de la producción, el capital y el dinero, dentro de un revolucionario proceso de creación de la riqueza (Toffler, 1996). Pero, ante los niveles de desigualdad -jamás conocidos en la Historia- en que deriva la aplicación de este modelo, debe evitarse caer en la trampa seductora de esa  retórica del “impacto” que, como ha puesto de manifiesto el análisis sociometafórico de Emmanuel Lizcano, tan sólo sirve para estimular actitudes sociales sumisas e irresponsables ante lo que se representa como una realidad ajena a la voluntad humana (Lizcano, 2002).

Es ahí, en el poder mediático del “decir sin respuesta”, en la violencia simbólica encerrada en esas metáforas del “impacto” y de la fatalidad histórica del Mercado, la Democracia y la Comunicación, o sea, del “fin de la historia” como fin de las alternativas y negación de las diferencias socio-culturales (Fukuyama, 1992), donde residen, precisamente, las nuevas coerciones, configuraciones y normativizaciones vinculadas al informacionalismo. Como señala Jesús Ibáñez, «el orden social es el orden del decir. Está hecho de dictados -que prescriben caminos- e interdicciones –que los proscriben» (Ibáñez, 1993). Por tanto, ese orden procede del caos. Responde, ante todo, al principio homeodinámico de autocorrección de las desviaciones transgresoras que constituyen sus propias condiciones de posibilidad. En su reivindicación del carácter emancipador de la “teoría del caos”, Ibáñez nos sitúa, de ese modo, en las coordenadas históricas de los acentramientos y descentramientos “rizomáticos” del nuevo “capitalismo de consumo”, cuya actividad dominante es la “traducción”, o sea, la retención estratégica de lo transformado en los circuitos (comunicacionales) de circulación. Por eso, frente al carácter estático del centro del “protocapitalismo”, de un lado, y la naturaleza dinámica del centro del “capitalismo de producción y acumulación”, de otro, este nuevo “capitalismo (de redes) consumista” carece de centro en su incesante búsqueda desde el caos (Ibáñez, 1993). Así, pues, nos situamos en el espacio abierto e isotrópico de esas “estructuras disipativas” que Ilya Prigogine definiera como sistemas dinámicos inestables, integrados por una multiplicidad indeterminada de subunidades en interacción no lineal desde la que puede tener lugar la «formación espontánea de estructuras coherentes» (Prigogine, 1983: 262).

         Concretando, la nueva “sociedad global de la información” se funda en la constante re-construcción del “orden” social por fluctuaciones. El entramado tecno-informacional representa hoy tanto la fuente estratégica de todo tipo de actividad social, económica y política, como el principal factor de transformación y cambio (Timoteo, 1992). Por eso mismo, aporta también un nuevo modelo de experiencia e inteligibilidad que, en base a su “irreductible” complejidad, presupone la primacía de las relaciones sobre unos elementos interactuantes, sometidos a su continua redefinición en función de la reciprocidad más o menos asimétrica de las interacciones de las que participan. Entendido como un campo diferencial de fuerzas, como el espacio siempre reconfigurable de la confrontación permanente entre líneas integrales normalizadoras, de una parte, y líneas transversales de fuga y resistencia, de otra, vivimos ya en un mundo en el que la propia morfología flexible y reticular de los medios de comunicación sugiere el despliegue de una nueva “ontología de la Red”. Ello nos convierte en meros “agenciamientos” ligados al contexto de esas relaciones “en” y “a través” de las cuales vamos siendo; en “plexos” como lugares dinámicos (trans-subjetivos) de entrelazamiento de flujos de dirección, sentido y fuerza diferenciales, sometidos a los condicionamientos no-metafísicos del emplazamiento espacio-temporal-simbólico en el que “emergemos” como tales (Vázquez Medel, 2003).

En este paso desjerarquizador de los modelos de corte estructural-funcional y genético-evolutivo al paradigma de red al que remite nuestro actual “des-orden” global-comunicacional, la localización ya no depende «de análisis teóricos que implican universales, sino de una pragmática que compone las multiplicidades o los conjuntos de intensidades» (Deleuze y Guattari, 2000: 34). Por consiguiente, cualquier reflexión social auténticamente comprometida con las incitaciones de su “aquí-ahora”, dentro de un universo capaz de producir observadores –esto es lo que Ibáñez aborda desde la sustitución del principio entrópico por el principio antrópico (Ibáñez, 1993)-, no puede adoptar hoy sino la forma de una nueva racionalidad relacional, que es, al mismo tiempo, histórica, narrativa e interpretativa. Esta nueva racionalidad anti-metafísica, anti-evolutiva y, por consiguiente, fronteriza, piensa el ser dialógicamente como “ser del límite”, como «ese limes [que], desde un punto de vista dinámico (temporal, histórico), se varía y se recrea, cada vez, o en cada instante» (Trías, 2001: 317).

Situados, en suma, en esa permanente tensión entre la identidad y la diferencia, haciendo “rizoma” allí donde nada empieza y nada acaba, allí donde «siempre se está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo» (Deleuze y Guattari, 2000: 56), debemos estar atentos al modo en que toda línea de resistencia es respondida por una nueva normalización, en que, tras un descentramiento, sobreviene un nuevo centro. Ello requiere, a mi entender, enlazar la aludida “actitud límite” con una “ontología crítica de nosotros mismos” (Foucault, 2003) como función fundamental de todo pensar. Y, por supuesto, de toda actividad intelectual no subordinada a los designios disciplinantes y excluyentes de esos poderes hegemónicos encarnados, por desgracia, en esa masiva pseudointelectualidad “orgánica” bien acomodada en las universidades como auténticas cajas de resonancia de los intereses hegemónicos del “capitalismo global”.

Pensemos, pues, el futuro de la Comunicación en el ámbito iberoamericano desde la configuración de una nueva “antropología de la libertad” (Morin, 2000) coherente con el carácter complejo, múltiple y contradictorio de las esferas sobre las que proyectamos nuestra trans-subjetividad. Se trata, en realidad, de un futuro directamente identificado con el futuro de ese Imperio definido por Michael Hardt y Antonio Negri como una nueva forma de soberanía post-estatal, como una nueva lógica relacional, estructurante, a escala global, de la totalidad de flujos de intercambios materiales y simbólicos que configuran nuestra inestable realidad postmoderna (Hardt y Negri, 2003). Por consiguiente, aludir a ese futuro es, más que nada, problematizarnos en nuestro propio emplazamiento. No hay que olvidar que –cito a Tomás Ibáñez– «aquello que es “visto” es siempre relativo al ojo que observa, al lugar que éste ocupa, al campo que la mirada define en torno a sí» (Ibáñez, 1993: 86). 

Esforcémonos en aproximarnos a la forma en que nos sometemos co-activamente a los nuevos poderes disciplinantes que, aquí y ahora, no sólo nos co-determinan, sino que nos co-oprimen y nos co-destruyen. Quizá no nos guste lo que veamos, pero ese es nuestro “problema”. Por ello, deberíamos encarar el tema del Poder desde ese nuevo “no-lugar” desde el que se ejerce inmanentemente como complejo entramado de interacciones sometidas al predominio de una lógica combinatoria concreta. A este esquema estratégico-relacional del Poder responde, por ejemplo, la citada obra de Hardt y Negri. En ella se analiza el desarrollo de un nuevo tipo de subjetivización -postmetafísica, posthumanista, postilustrada, postestatal, post-territorial y postnacional- ligada al carácter inherente, esto es, interno al propio proceso global social que cae bajo su lógica estructurante, de la “soberanía capitalista”, lo cual conecta con el modo en que el capital impone su propia axiomática mercantilizadora de todo lo existente.

Evocando el enfoque foucaultiano del Poder como conjunto múltiple de relaciones consubstanciales al propio medio social que constituyen [4] , los mencionados autores tratan de dar un paso más en ese tránsito de la esfera jurídico-represiva del Estado al ámbito disciplinario de los “dispositivos” de poder que el mismo Foucault comenzara a delinear en su Vigilar y castigar (Foucault, 1992b). La diseminación global de las lógicas subjetivadoras que regían al interior de esos “diagramas” e “instituciones” en las que se implementaban, de manera relativamente autónoma, los distintas estrategias generales, esto es, los diversos dispositivos carcelarios, escolares, hospitalarios, militares, etc., analizados por Foucault, deviene en la absoluta horizontalidad microfísica de los circuitos de control. Pasamos, por tanto, de la “sociedad disciplinaria” foucaultiana a una nueva “sociedad de control global” en la que, lejos de desaparecer las disciplinas, éstas adquieren una inusitada capacidad subyugante en virtud de las múltiples combinaciones y modulaciones estratégicas que pueden adoptar en todos y cada uno de los planos de interacción “en” y “a través” de los cuales nos convertimos en sujetos (Hardt y Negri, 2003) [5] .

Foucault ya insistió en la necesidad de asumir la naturaleza capilar y microfísica de este “disciplinamiento global” al hacer girar su análisis en torno a los «mecanismos de poder que funcionan fuera de los aparatos del Estado, por debajo de ellos, a su lado, de una manera mucho más minuciosa y cotidiana» (Foucault, 199a: 116). Esto, hoy día, se corresponde con esa ecualización general, con ese alisamiento del espacio social que comporta esa forma de “gobernar” asentada en la subsunción (“subpolítica”) de lo político y lo cultural –como gestión de las diferencias- bajo la homogeneidad de lo propiamente económico (García Canclini, 2001). En un mundo en el que «la multiplicidad de riesgos en el proceso de transición hacia el modelo de gestión social, ha llevado a que la función “comunicación” sea considerada un instrumento de la gestión estratégica» (Mattelart, 1998): 85), el propio protagonismo político de la empresa como principal agente de gestión de los asuntos públicos coincide con la irrupción de nuevas líneas de segmentación y de exclusión que nos hablan del poder desmovilizador, y atomizador, de los flujos (Castells, 1997).

Por consiguiente, nos enfrentamos a la capacidad autorreguladora y “autopoiética” de un sistema que -teniendo en la estabilización de un patrón dominante de interacción su horizonte final- responde a un “principio organizador” constituido por ese “atractor”, por ese punto dinámico de convergencia hacia el que tiene lugar la confluencia normalizadora de las distintas variables del mismo. El Poder, convertido, así, en un medio (de comunicación) global –simbólicamente generalizado- de transmisión de complejidad reducida (Luhmann, 1995), hace de esa complejidad la principal fuente de retroalimentación del sistema. Cuanto mayor es el grado de complejidad, es decir, cuanto mayor es el margen de respuesta de las diferencias, mayor es el potencial reductor del “Gran Disciplinamiento Informacional”.  

El simulacro informativo constituye hoy, más que nunca, ese “no-centro” dinámico que homogeneiza y diferencia, jerarquizando. Partiendo de la articulación complementaria de los tres momentos lógicos que conforman el “comando imperial” -a saber, primero, el inclusivismo universalista liberal; segundo, la diferenciación multicultural, y, tercero, la administración jerarquizadora como “economía general de comando” (Hardt y Negri, 2003) -, este sistema se sustenta en la “fabricación” del riesgo y en la utilización -cuando no la estimulación- estratégica de los antagonismos insolidarios realizados en el marco de lo que yo definiría como un “multiculturalismo global de guetto”. Lejos de perturbar el normal funcionamiento del sistema, la afirmación y disposición táctica de estas diferencias culturales –abocadas, en la práctica, a su esencialización re-localizadora excluyente– sirve a su propia lógica autorreguladora.

En la misma medida en que -como nos recuerda García Canclini, citando a Martín Barbero- el Mercado se muestra incapaz de sedimentar tradiciones, de crear vínculos societales entre sujetos, y de engendrar innovación social, el sistema así instituido promueve y gestiona la diversidad cultural desde la técnica neutralizadora de la ecualización [6] . Pero esta supresión de las diferencias realmente transgresoras es coherente con la lógica de enfrentamiento en la que se basa lo que, a mi entender, se perfila como un gran “dispositivo global comunicacional”. Éste está conformado por la combinación sinérgica, a modo de estrategia general autoorganizadora, de los factores COMUNICACIÓN-CONSUMISMO-MIEDO. Me refiero, de entrada, a la rentabilidad legitimadora de las propias escisiones operadas a uno y otro lado de esa nueva frontera económica y cultural, móvil y dispersa, dibujada por el poder del consumismo como identidad primaria:

La obsesión de 1984 nos convierte a todos en los Pangloss de la sociedad de consumo: la intrusión violenta del poder en la vida privada justifica por contraste la sonriente agresión de la música ambiental y de la publicidad; el enrolamiento forzado de las masas ofrece a los dilemas del individuo subyugado por todo y por nada en la Disneylandia de la cultura, la forma de ejercer soberanamente la autonomía, y, por consiguiente, el universo de la telecomunicación se nos aparece como el mejor de los mundos posible» (Finkielkraut, 1990: 129).

En suma, estamos, pues, ante una “sociedad global (de control) informacional” basada en el potencial estratégico derivado de la defensa y administración de los riesgos que ella misma genera de manera recursiva. En un mundo, en el que el estado de excepción va deviniendo estado de normalidad (Beck, 2001) [7] , la conversión del “otro-excluido” en enemigo intensifica los lazos de adhesión egoísta a la sojuzgadora fantasía consumista. Y ello estimula, a su vez, en aquél, en el excluido, esa exclusión –integrista y fundamentalista- de los exclusores (Castells, 1997), lo que sirve para reforzar retroactivamente la propia amenaza desde la que se autogenera todo el sistema.

Como dice García Canclini, «la heterogeneidad no sólo es resultado de diversidades étnicas y regionales. También deriva de desiguales accesos a los bienes modernos» (García Canclini, 1999: 32). Ese es el verdadero fermento social del Miedo. Pero el papel central que éste juega en la reproducción homeodinámica de las segmentaciones a las que remite el Consumo –como principal referencia ética del “capitalismo global de redes” – sólo es posible desde los “simulacros” y efectos de realidad generados por los Medios de Comunicación. Como han destacado los citados Michael Hardt y Antonio Negri, junto a la bomba y el dinero, la regulación transnacional de los flujos comunicativos –ligada ésta, al mismo tiempo, a la estructuración del sistema educativo y a la gestión cultural– encarna el principal medio global y absoluto de control imperial: «la soberanía parece estar subordinada a la comunicación o, ciertamente, la soberanía se articula mediante sistemas de comunicación» (Hardt y Negri, 2003: 293).

En el marco de una economía política (desterritorializadora) del signo, los Medios sitúan la tensión poder-transgresión entre, de un lado, el poder de la imaginación que Arjun Appadurai atribuye a una “modernidad desbordada” por la multiplicidad de experiencias de sí mismo y de los demás que la difusión deslocalizadora de los nuevos flujos comunicativos y migratorios facilita (Appadurai, 2001); y, de otro, ese réquiem por los media entonado hace varias décadas por Jean Baudrillard para denunciar la estructura antimediadora de los medios de comunicación social. En el contexto del debate entablado con Enzensberger en torno a los medios como “industria de la conciencia”, Baudrillard cuestionó seriamente ese optimismo emancipador que, desde una concepción neutral e igualitaria de los mismos, pretende su liberación como instrumentos sociales democráticos, de comunicación abierta y plural sin límites. Su crítica de la defensa socialista de la recuperación del “valor social de uso” de los medios en detrimento del predominio capitalista del “valor de cambio”, así como de la presunta responsabilidad colectiva de los propios medios, reorienta, pues, el debate, desde la oposición entre sus contenidos reaccionarios y sus contenidos revolucionarios, al tema de la primacía de la forma, o sea, de la estructura de funcionamiento de los medios, frente a los contenidos: «no es como vehículo de un contenido, sino en su forma y su operación misma como los media inducen una relación social, y esta relación social no es de explotación, es de abstracción, de separación, de abolición de intercambio. Los media no son coeficientes, sino efectuadores de ideologías» (Baudrillard, 1989: 201).

Quizá, aunque no nos guste -¡hay tantos intereses personales y corporativos en juego!-, debamos empezar por admitir la naturaleza específicamente coactiva y normalizadora de los medios masivos de comunicación. Estos son poder en sí mismos en tanto instituyen relaciones sociales desmovilizadoras, desresponsabilizadoras, y desequilibradoras. Son poder y violencia en sí mismos porque canalizan los principios de la pragmática de la comunicación humana –el de limitación, de manera muy especial- hacia la imposición unilateral de una palabra que no admite respuesta [8] . En conclusión, creo que el análisis deconstructivo del modelo básico de funcionamiento de los “medios globales” debe extenderse más allá de la simple constatación, por supuesto necesaria, de las amenazas que hoy sufren la integridad y calidad de un espacio público transnacional, en la práctica, inexistente [9] . Así, procediendo de forma sistemática, pienso que el desarrollo de una nueva teoría transgresora de la comunicación, auténticamente transdiscursiva, y, por tanto, coherente con la “actitud límite” antes presentada, debe pasar, de manera ineludible, por la consideración complementaria de los siguientes principios que propongo como factores definidores de la estructura actual de los “medios globales”. Como se observará, esta estructura reproduce fielmente los postulados fundamentales de esas teorías clásicas de la información ajenas al nuevo espíritu relacional y pragmático que comienza a extenderse en muchos ámbitos de la epistemología de la comunicación:

1. Principio de “no-reciprocidad” entre emisor y receptor. Los medios de comunicación no comunican. Más bien, impiden la comunicación. Frente a los mitos del “valor social de uso” y de la pluralidad democrática, los medios se asientan en una operación básica de abstracción, modelización, universalización y esquematización de una experiencia singular abolida en la misma simulación de los no-intercambios que generan. Organizada en torno a sistemas autónomos regidos por un código omnímodo, la estructura global de la comunicación remite a la tiranía del emisor sobre el receptor en tanto víctima de las condiciones limitadas de no-intercambio instauradas por ese código soberano [10] .  

2. Principio de “espectacularización” y “estetización” de la realidad. En consonancia con el concepto debordiano de “sociedad del espectáculo” (Debord, 2002), la lógica combinatoria de la sociedad global informacional depende esencialmente del papel ejercido por las imágenes como mediadoras de las relaciones humanas. En esta sociedad, donde las imágenes nada tienen que ver con la realidad, reduciéndose a su «propio y puro simulacro» (Baudrillard, 1984: 18), la capacidad persuasiva y disuasiva de las mismas estriba -una vez que, en su “hiperreal” fantasmagoría, acaban absorbiendo, como sus nuevos referentes, a los sujetos pasivos que las crean y las contemplan- en la conversión de la figuración en modelo de lo figurado [11] .

3. Principio de “desmovilización” y “desresponsabilización” política. Allí donde ecualizan “estéticamente” las diferencias -neutralizando su potencial anti-normalizador-, los medios tienden a la confusión “espectacular” entre la ficción melodramática y la política (García Canclini, 2001) [12] . La generalización constitutiva y constituyente de los patrones estéticos del discurso publicitario en todas las esferas de interacción mediática sustituyen las inquietudes sociales por la mera fascinación producida por la “puesta en escena” del Poder. Las tecnologías del “fin de lo social” que los medios de comunicación explotan en sus efectos paralizantes más perversos [13] sumergen lo político en una “escenología” en la que prima el entretenimiento sobre un compromiso social desintegrado en el egoísmo insolidario del nuevo “consumidor-espectador”. Y es que, este paso de la responsabilidad democrática al goce “mediocrático” supone, ante todo, «un divorcio entre espectadores, relativamente implicados –sólo instantáneamente y por reacción emocional–, y constructores de lo real a través de la interposición de los medios de masas, que obtienen de tal privilegio su poder» (Balandier, 1994: 160).

4. Principio de “mercantilización” de la vida social. Esta despolitización de una sociedad atomizada en su incapacidad para marcar las fronteras entre los espectáculos cinematográfico e informativo remite, directamente, y como se ha sugerido, al desarrollo del nuevo estatuto de consumidor como referencia identitaria primaria. Los “medios globales”, ese “no-lugar” en el que se realiza el Mercado en cuanto tal, banalizan todo lo que se somete a su metodología simuladora. Así, todo lo que es lo es en tanto “mercancía”. En una sociedad donde «un par de botas equivale a Shakespeare» (Finkielkraut, 1990: 117), la perfecta integración estructural de la Comunicación y el Mercado, no sólo sigue produciendo los engañosos efectos de una armonía universal inviable, sino que se traduce en una completa asimilación de toda la vida social, incluyendo el amor y la muerte, a la leyes de la mercantilización general y de la oferta y la demanda (Ramonet, 1997). En su relación con el “simulacro”, esta mercantilización absoluta de la experiencia social habilitada por los medios masivos afecta a la misma esfera de la inteligibilidad y la formación de conceptos [14] .

Obedientes a esa doble lógica “antropo-fágico-émica”, esto es, integradora y excluyente a la vez, que se corresponde con el binomio sistémico Consumo-Miedo, los medios suprimen cualquier posibilidad de una esfera pública crítica y transgresora, impulsando la existencia individual a una lucha banal de todos contra todos por la siempre insatisfecha consumición compulsiva de lo irreal. De hecho, en la medida en que el consumismo se identifica exclusivamente con el propio acto de consumir, el interés por cualquier mercancía, desde un teléfono móvil a un libro, se limita a ese «momento ritual de la compra, paso primero y último de la consunción» (Lledó, 1996: 27).

5. Principio de “anticipación” y “reducción” de los acontecimientos. Imponiendo las condiciones formales y conceptuales del no-intercambio comunicativo, fijando, previamente, las reglas de un debate fingido, estableciendo, en fin, los límites de lo que se puede decir y no se puede decir, los medios llevan hasta sus últimas consecuencias anticipadoras las técnicas de control del azar del discurso que Foucault estudiara en El orden del discurso. Primero, los procedimientos externos de exclusión -los que restringen los poderes del discurso, como lo prohibido, la separación y  rechazo, la oposición entre lo verdadero y lo falso, etc. Segundo, los procedimientos internos de delimitación de lo dicho -los que dominan sus irrupciones aleatorias, como el comentario, la referencia al autor, etc. Y, tercero, los procedimientos de apropiación –los que determinan los sujetos que pueden hablar, como el ritual, las doctrinas, etc. (Foucault, 1999).

De esta forma, los medios, como reino de la previsión absoluta y del “tiempo real”, sólo informan sobre los no-acontecimientos que obedecen a sus exigencias fabuladoras. Ello, por cuanto son inmanentes a los procesos sociales que hacen posibles con su intervención, neutralizando cualquier sucesión efectiva de la diferencias, es decir, de cualquier singularidad no sujeta a su propia lógica simplificadora. Su elemental esquema de funcionamiento estriba en la aplicación permanente de lo que autores como Paul Watzlawick denominan “profecías autocumplidas”, es decir, en la aplicación de reglas de evidencia autocerradas a un discurso que convierte cualquier acontecimiento o reacción en causa de lo que, de esta manera, se entiende como acción adecuada del lado del emisor (Ceberio y Watzlawick, 1998).

6. Principio de “desmemorización” y “desfuturización” temporal. El efecto de aceleración de los no-acontecimientos -producido por la difusión saturadora de múltiples imágenes en movimiento- se corresponde con una nueva relación del individuo consigo mismo, con los demás y con el mundo en que lo fugaz y el olvido se imponen sobre lo duradero, y la memoria (Balandier, 1994) [15] . Jesús Martín-Barbero, aludiendo, en el mismo sentido, a la estimulación comunicacional de una nueva “amnesia social”, convierte los medios en “máquinas de producir presente”, en inductores de una actualidad sin fondo, sin significado y sin horizonte (Martín-Barbero, 2003). De este modo, podemos hablar de una economía informacional espacializadora del tiempo, obsesionada por el poder seductor de lo efímero; basada en el abandono absoluto de la referencia de futuro como proyecto, la pérdida del interés por el pasado como origen, y el encerramiento de la vida en un instante-presente tan comprimido como no comprendido (Martín Barbero, 2004).

  Esta disolución paulatina del sentido del progreso unilineal y, así, de la Historia Universal en favor de la simulación y el disfrute inmediato del no-acontecimiento (en su aniquilación hiperreal) atiende, en definitiva, al efecto dinámico del choque de diversos imaginarios temporales que caracteriza a la postmodernidad: el “complejo temporal informacional” como agrupación transdiscursiva de, primero, el regreso reaccionario a la repetición de lo idéntico premoderna; segundo, el desarrollo de la tesis postmodernista de la “variación” ligada al “fin de la historia” como fin de la “ilusión teleológica”; y, tercero, la teoría info-tecnocrática del “fin de la historia” como re-integración de las diferencias socio-culturales en la identidad terminal del Mercado (Vidal, 2003).

7. Principio de “deslocalización” y “desmaterialización” espacial. Dentro de este proceso anti-histórico de creciente especialización de la temporalidad, la “comunicación-mundo” (Mattelart, 1998) es puro movimiento, pura circulación, pura velocidad. Ello entraña la total desterritorialización de la experiencia humana en el plano de ese “fin de la Geografía” denunciado por Paul Virilio en complementariedad con el mencionado “fin de la historia”. Se trata de la pérdida del sentido tradicional y moderno de las relaciones del individuo con su propio cuerpo y consigo mismo, con los otros, y con el mundo, en el plano “inmaterial” de la dispersión de la identidad en el universo electromagnético de las conexiones virtuales a la velocidad absoluta de la luz (Virilio, 1997).

Esta supresión informacional de la dimensión trayectiva de las relaciones debida a la anulación de la distancia entre la salida y la llegada en un mundo cada más empequeñecido, y la paralela negación de la presencialidad y corporeidad de los vínculos humanos, encaja con el desarrollo de lo que Manuel Castells llama “espacio de los flujos”: la «manifestación espacial dominante del poder» (Castells, 1997: 411) de la “sociedad red”. Y, por tanto, tiene mucho que ver con ese concepto de los “no-lugares” con los que Marc Augé apunta hacia la decodificación total de una espacialidad “sobremoderna” en la que resulta imposible la lectura simbólica de la identidad, de la relación y de la historia (Augé, 2004).

En conclusión, estamos en una “sociedad global (de control) informacional” en la que nuestras relaciones “con” y “en” los medios, en particular, y la tecnología, en general, nos colocan en ese “estado de esquizofrenia” que resulta de la aplicación de criterios como los sostenidos por Heinz von Foerster [16] . Ante esa grave situación, no nos queda otra alternativa que resistir al Imperio, o lo que es lo mismo, resistir a los Medios. Pienso que urge hoy, más que nunca, sacar las relaciones humanas de los “medios globales” en favor de la re-ocupación de la calle como el “lugar” de una “transacción” transgresora, como el espacio “dialógico-trayectivo” de una socialidad auténticamente recíproca y transitiva. Para ello, será necesario prescindir de esa dialéctica global-local que nos invita al choque excluyente entre el relato épico del “globalismo” -basado en la razón económica e instrumental del volumen e intensidad de los intercambios homogeneizadores-, de una parte, y el relato melodramático de las resistencias locales a las nefastas consecuencias de la globalización -alentado por la reivindicación reactiva y esencialista de una “memoria abusiva” (Todorov, 2000) incapaz de responder, en proyección hacia un futuro abierto, a las incitaciones singulares del presente-, de otra.

Como sugiere García Canclini, la búsqueda hermenéutica de ese relato mediador sólo será posible desde el despliegue de una “razón intercultural”, de un “pensamiento híbrido y mestizo” que, frente a los monólogos globalista y fundamentalista –en mi opinión, el “globalismo” es una modalidad más de integrismo, quizá la más cruel-, nos constituya indefinidamente en la elaboración de unas identidades flexibles, realizadas en los siempre productivos cruces e intercambios con el “otro” (García Canclini, 2001). Así pues, ese “multiculturalismo de la transgresión” al que aquí señalo, abierto siempre a ese continuo ir siendo “en” la alteridad, debe corresponderse con un nuevo “estar-en-el-mundo” que mantenga, desde la indeterminación, la tensión entre lo idéntico y lo diferente. Pero, si de lo que, en realidad, se trata es de «actuar siempre como para incrementar el número total de alternativas» (Von Foerster, 1996: 120), en el seno de una nueva temporalidad plural, multidireccional y altamente diferenciada, entonces, hay que realizar un verdadero acto de objeción cultural contra los estereotipos y visiones simplificadas de nosotros, los otros y el mundo construidas por los medios.

Pero, llegados a este punto, podríamos preguntarnos: ¿en qué medida estamos en condiciones de cuestionar seriamente el principio organizador del “Imperio”? No olvidemos que la proyección de cualquier línea transversal de fuga implica siempre algún tipo de restauración del “principio de Centro”. De igual manera, deberíamos tener presente que la supervivencia y el perfeccionamiento del sistema depende de las desviaciones y desestabilizaciones del que se nutre su orden autorregulador. Como advierte Tomás Ibáñez, «atacándole le ayudamos» (Ibáñez, 1993: 91). Por tanto, asumiendo la lucha contra el Poder como una actividad constituyente, nunca acabada, realizándonos en el infinito combate contra la Norma y el Modelo, la configuración de nuestras actitudes contra-disciplinarias debe basarse en la adopción de alguna estrategia capaz de interferir en el correcto funcionamiento del sistema. En este sentido, creo que una de las tareas primordiales ha de ser la puesta en práctica de una especie de “resistencia pasiva” ante los medios, que, en ruptura con el monopolio de la palabra ejercido por los mismos, nos lleve a la recuperación de la libertad de los interlocutores en la reciprocidad de unos intercambios con respuestas abiertas. Estimo que deberíamos hacer un esfuerzo por re-pensarnos, como ya he dicho, en la calle, pero no en la “calle-escaparate”, no en la calle como “espectáculo” de sí, sino en esa “calle-encrucijada”, en esa calle “subversiva” en la que practicar un verdadero tránsito hermenéutico de los medios a las mediaciones (Martín-Barbero, 1987), en la que recuperar y re-inventar el sí-mismo como “minoría” auténticamente “des-trivializada” en el descubrimiento del “otro” [17] .

Como ya he insinuado con la ayuda de Baudrillard, es menester alterar la forma y la estructura de la “comunicación global”, más allá de la inútil denuncia emancipadora de unos contenidos, por otra parte, reaccionarios. Es necesario “des-mediatizar” y “des-institucionalizar” los Medios, “des-alojando” el Mensaje y el Código, “des-componiendo” éstos en la diversidad contextual del “aquí-ahora”, esto es, prescindiendo de la supuesta legibilidad y univocidad de la Información circulante. Privilegiando pragmáticamente las relaciones frente a los elementos del contacto comunicativo, se trata de «romper la discriminación de los polos de la comunicación, hacia una estructura más flexible de intercambio de los papeles y de feed-back (“reversibilidad de los circuitos”)» (Baudrillard, 1989: 218). Considero, en fin, que la consecución en términos constituyentes, repito, que no constituidos –de lo que se trata es de evitar la consumación de cualquier tipo de totalidad acabada-, de esta “utopía transcultural” que propongo puede hallar una más que posible vía de canalización en la “Teoría del Emplazamiento”; en esa teoría en la que la dinámica entre las fuerza conjuntivas de los “simbólico” y las fuerzas disgregadoras de lo “diabólico”, la complementariedad entre el orden apolíneo y el caos dionisíaco, sea el «marco eidológico (porque es inevitable tener un eidos, imagen o representación mental de las cosas) abierto, alejado del dogmatismo y del relativismo, en esa necesaria teoría de la relatividad ontológica y gnoseológica por construir» (Vázquez Medel, 2003: 34).             

   

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Notas

[1] Este artículo se corresponde con el desarrollo de la comunicación presentada en el I Congreso Iberoamericano de Comunicación de la Universidad de Sevilla, “El futuro de la comunicación en el ámbito iberoamericano”, Sevilla, 4-6 de marzo de 2004.  

[2] En síntesis, Manuel Castells nos introduce así en el advenimiento -en las últimas décadas del siglo XX- de una nueva economía que «es informacional porque la productividad y competitividad de las unidades o agentes de la economía (ya sean empresas, regiones o naciones) depende fundamentalmente de su capacidad para generar, procesar y aplicar con eficacia la información basada en el conocimiento. Es global porque la producción, el consumo y la circulación, así como sus componentes (capital, mano de obra, materias primas, gestión, información, tecnología, mercados), están organizados a escala global, bien de forma directa, bien mediante una red de vínculos entre los agentes económicos. Es informacional y global porque, en las nuevas condiciones históricas, la productividad se genera y la competitividad se ejerce por medio de una red global de interacción. Y ha surgido en el último cuarto del siglo XX porque la revolución de la tecnología de la información proporciona la base material indispensable para esa nueva economía» (Castells, 1997: 93).

[3] El desarrollo de los discursos de legitimación del nuevo “des-orden informacional” al que remite el “globalismo” representa una especie de retorno “en fuerza” del empirismo en el seno de las Ciencias Sociales. En consecuencia, «integrada en una vasta red transnacional de enseñanza (pública y privada), de ciencias de la gestión, de best-sellers sobre el re-engineering empresarial o la sociedad de la tercera ola, de workshops, de lobby, y de organizaciones corporativas la Global Business Community se va construyendo como nueva élite mundial, sin dejar de introducir una nociones para designar el mundo que sirven para todos» (Mattelart, 1998: 87-88).  

[4] Ello nos coloca ante el concepto de “gobernabilidad” como punto dinámico de confluencia de las tres ontologías foucaultianas referidas a la organización del saber, la dominación de los demás y la acción configuradora sobre sí mismo (Foucault, 2000).  

[5] Téngase en cuenta, por otra parte, que esta concepción cultural del Poder que aquí subyace remite directamente al concepto gramsciano de “hegemonía”; concepto que conduce a Raymomd Williams a sostener que «el “sistema social” y el “sistema significante” sólo se pueden separar de forma abstracta, puesto que en la práctica, y en una escala variable, son mutuamente constituyentes» (Williams, 1994: 203). 

[6] «Forjada como un recurso del gusto occidental, la ecualización se vuelve un procedimiento de hibridación tranquilizadora, reducción de los puntos de resistencia de otras estéticas musicales y de los desafíos que traen culturas incomprendidas. Bajo la apariencia de una convivencia amable entre ellas, se simula estar cerca de los otros sin preocuparnos por entenderlos. Como el turismo de apuro, como tantas superproducciones fílmicas transnacionales, la ecualización es muchas veces un intento de climatización fonológica, olvido de las diferencias que no se dejan disolver» (García Canclini, 2001: 198).    

[7] Ello, en ese nuevo reino “subpolítico” –postnacional y postdemocrático- en el que «la economía, la ciencia, etc., ya no pueden por más tiempo fingir que no hacen lo que hacen: transformar las condiciones de la vida social, es decir, hacen política con sus medios» (Beck, 2001: 288).    

[8] Para Watzlawick, Bavelas y Jackson, existen factores intrínsecos al proceso e comunicación que sirven para el establecimiento y perpetuación de una relación humana determinada. Estos factores podrían encuadrarse «dentro de la noción de efecto limitador de la comunicación, señalando que en una secuencia comunicacional, todo intercambio de mensaje disminuye el número de movimientos siguientes posibles» (Watzlawick, Bavelas y Jackson, 1997: 127-128).  

[9] Al respecto, Herman y McChesney aludiendo a los medios como factor decisivo en la integridad y calidad del espacio público como garantía democrática, consideran éste amenazado por un conjunto muy complejo de actores económicos, sociales y políticos de diverso orden, es decir, «por el control gubernamental, por la parcialidad y la autocensura de los sistemas privados de control o por intrusiones externas dentro de los sistemas mediáticos, que los modelan de acuerdo con los fines buscados por poderosos intereses extranjeros. Pueden ser también combinaciones de estas formas de amenaza, con gobiernos y poderosos intereses privados trabajando al unísono, o agencias extranjeras colaborando con gobiernos locales o grupos mediáticos privados» (Herman y McChesney, 1999: 15-16).    

[10]   Baudrillard habla de la vectorización de cada proceso de comunicación en un único sentido, del emisor al receptor, con independencia de que de que eúltimo pueda convertirse en emisor a su vez, puesto que el mismo esquema se reproduce dentro de una unidad simple donde no existe intercambiabilidad entre los dos polos de esta relación unívoca y monocorde. El funcionamiento de los medios se adapta, pues, a esa estructura supuestamente objetiva y científica en la que dos términos se hallan «artificialmente aislados y artificialmente reunidos por un contenido objetivo llamado mensaje. No existe relación recíproca ni de presencia entre el uno y el otro de los dos términos, puesto que uno y otro se determinan aisladamente en su relación con el mensaje y con el código, “intermedio” que mantiene a ambos en una situación respectiva (es el código el que los tiene a los dos “a raya”), a distancia el uno del otro, distancia que viene a colmar el “valor” pleno y autonomizado del mensaje (de hecho: su valor de cambio)» (Baudrillard, 1989: 215).    

[11] La serie función no derivable/función continua aproximada/ función derivada se acopla a la serie cosas/imágenes/conceptos. Las cosas son, primero, suavizadas en su perfiles por imágenes, luego capturadas por conceptos operatorios (concepto viene de cum + capere = asir firmemente). Así el registro real es capturado por el imaginario, y el imaginario por el simbólico […] Las imágenes son representaciones de las cosas y las personas, los conceptos de las imágenes. Representaciones que comprimen y reprimen a lo representado (Ibáñez, 1993: 22-23).  

[12] García Canclini cita, en relación con ello, un texto de Bourdieu en el que se hace hincapié en la alianza entre un “conservadurismo estético”, los efectos especiales de las tecnologías avanzadas y el populismo político de cara, primero, a la neutralización de los posibles cuestionamientos de las estructuras sociales injustas, y, segundo, a estimular el consenso en torno al poder carismático de los líderes autoritarios (García Canclini, 2001).  

[13] Léase «inmersión (informar masivamente), desecación (ocultar los acontecimientos inconveniente), añagaza (enmascarar lo real con lo falso), omisión (reducir al mínimo la información relativa a acontecimientos que se dan por sentados); sin olvidar la parte de verdad que no puede faltar en toda buena receta» (Balandier, 1994: 162).  

[14]   La mercadotecnia ha conservado la idea de una cierta relación entre el concepto y el acontecimiento; pero ahora resulta que el concepto se ha convertido en el conjunto de las presentaciones de un producto (histórico, científico, sexual, pragmático…) y el acontecimiento en la exposición que escenifica las presentaciones diversas y el “intercambio de ideas” al que supuestamente da lugar. Los acontecimientos por sí solos son exposiciones, y los conceptos por sí solos, productos que se pueden vender. El movimiento general que ha sustituido a la Crítica por la promoción comercial no ha dejado de afectar a la filosofía. El simulacro, la simulación de un paquete de tallarines, se ha convertido en el concepto verdadero, y el presentador-expositor del producto, mercancía u obra de arte, se ha convertido en filósofo, en el personaje conceptual o en el artista (Deleuze y Guattari,  1999: 16).  

[15] Como argumenta Baudrillard, «el olvido está inscrito en el acontecimiento mismo a través de la profusión de la información y de los detalles, como la obsolescencia está inscrita en el objeto a través de la profusión de accesorios inútiles» (Baudrillard, 1995: 99).

[16] En primer lugar, la ruptura de la integración cognitiva dentro del desarrollo de cadenas de pensamiento monotemático y la incapacidad para establecer enlaces contextuales entre temas diversos. En segundo lugar, el déficit afectivo o pérdida del sentido del “otro”. En tercer lugar, el sensorio lúcido, es decir, esa claridad perceptiva que permite deducciones infalibles siempre que no se revisen el significado absurdo de las premisas. En cuartúltimo lugar, la confusión total del símbolo con el objeto (von Foerster, 1996).

[17] Con el concepto de “trivialización”, von Foerster pretende designar cualquier relación invariable, y por tanto, predecible, entre las entradas (estímulos o causas) y las salidas (respuestas o efectos) que se producen en un sistema determinado (von Foerster, 1996).


FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS:
Vidal Jiménez, Rafael (2004): Comunicación, poder y transgresión en la «sociedad global informacional». Revista Latina de Comunicación Social, 58, La Laguna (Tenerife). La Laguna (Tenerife). Recuperado el x de xxxx de 200x de:
http://www.ull.es/publicaciones/latina/
20041758vidal.htm